PAUSADA| PERFIDIA [ L. Martinez x C. Romero ]

Capítulo 6

—Quizás lo más cercano a ella fue bailar con vos anoche. — Confesó Cristian mirando a los ojos de Lisandro, quien al escucharlo no pudo evitar que sus mejillas se sonrojen y sus orejas se tiñan de rojo por la timidez que lo invadió de repente.

¿Qué clase de respuesta era esa?

Sí, el momento en que bailaron había sido único, la forma en que ambos se movieron por el salón como si nadie más estuviera con ellos, la manera en que la mano del cordobés se había aferrado firme a su cintura y el puente de la nariz de este amoldándose a su pómulo para cantarle versos de la canción que andaban bailando, como si fueran piezas de un rompecabezas, destinados a encajar con el otro. Por supuesto, él sintió un alivio al dejarse llevar por el mando del más alto, encargándose simplemente en disfrutar del cálido tacto de sus manos unidas y la música envolviéndolos. Pero es que...

—Realmente no entiendo cómo lo hice —Cristian lo mira atento frente a lo que acababa de admitir. —No suelo, no me gusta estar en el centro de atención y... creo que vos me diste, no sé cómo, la seguridad para hacerlo.

—Es verdad eso— Acotó Enzo comiendo un pedazo de una tira de pan, que sabrán ellos en qué momento la sacó de las bolsas. —Fue mucho que haya sido el anfitrión anoche y luego de ustedes bailando, lo desconocí por un momento.

Los ojos de Lisandro se abrieron de repente por lo que había expuesto su amigo y al instante les dio la espalda para volver a tomar el cuchillo sobre la tabla de madera. —Bueno, ahora hay que hacerlas hervir y hacer el puré.

Cristian se levantó al toque de su asiento, acercándose al entrerriano para ayudarle con la tarea de echar las papas cortadas en la olla. Una vez ocupado en eso, Lisandro volvió al menor de los tres y le sacó el pan de sus manos.

—¿No tenés que hacer algo más que comer? — Le reclamó y el chico se levantó con desgano de la silla. —Andá a ordenar el comedor, las sillas. Hay mucho por hacer.

—Cómo andamos, ¿no? —Rezongó Enzo saliendo de la cocina.

De vuelta a solas, Lisandro se quedó observando la espalda de Cristian terminando de ejecutar lo que le había indicado hacer. Podía escuchar sus propios latidos retumbar en sus oídos y un extraño nerviosismo se instaló en su pecho, temiendo por cualquier pensamiento suyo que se pueda escapar por su boca sin que él quiera.

—¿Cómo hago para saber que ya está la papa? — Cristian se giró a preguntar, tomando de sorpresa al dueño de casa que casi se ahoga con su propia saliva por el susto que le dio.

—En unos quince minutos le clavás un tenedor o cuchillo a las rodajas, se van a hundir fácilmente las que estén listas.

—Ah — Asintió el cordobés —¿Qué más debemos hacer?

La carita de confusión y curiosidad del muchacho frente a él le había causado mucha ternura, tanto que una sonrisa se le pintó en su rostro. Entonces Lisandro le explicó lo mejor posible la receta de los ñoquis y que luego deberían comenzar a hacer la salsa que acompañará el plato. Cristian toma nota mental de cada indicación, intentando memorizar cada punto.

Para cuando estaban listas las rodajas, colaron el agua y dejaron que el vapor salga un poco. Mientras esperaban a que se enfríen, Cristian buscó entre los cajones un pisa papas, al no encontrarlo se giró al entrerriano quien ya estaba aplastando las papas con sus propias manos dentro de la olla que todavía seguía humeante. Esto lo sorprendió y casi se dejó dominar por su impulso de alejarlo de la superficie caliente.

De cualquier modo, se guardó sus preguntas y comenzó a ver qué más podía hacer en lo que el dueño de casa terminaba con su tarea. Al verse sin otra cosa más para hacer, se mantuvo observando al muchacho frente a él, con la esperanza de aprender la preparación del platillo.