Capitulo 8.

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Regresé al futbolín algo aturdido. Sebastián estaba encorvado sobre el tablero con
gesto de concentración competitiva. Cat chillaba y se reía. Malcolm seguía sin aparecer.

Mi amiga levantó la vista del tablero.

-Bueno, ¿qué ha pasado? ¿Qué te ha dicho?
-Nada. Le he dicho que no nos molestara y se ha ido.
-Pues no parecía alterado cuando se ha marchado -observó Sebastián-. Sea lo que sea que le hayas dicho, ha funcionado.
-Qué pena -se lamentó Cat-. Esperaba un poco de acción.
-¿Listos para jugar? -preguntó Sebastián-. Estoy deseando ganarme una pizza a pulso.
-Yo estoy lista, si Malcolm regresa -dijo Cat-. Estoy empezando a pensar que no le caemos bien. Sigue desaparecido. Quizás es un mensaje no verbal.
-¿Bromeas? Está encantado con vosotros, chicos -dijo Sebastián, con excesivo entusiasmo-. Es sólo que le cuesta relacionarse. Iré a buscarlo. No os mováis de aquí.
Nada más quedarnos solos, le dije a Cat:
-Voy a matarte, ¿lo sabes?
Ella levantó las manos y retrocedió.
-Era por hacerte un favor. Sebastián está loco por ti. Cuando te has ido le he dicho que tienes a unos diez chicos llamándote todas las noches. Tendrías que haberle visto la cara. Apenas si podía disimular los celos.
Lancé un gruñido.
-Es la ley de la oferta y la demanda -dijo Cat, tan pragmática ella-. ¿Quién
hubiera dicho que estudiar economía iba a servirnos de algo?
Miré hacia las puertas del salón.
-Necesito algo -dije.
-¿A Sebastián, quizá?
-No: necesito azúcar. Mucha. Un algodón azucarado. -Lo que necesitaba era una goma de borrar gigante para suprimir todas las huellas que dejaba Alec en mi vida.

Sobre todo, las de su comunicación telepática. Me estremecí. ¿Cómo lo hacía? ¿Y por qué a mí? A menos que... sólo fuera mi imaginación. Igual que cuando me imaginé atropellando a alguien con el coche de Cat.

-A mí tampoco me vendría mal un chute de azúcar -contestó Cat-. Hay un
vendedor cerca de la entrada. Yo me quedaré aquí para que Malcolm y Sebastián no piensen que nos hemos ido. Tú ve por el algodón.

Una vez fuera, desanduve el camino hasta la entrada, pero al localizar al vendedor
de algodones me vi atraído por la montaña rusa al final del pasaje peatonal.

El Arcángel, un serpenteante convoy de vagonetas, se elevó por encima de los árboles y pasó a toda velocidad sobre los rieles iluminados, desapareciendo de mi vista.

Me pregunté por qué Alec quería que nos encontrásemos allí. Sentí una punzada en el estómago y, a pesar de todo, me vi enfilando el pasaje rumbo al Arcángel.

Inmersa entre los peatones, mantenía la vista fija a lo lejos, en los rieles donde las
vagonetas del Arcángel ondulaban en el cielo.

El viento había pasado de frío a
helado, pero ésa no era la razón de que me sintiera cada vez más turbado. La
sensación volvió a hacerse presente.

Aquella sensación escalofriante y vertiginoso de que alguien me observaba.

Eché una mirada furtiva a ambos lados. Nada extraño en mi visión periférica. Di
un giro de ciento ochenta grados. Un poco más atrás, en un pequeño patio de árboles,
una figura encapuchada se dio la vuelta y desapareció en la oscuridad.

Con el corazón acelerado adelanté a un grupo numeroso de peatones, alejándome
del patio. Tras avanzar unos cuantos pasos, volví a mirar atrás. Nadie parecía estar
siguiéndome.

Al reanudar la marcha choqué contra alguien.

-Perdone -dije, tratando de recuperar el equilibrio.
Alec me sonrió.
-Perdonado.
Lo miré entre parpadeos.
-Déjame en paz.
Traté de esquivarlo, pero me agarró del brazo.
-¿Qué te ocurre? Parece que vayas a vomitar.
-Es el efecto que me produces -le espeté.
Se rio y me dieron ganas de patearle las espinillas.
-No te vendría mal un refresco. -Todavía me sujetaba del brazo, y me arrastró hasta un puesto de limonadas.
Me empeciné.
-¿De verdad quieres ayudarme? Pues apártate de mí.
Me quitó un rizo de la cara.
-Me encanta tu pelo. Me encanta cuando se se cómoda a ti. Es como ver una parte de ti que necesita expresarse más a menudo.
Me acomode el pelo en punta con rabia, pero caí en la cuenta de que parecía estar
arreglándome para él.
-Tengo que irme -dije-. Cat me está esperando. -Una pausa-. Supongo
que te veré el lunes en clase.
-Móntate en el Arcángel conmigo.
Levanté la vista. Los chillidos retumbaban en el aire mientras las vagonetas
pasaban con gran estruendo.
-Dos personas por asiento. -Su sonrisa se volvió atrevida.
-Ni hablar.
-Si sigues huyendo de mí, nunca sabrás lo que está ocurriendo.

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