Capítulo 5

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Una voz bella, ¿quién la tuviera? —Cantó Lisandro suavemente con las noticias entrecortadas que sonaban de la radio de fondo, esperando que la pava hierva para preparar su mate. —Para cantarte toda la vida...

Se movió por la cocina abriendo las ventanas de par en par dejando ventilando el ambiente y dejando que la fresca brisa de la mañana invada el espacio. Podía escuchar algunas aves cantando y a otros bichos deseándole buenos días, mientras abría se dirigía a la puerta para abrir la puerta, como usualmente solía hacer, y de paso recibir unos bolsones de mercadería, hoy eran papas y tomates viejos para el menú de ese día: ñoquis.

Le agradeció con una sonrisa y despidió al señor de las entregas, dejando la puerta abierta para el resto del día, así la gente pasaba luego de avisarse aplaudiendo o pegando un grito, como un par de vecinos solían hacer.

Volvió hasta la cocina cargando los bolsones para colocarlos en un cajón de madera al lado de la puerta que daba al patio trasero. Hecho esto, se limpió superficialmente las manos refregándose contra la tela de su pantalón para ir hasta la pava ya chillando en una señal de que ya estaba hirviendo el agua, la apagó y preparó la yerba en tanto se enfriaba el líquido.

Pero mi estrella me dio este acento, —Continuó tarareando Lisandro concentrado en su tarea. — Y así te encuentro, tierra querida...

Luego tomar su desayuno, que consistió en un mate amargo y pan con manteca, se dedicó a pelar papas en lo que sus demás ayudantes del comedor llegaran a darle una mano que seguramente aparezca para mojar el pan en la salsa, o en el mejor de los casos diez minutos antes para ordenar las filas de los beneficiados.

Estaba sentado en un pequeño banquito en medio de los bolsones abiertos y un gran tacho que servía para tirar la cáscara de las papas, junto a otro para dejar las que ya estaban listas.

Como un guijarro que se despeña...— volvió a cantar marcando el ritmo con su pie. —Yo soy arisco, como tus breñas, y así te canto...

De repente, un estornudo interrumpió su canto.

— ¡Salud! — Escuchó otra voz que le hizo pegar un respingo por el susto que le causó, al darse vuelta se encontró con Cristian recostado contra el marco de la puerta, con sus brazos cruzados y una sonrisita ladina llena de suficiencia en ella. Lisandro podía notar con facilidad como a este le entretuvo su reacción.

—Gracias... —respondió el entrerriano volviendo a su tarea en silencio, segundos después, en lo que terminó de pelar otra papa, levantó su mirada al cordobés que seguía parado allá a lo lejos observándole lo más tranquilo del mundo. — ¿'Tas cómodo ahí parado?

—No me llamó a hacer nada —Le contestó avanzando hasta donde Lisandro estaba ubicado. —¿Puedo desayunar?

Esa pregunta tomó de sorpresa al dueño de casa que no pudo contener su expresión de cierta confusión sobre si lo que le estaba pidiendo era en serio o un comentario sobrador, para ser irónico.

—Podés hacer lo que quieras, allá está el mate... —señaló Lisandro con el cuchillo en mano a la mesada donde se veía el mate de madera, junto a las sobras de pan ya cortado sobre una tablita. —Servite.

Los movimientos de Cristian eran curiosos, pensó el entrerriano, se veía todo muy mecánico, de soldadito, todo muy fijo y calculado. Muy diferente a Enzo que se manejaba chocando con todo el mundo a su paso, descuidado y descontrolado, o a Muri que, a comparación, cada una de sus acciones eran agraciadas y sueltas, sin nada que se interponga con la ligereza con la que se movía de aquí para allá.

—Si querés ayudar, podés ir cebando los mates mientras pelamos las papas —Le propuso Lisandro notando al muchacho quieto frente a la comida sin saber bien qué hacer. — Tráete una silla y me acompañas.

PAUSADA| PERFIDIA [ L. Martinez x C. Romero ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora