11. 𝐿á𝑝𝑖𝑧 𝑦 𝑝𝑎𝑝𝑒𝑙

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Otra vez despierta desde temprano y deprimida como siempre, luego de haberse quedado dormida mientras las lágrimas corrían por sus ojos y la ansiedad se adueñaba de todos sus pensamientos, rellenaba de manera amarga cada hueco de su pecho. No importaba cuantas curas pudiera tener, estás solo eran temporales, siempre acababa sintiéndose sola y despreciada de nuevo.

La enfermera tenía el torso inclinado en la silla y su mejilla chocaba contra la superficie plana de la mesa de madera. No era más que otro fin de semana sentada tras el mostrador de la farmacia, durante  su largo turno de doce horas.

No era bonito tener tiempo a solas para recordar como la gente la usaba para su propia diversión, estar consciente de que no encajas y que eres solo una persona extraña más de el montón cuya opinión no le importa a absolutamente nadie. Lo único que ella pensaba que era llamativo en su persona quizás sería su cuerpo, a lo mejor por eso los adultos se complacían a sí mismos con ella en su niñez. Debió haber sido eso lo que empeoró todo desde el inicio, lo que la llevó al inevitable efecto de comportarse así e irritar a los demás para que poco a poco se sintiera menos apreciada y querida que antes, y que cada día aquello que la hacía tan molesta se volviera peor, porque sus padres la habían vuelto así. O... no sería bueno culpar a los demás.. si no culparse a ella misma por haber nacido.

Temía que Murata o un cliente la viera en ese estado, con los ojos brillantes a punto de llorar, como en cada circunstancia, pero el que la consideraran rara otra vez no iba a hacer que aquello fuera mejor, al contrario.

El paciente salió del consultorio cuando menos lo esperaba, pero ella no quiso voltear a ver durante ni durante un segundo aunque fuera, se trataba de un joven universitario con el cabello largo y descuidado.

—¿Q-qué necesita? —preguntó con voz baja, apagada, los ojos pegados a la mesa y nada de ánimos.

—Buenas.. uhm, ¿tienes benzacloc plus? —asintió en respuesta— dame dos cajas, porfavor.

Tal y como se negó a mirar al atendido, así lo hizo, y suspiró con alivio cuando se fue, pero ese alivio duró muy poco al no querer Murata quedarse solo y aburrido en la sala de consulta. El hombre se quedó sentado tras el mostrador usando su teléfono, y de vez en cuando la sacaba de sus ideas al querer charlar con ella.

—Tsumiki-san, ¿estás segura de que no quieres que te traiga algo? —preguntó un rato después, a punto de salir a comprar bebidas para hacer menos laboriosa su jornada.

𝑀𝑦 𝐵𝑒𝑙𝑜𝑣𝑒𝑑 彡 𝑇𝑠𝑢𝑀𝑖𝑜𝑑𝑎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora