El entrenador Starkweather estaba delante de la pizarra hablando en tono
monótono acerca de algo, pero mi mente navegaba lejos de las complejidades de la
ciencia.Estaba redactando los motivos por los que Alec y yo no deberíamos ser compañeros de grupo, haciendo una lista en el reverso de una hoja de examen.
Tan pronto como acabara la clase presentaría mis argumentos al entrenador. «Poco dispuesto a cooperar con el trabajo —escribí—. Demuestra escaso interés por el trabajo en equipo».
Pero eran las cosas que no anotaba las que más me preocupaban. Me resultaba
extraña la marca de nacimiento de Alec y estaba asustado por el incidente en mi
ventana la noche anterior.Francamente, no concebía que Alec me estuviera espiando, pero tampoco podía ignorar la coincidencia de estar seguro de haber visto a alguien mirando por mi ventana horas después de haberme encontrado con él.
Mientras pensaba en Alec espiándome, metí la mano en el compartimento
delantero de mi mochila y saqué dos comprimidos de un complemento de hierro, para tragármelos enteros. Durante un momento se quedaron atascados en mi garganta, y luego bajaron.Con el rabillo del ojo vi a Alec enarcar las cejas.
Iba a explicarle que era anémico y que tenía que tomar hierro un par de veces al
día, sobre todo si estaba estresado, pero me lo pensé dos veces. La anemia no suponía
ningún riesgo si tomaba dosis regulares de hierro. No estaba paranoico hasta el punto
de pensar que Alec pretendiera hacerme daño, pero en cierto modo mi vulnerable
estado de salud era algo que prefería ocultar.—¿Magnus?
El entrenador se encontraba al frente de la clase, su mano extendida parecía
indicar que estaba esperando algo: mi respuesta. Un ardor se expandió lentamente por mis mejillas.
—¿Podría repetirme la pregunta?
La clase rio con disimulo.
Algo irritado, el entrenador la repitió:
—¿Qué cualidades te atraen de un posible compañero/a?
—¿De un posible compañero/a?
—Venga, no tenemos toda la tarde.
Oí a Cat reírse detrás de mí.
Mi garganta parecía cerrarse.
—¿Quiere que haga una lista de las características de un…?
—De un posible compañero/a, sí, eso ayudaría.Miré a Alec de reojo. Él estaba cómodamente reclinado en su silla, los hombros relajados en su justa medida, estudiándome con aire satisfecho. Me dirigió su sonrisa de pirata y movió los labios: «Estamos esperando».
Puse las manos sobre la mesa una encima de la otra, procurando parecer más
sereno de lo que estaba.—Nunca lo he pensado.
—Pues piénsalo ahora, y rápido.
El entrenador hizo un gesto impaciente a mi izquierda.
—Tu turno, Alec.
A diferencia de mí, Alec habló con aplomo. Se había colocado con el cuerpo
ligeramente orientado hacia el mío, nuestras rodillas separadas por milímetros.
—Inteligente. Atractivo. Vulnerable.
El entrenador estaba escribiendo los adjetivos en la pizarra.
—¿Vulnerable? —preguntó—. ¿Y eso?
Cat intervino:
—¿Esto tiene algo que ver con el tema que estamos estudiando? Porque en el
libro de texto no dice nada sobre las características que debe reunir el compañero ideal.
El entrenador dejó de escribir y miró atrás por encima del hombro.
—Cada animal atrae a sus congéneres con el propósito de reproducirse. Las ranas se hinchan. Los gorilas se golpean el pecho. ¿Habéis visto alguna vez una langosta macho levantarse sobre las patas y chasquear las pinzas para llamar la atención de la hembra? La atracción es el primer elemento de la reproducción en todos los animales, incluidos los humanos. ¿Por qué no nos da su lista, señorita Loss?
Cat levantó la mano y extendió los cinco dedos.
—Guapísimo, rico, indulgente, sobreprotector y un poquito perverso —enumeró bajando un dedo con cada rasgo.
Alec rio por lo bajo y dijo:
—El problema de la atracción entre humanos es que nunca sabes si ésta será correspondida.
—Excelente observación —dijo el entrenador.
—Los humanos son vulnerables —continuó Alec— porque se les puede hacer daño. —Y me dio un leve rodillazo. Me aparté, sin atreverme a imaginar qué
pretendía decir con ese gesto.
El entrenador asintió.
—La complejidad de la atracción (y reproducción) entre humanos es uno de los rasgos que nos diferencian de las otras especies.
Me pareció que Alec resoplaba suavemente.
El entrenador continuó:
—Desde el comienzo de los tiempos, las mujeres se han visto atraídas por
hombres con marcadas aptitudes para la supervivencia (como puede ser la
inteligencia o la destreza física), pues los hombres de estas características tienen más probabilidades de regresar a casa con comida al final del día. —Levantó los pulgares en el aire y sonrió—. Recordad: comida igual a supervivencia.
Nadie rio.
—Asimismo —prosiguió—, los hombres se ven atraídos por la belleza porque es
señal de salud y de juventud; no sirve emparejarse con una mujer enferma que no sobrevivirá para criar a los niños. —El entrenador se ajustó las gafas y sonrió.
—Eso es terriblemente sexista —protesto Cat—. Dígame algo con lo que se
identifique una mujer del siglo XXI.
—Si aborda la reproducción desde un punto de vista científico, señorita Cat, verá que los niños son la clave de la supervivencia de nuestra especie. Y cuantos más niños tenga, mayor será su contribución al banco genético.
Pude imaginarme la mueca de disgusto de Cat.
—Creo que por fin nos vamos acercando al tema de hoy: sexo.
—Casi —dijo el entrenador, levantando un dedo—. La atracción es previa al
sexo, pero después de la atracción viene el lenguaje corporal. A vuestras posibles parejas tenéis que comunicarles vuestro interés, sólo que sin utilizar demasiadas palabras… Muy bien, Alec. Imaginemos que estás en una fiesta. Ves a muchos
chico/a's de diferentes formas y tamaños. Rubias, morenas, pelirrojas, algunas de pelo azabache. Algunas son habladoras, mientras que otras parecen tímidas. Has encontrado a un chico que es tu tipo: atractivo, inteligente y vulnerable. ¿Cómo le comunicarías tu interés?
—Me acercaría y le hablaría.
—Estupendo. Ahora viene lo más importante. ¿Cómo averiguarías si es una presa accesible o, en cambio, quiere que te largues?
—Lo estudiaría. Me preguntaría qué piensa y qué siente. El no me lo va a contar a la primera, por lo que tendré que prestar atención. ¿Me mira de frente? ¿Aguanta la mirada y luego la aparta? ¿Se muerde el labio y juega con su pelo o manos, como está haciendo Magnus en este momento?
La clase entera prorrumpió en risas. Apoyé las manos en mi regazo.
—El es una presa —dijo Alec, dándome otro rodillazo. Entre todas las
reacciones posibles, me sonrojé.
—¡Muy bien! —exclamó el entrenador, su voz cargada de electricidad,
celebrando con una sonrisa el interés de toda la clase.
—Los vasos sanguíneos del rostro de Magnus se están dilatando y tiene la piel caliente —dijo Alec—. Sabe que lo están cortejando. Le gusta recibir atención, pero no sabe manejarse.
—No estoy sonrojado.
—Está nervioso —dijo Alec—. Se acaricia el brazo para desviar la atención de
su rostro a su figura, o quizás a su piel. Son sus puntos fuertes.
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El caído
RandomDios no perdonó a los ángeles cuando pecaron, sino que los arrojó al infierno y los dejó en las tinieblas, encadenados a la espera del juicio.