Capítulo 2

294 37 5
                                    


La brisa fresca de temprano a la mañana con el sol todavía oculto en el Este y el murmurante cantar de los grillos, abrazaron a Cristian mientras salía hasta el auto que lo estaba esperando en la entrada de la estancia. Los empleados de la casa ya andaban cargando su equipaje en el baúl; no era mucho, consistía en una sola maleta forrada de cuero para el par de días que estaría fuera.

Antes de subirse al vehículo la voz de su padre lo detuvo y le hizo girarse a verle, el hombre estaba vestido con una bata bordó sobre su pijama celeste y permanecía inamovible en el pórtico con sus brazos cruzados y la mirada altiva. —Tomá.

Extendió un sobre sellado al muchacho que rápido la tomó entre sus manos.

—Está dirigida a Buenos Aires —Explicó corto. —Entrégala a la dirección ahí escrita, vos ya conoces el lugar.

—Eso haré.

Con un simple apretón de manos Cristian se despidió de su progenitor y finalmente se metió al auto que lentamente empezó a avanzar por la propiedad hasta salir a los caminos de tierra abriéndose hasta la ruta.

No podía pedir más de aquel hombre, nunca le había ofrecido otra señal de afecto igualmente.

Miró por la ventana el paisaje pintándose a tan temprano horario, con pequeños atisbos del sol naciente, y buscó descansar en el tembloroso auto moviéndose en la precaria ruta. Sin embargo, la repentina sintonización de la radio complicó sus intentos de conciliar el sueño.

Quiso mencionar algo de que apague la apenas entendible música de los parlantes del auto, pero se limitó a virar sus ojos y volver su atención al puro campo extendiéndose a sus costados. No tardó mucho en presenciar el amanecer y los tonos naranjas y violetas pintando el firmamento.

—Impresionante, increíble el cielo — halaga el chofer de repente, Cristian se mantuvo en silencio. —Estas son las ventajas de madrugar, ¿o no, señorito?

De vuelta, el joven se mordió la lengua para no soltar algo inapropiado acerca de su disgusto por la forma en que lo llamó. —Muy lindo.

—Lo que daría para que mis hijos vean esto — Continuó hablando alegre el señor. — Es un privilegiado.

Mucho no entendía la insistencia de Raúl de querer sacar un tema de conversación, de tirar comentarios. Debería de aprender a disfrutar del silencio como él hacía, no todo espacio sin hablar debía de ser llenado, tanto de ese barullo innecesario le aturdía.

Es por eso mismo que prefería mil veces ir directo a Paraná, viaje igualmente estresante para él, a hacer escala en Capital. Era mucho tramite, muchas horas, simplemente una tortura para él.

En este instante se acordó de la invitación guardada en su diario, bitácora o como se le quiera llamar a la libretita que llevaba consigo a todos lados. La abrió y sacó la tarjetita del sobre crema claramente hecha a mano por los trazos de los adornos en los bordes del papel, la tinta en las letras que ligeramente desbordaban y que solo los más observadores, gente como él, serían capaces de darse cuenta.

Ha de admitir que era muy bonito y reconocía el esfuerzo.

Un frenazo de golpe hizo que suelte la invitación y que el sobre caiga al piso del auto, allí noto que se habían salido de este varios pétalos rojos y blancos esparciéndose por todos lados. Rápido intentó recogerlos, pero su naturaleza torpe y bruta hizo que se le dificulte tomar uno por uno. Una vez que los hubo recolectado sobre su regazo, intentó meterlos devuelta al sobre, pero el viento entrando desde la ventana del conductor hizo que estos vuelen lejos de su agarre, escapando de él. Solo unos cuantos pétalos fueron los que permanecieron a su lado y a esos los guardó entre las hojas de su libretita.

PAUSADA| PERFIDIA [ L. Martinez x C. Romero ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora