Prólogo - la calma

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En el vasto imperio con la reciente Shogun a la cabeza han habido muchos cambios, los ciudadanos son obligados a rendir tributo en forma de grandes impuestos y sino son pagados en forma de efectivo se les retirará el doble en cultivos y tierras, todo posible intento del ciudadano común por progresar es brutalmente frenado por los tributos a la Emperatriz.
Sin embargo los nobles que sean familiares de la Shogun o sus más cercanos poseen inmunidad a estos.
Aún así todavía hay gente que puede ser feliz en un pequeño poblado en los extremos del imperio un joven disfruta de unos onigiris, este joven es nuestro protagonista y su nombre es Gaiman (en galés significa piedra de afilar).

El joven tiene un nombre galés debido a sus padres los cuales habían migrado de su país debido a negocios.
El joven desconocía mucho de dicho país provocando que se encariñara e aferrara a la cultura japonesa, sin embargo no es como que pudiera hacer mucho puesto que sus padres prácticamente se habían olvidado de su cultura y adoptado muy rápidamente la japonesa. La verdad es que Gaiman no sabía porque ni le interesaba en estos momentos, disfrutaba su comida mientras conversaba con su padre acerca de las recientes medidas de la Shogun:

-Padre...crees que podremos soportar...está - el joven titubea un poco relamiéndose los labios en busca de la mejor palabra para este momento -...tormenta, quiero decir-otra pausa hubo el joven todavía no sabía cómo expresar lo que pensaba -..la anterior Shogun fue muy amable con nosotros según me han contado...pero con las nuevas medidas de nuestra señora...no sé cómo lo afrontaremos-
Tras terminar tomaría un poco de té el cual era raro este día pues el mismo no era verde como de costumbre sino de una coloración más oscura, tras tragar soltaría una leve arcada en señal de disgusto puesto que para su paladar era muy amargo - tch...el té sabe raro hoy... ¿Por qué?.

Ante esto su padre daría un pronunciado suspiro, parecía....frustrado? el joven no podía leer la expresión de su progenitor era como si su padre quisiera volver a un momento pero no puede proyectar dicho recuerdo o momento.

-galés... - el jefe de la casa desinfla su pecho y hunde sus codos -el té es galés...- suspiró nuevamente - desearía poder decir que me trae nostalgia... pero es horrible- le daría una sonrisa apagada a su hijo -yo solo puedo decirte que resistiremos al igual que cuando nos fuimos de Gales aguantaremos sin importar la calamidad-.

Tras eso el mayor entre los dos presentes se levantaría y la luz de sol con él, la cuál se estaba intensificando marcando que ya faltaba menos para el mediodía, la luz se filtraba a través de la ventana destacando las facciones de el padre.
El mismo era un adulto de unos treinta y tanto años no obstante su físico era más viejo, su pelo era castaño pero se había caído en gran cantidad marcando un arco de pura piel en la parte superior. Sus manos llenas de callosidades acompañadas de varias cicatrices, su rostro no era mejor puesto que poseía varias capas de ojeras, su vestimenta era un kimono marrón sin embargo estaba rasgado y desgastado por el uso, a tal punto que dicho color se había tornado a un negro carbón.

Al verlo se podía concluir que era un hombre cansado y para no serlo se la pasaba trabajando en sus plantaciones de trigo, al final del día era galés, al menos recordaba eso, los galeses plantaban trigo y eso haría, aunque eso no es suficiente para justificar su aspecto.

El mismo también era consiente que necesitaba otra fuente de ingreso por lo que también trabaja con los japoneses en plantaciones de arroz, lo que le venía de maravilla, los tiempos de cosecha y siembra de estos alimentos eran opuestos. Por lo que siempre tenía trabajo aún así eso era un arma de doble filo ya que si bien la paga era buena el desgaste físico era demasiado lo que produjo su físico actual.

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