El móvil sonó en mi bolsillo. Comprobé que ningún bibliotecario me estuviera
dirigiendo una mirada asesina y contesté.—¿Papá?
—Buenas noticias. La subasta ha concluido antes de lo previsto. Saldré una hora
antes y debería llegar más temprano. ¿Dónde estás?
—Vaya. No te esperaba hasta tarde. Estoy saliendo de la biblioteca. ¿Cómo ha ido
por el norte de Nueva York?
—Se me ha hecho largo. —Se echó a reír, pero parecía agotado—. Tengo muchas
ganas de verte.Miré alrededor en busca de un reloj. Quería pasar por el hospital y ver a Vee antes
de ir a casa.—La situación es la siguiente —le dije—: ahora tengo que visitar a Cat. Puede
que me retrase un poco. Pero me daré prisa, te lo prometo.
—Por supuesto. —Percibí un atisbo de decepción en su voz—. ¿Hay novedades?
Esta mañana he recibido tu mensaje sobre la operación.
—La operación ha terminado. Ahora mismo la están llevando a una habitación
privada.
—Magnus. —Noté un arrebato de emoción en su voz—. Me alegro mucho de que no
te ocurriera a ti. Si te pasara algo malo no podría soportarlo. Sobre todo, desde que tu Madre… En fin, me alegro de que estés ileso. Saluda a Cat de mi parte. Te veo luego.
Un abrazo y un beso.
—Te quiero, Papá.El Centro Médico Regional de Coldwater es un edificio de ladrillo de tres plantas
con un pasadizo cubierto que conduce a la entrada principal. Crucé las puertas
giratorias de cristal y fui al mostrador de información para preguntar por Cat.Me dijeron que la habían llevado a una habitación hacía media hora, y que el horario de visitas terminaba en quince minutos. Localicé los ascensores y pulsé el botón para subir a la planta superior.
Al llegar a la habitación 207 empujé la puerta.
—¿Cat? —Respiré hondo, crucé el recibidor y la encontré reclinada en una cama,
con el brazo izquierdo escayolado y en cabestrillo—. Hola —dije al ver que estaba
despierta.
Ella soltó un suspiro de colocada.
—Amo las drogas. De verdad. Son increíbles. Incluso mejores que el capuchino de Enzo. Es una señal. Estoy destinada a la poesía. ¿Quieres oír un poema? Soy buena improvisando.
—Ah.
Una enfermera entró y revisó ligeramente a la reina Cat.
—¿Te sientes bien? —le preguntó.
—Olvida lo de la poesía —dijo Cat—. Estoy hecha para la comedia. Toc, toc.
—¿Eh? —dije.
La enfermera puso los ojos en blanco.
—¿Quién es?
—Coge —respondió Cat.
—¿Que coja el qué?
—Coge la toalla que nos vamos a la playa.
—Quizá convendría darle menos sedantes —sugerí a la enfermera.
—Demasiado tarde. Acabo de darle otra dosis. Espera a verla en diez minutos. —
Volvió a salir por la puerta.
—¿Y entonces? —le pregunté a Cat—. ¿Cuál es el veredicto?
—¿El veredicto? Que mi médico es una bola de sebo. Se parece a un Oompa-
Loompa. No me mires así. La última vez que entró se puso a cantar Pajaritos a volar. Y no para de comer chocolate. Sobre todo, animales de chocolate. ¿Tienes una idea de la cantidad de conejos de chocolate que se venden para Pascua? Eso es lo que cenan los Oompa-Loompa. Y para el almuerzo, pato de chocolate con guarnición de píos amarillos.
—Me refiero al veredicto… —Señalé la parafernalia médica que la adornaba.
—Ah. Un brazo roto, conmoción cerebral, un surtido de cortes, rasguños y moretones. Gracias a mis reflejos logré apartarme de un salto antes de que me
hicieran más daño. Cuando se trata de reflejos, soy como un gato. Soy una
Catwoman. Soy invulnerable. Si pudo conmigo fue por la lluvia. A los gatos no nos gusta el agua. Nos afecta. Es nuestra kriptonita.
—Lo siento. Yo soy la que debería estar en esa cama.
—¿Y perderme todas estas drogas? De eso nada. Ni hablar.
—¿La policía ha encontrado alguna pista? —pregunté.
—Nanay, nada de nada, cero.
—¿Ningún testigo presencial?
—Ocurrió en un cementerio en medio de la tormenta. La mayoría de la gente
normal estaba bajo techo.
Tenía razón. La mayoría de la gente normal estaba bajo techo. Por supuesto,
nosotros y la misteriosa perseguidora éramos las únicas personas en la calle.
—¿Qué ocurrió?
—Yo iba caminando hacia el cementerio como lo habíamos planeado, cuando de repente oí pasos que se acercaban por detrás. Entonces me di la vuelta, y todo sucedió muy rápido. El destello de una pistola, y él, que se abalanzó sobre mí. Como les expliqué a los polis, mi cerebro no me decía exactamente: «Cógele la matrícula». Fue algo más del tipo: «Vaya monstruo, me va a aplastar». Él gruñó, me aporreó varias veces con la pistola, cogió mi bolso y echó a correr.
Vaya.
—Un momento. ¿Era un tío? ¿Le viste la cara?
—Claro que era un tío. Tenía ojos oscuros… ojos grises. Pero es todo lo que vi.Llevaba un pasamontañas.
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El caído
RandomDios no perdonó a los ángeles cuando pecaron, sino que los arrojó al infierno y los dejó en las tinieblas, encadenados a la espera del juicio.