III

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La cacería por la mano del Príncipe había comenzado aquella mañana; miles de doncellas, aristócratas, príncipes de otros reinos e incluso caballeros de la misma guardia se habían unido a la batalla campal que se había armado en los jardines del palacio.

El joven Sebastian vestía unas de sus mejores prendas para observar las pruebas que había puesto la corte real para aquel día, la primera fue escribir una poesía y recitar al frente del príncipe; muchos habían sido eliminados, después de todo él era quien elegía quien se quedaba y quién se iba, a su parecer la mayoría de los escritos habían sido mediocres, la mayoría había hablado de su físico y no de una forma tan respetuosa; si hubiera sido su decisión los hubiera mandado a la horca a algún par de aristócratas que sobrepasaron sus palabras a lo vulgar.

Mas sin embargo al estar bajo la mirada de su padre y la corte se limitó a eliminarlos con una sonrisa que estaba cerca de lo hipocrita.

Un par de poemas habían logrado incluso captar su atención genuina; aunque había una en especial que jamás se fijó en lo físico, iba más allá de lo que podía esperar; pidió especialmente que le dieran ese poema para guardarlo en alguno de sus libros.

La segunda prueba constaba más brincando a lo físico, una prueba de arquería.

La mayoría de las doncellas se había ido con esta prueba dado que lamentablemente vienen con vestidos pomposos con poca movilidad; sintió pena por ellas, debía ser duro tener que presentarse de aquella forma a un prueba física donde necesitaban tener control de su cuerpo y movimientos.

Su atención había decaído pensando en cómo sería portar aquellos extravagantes vestidos hasta que un nombre resonó por el jardín.

-¡Rafael lange es el siguiente en tirar, ¿podría ser atinado al blanco como a sus palabras?!-

Volteo a mirar hacia el hombre fornido que se encontraba apuntando hacia el blanco, su nombre giraba en su cabeza se le hacía conocido más no sabía con exactitud de dónde lo conocía. Mientras más lo observaba más lo identificaba; cuando la flecha impactó con el centro de la diana y el hombre desconocido volteo lo pudo reconocer; esos ojos azules tan profundos como el mar mismo los reconocería a kilómetros de distancia, Rafael lange o mejor conocido como cellbit, el capitán de la guardia real.

habían cruzado palabras un par de veces y si se era sincero le había parecido atractivo desde que era un adolcente.

El apuesto capitán le dedicó una sonrisa lobuna al notar su mirada; el joven heredero se encogió en su lugar con los nervios a flor de piel sin despegar sus ojos avellana de los luceros azules con una pequeña sonrisa tímida.

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