El Demonio Que Vive En Mí

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                                                                                               *** 

Ya sabías que esto podía pasar. Te avisé muchas veces. Eres un maldito ser repugnante, incapaz de proteger a aquello que más anhelas, de aquello que más temes. No eres más que un ser insignificante.

Se golpeó la cabeza con ambas manos, intentando eliminar las palabras de su mente. No podía dejarse vencer por esa fría voz. Sin embargo, una pequeña fracción de sí mismo le decía que tenía razón, pero no quería reconocerlo.

Golpearte con las manos manchadas de sangre. De joven y deliciosa sangre. El olor a hierro fresco, salvaje, que bombea por sus venas, despierta en ti tu deseo más profundo. Sé que te gusta, sé que lo amas. No intentes engañarme.

Se observó las manos temblorosas y aspiró sin querer la mancha de sangre que tenía en las uñas. Gimió asustado e intentó limpiárselas en su traje. Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras restregaba con ahínco las puntas de sus dedos con la ropa, rasgándola.

Sabes que quieres probarla. Deseas volver a sentir el sabor de la fresca sangre. Ella te lo perdonará, siempre te perdona. ¿Por qué no quitarle un poco más?

—¡Maldito imbécil! ¡Sal de mi mente! —chilló iracundo, golpeándose la cabeza contra el árbol al que se había subido.

Tú no quieres que me vaya y yo no quiero irme. Te mostraré lo hermoso y poderoso que eres cuando tomo el control.

Y sin pedirlo, las imágenes borrosas que aparecían que le aparecían cada vez que su mente se perdía, empezaban a cobrar sentido propio. En ese instante, en vez de ver figuras chillando, podía ver con nitidez como, en su estado más animal, se acercaba a ella, pareciendo un depredador cazando a su presa.

Sintió la emoción propia de cuando alguien consigue su objetivo, extasiándolo de placer, en el momento en el que se abalanzó sobre ella, la mujer que más apreciaba en aquel mundo, y la hería sin ningún miramiento.

—Yo no soy así —contradijo mirando hacia su mano derecha, en la cual, cada vez que surgía la voz en su mente, se dibujaban marcas liliáceas—. Defenderé a los míos con todas las armas de las que disponga.

Aunque proteger a los tuyos implique matar a los otros. Tu vida ha estado repleta de muerte y destrucción. Allá donde vas, aquellos a tu alrededor sufren.

—Déjame —ordenó apartando la mano de su visión.

Nuestra naturaleza extraña así lo marca. Ni humano ni demonio, vagamos por la vida entre una línea que no es propia de ninguna realidad. Quisiste ser un demonio completo, luego un humano entero y ahora, vivimos en esta extraña situación de limbo.

—Es la vida por la que he luchado —dijo, alzando la mano derecha frente a sus ojos, abierta—. No dejaré que nadie me la arrebate.

No puedes deshacerte de mí, ni cortarme y cambiarme por un arma. Soy parte de ti. Soy tu vida, soy tus sueños, soy tus deseos más oscuros. Yo te he traído hasta aquí. Yo siempre decido qué camino tomar.

—Eres el producto de un estado mental. Solo apareces por unos segundos y luego, te desvaneces —contradijo arañando la mano derecha—. Kagome sabe cómo hacerte desaparecer.

Eres un iluso. ¿Crees que es a mí a quien temen?

—¿Qué quieres decir? —preguntó aterrado. La mano parecía moverse sola, como si fuera otro ente quien la controlara.

Cuentos del Guardián del PozoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora