Reflejos del Inframundo

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—¡Es muy bonito! ¿Verdad? —preguntó con voz infantil, alzando el objeto hacia los demás, deleitándose con los colores plateados.

—Solo es una cosa roída, niña —contestó el sirviente sapo con su típico tono antipático.

—Parece bastante antiguo —comentó Kohaku con aire conciliador.

Sesshomaru observó al niño por un instante, para luego volver la vista hacia el horizonte. Debía reconocer que, aunque odiara a los humanos, y tuviera especial reticencia a aquel exterminador, después de ese día se había ganado un mínimo de aprecio por su parte.

No quería reconocerlo, pero estaba agotado.

Para él, que llevaba siglos de vida a sus espaldas, no debería parecerle extraño que el mundo girara a una velocidad mayor de la que él vivía. Pero, después de la muerte de Kagura, todo parecía acontecer a una de manera vertiginosa, no permitiéndole actuar de la forma calmada, lógica y serena de la que se enorgullecía.

Y eso había acabado una solución fatal, casi perdía a Rin.

No. Había perdido a Rin.

Porque fue gracias a su madre, que la niña respiraba de nuevo.

Agradecía que el humano estuviera haciéndole compañía a la pequeña y que esta no se acercara mucho a él. Sesshomaru necesitaba ordenar su mente y entender por qué se le oprimía el pecho desde que había visto partir a la domadora de los vientos. Sabía que la vida era efímera, y más la de los seres más imperfectos que él, pero no entendía por qué tenía esa inquietud en su interior.

—No entiendo por qué has recogido eso —dijo Jaken arisco—. ¿No te han dicho nunca que no cojas cosas del suelo? A saber a quién le pertenecía.

—Cállate, Jaken —ordenó el demonio sin miramientos. Hoy no tenía ganas de escuchar ninguna discusión.

—Iré a buscar algo para la cena. Hay una aldea cerca —informó Kohaku con voz suave. Debía reconocer que el niño era rápido y que parecía conocerlo mejor que su propio sirviente—. No creo tardar mucho —agregó haciendo una reverencia.

Poco después el joven se marchó con rapidez. El pequeño exterminador sabía que ellos no necesitaban comer con tanta frecuencia, pero Rin era un caso aparte, por lo que siempre que podía intentaba darle algo para que ella ingiriera

—Es un espejo hermoso —continuó admirando Rin.

Al demonio le pareció curioso que ni siquiera se despidiera del joven como solía hacer, pero culpó a su casi muerte de su extraña actitud. Se apoyó en el tronco de un árbol y cerró los ojos por un momento, deseando que pasara rápido aquel día.

Sin embargo, la agitación que aún arrastraba no parecía desaparecer.

—Deja eso de una vez, niña —mandó Jaken—. No es un espejo.

—¡Mire señor Jaken! Esta mujer se parece a mí —dijo con alegría. Sesshomaru alzó la vista, cansado, sabiendo que tendría que golpear al del bastón una vez más. Sin embargo, cuando dirigió la mirada hacia el objeto quedó desconcertado—. Es más mayor que yo y está tumbada una cama de ramitas pequeñas.

—Tira eso, Rin —volvió a demandar el sapo, con voz asustada—. No es normal.

—¿Por qué?

De la nada, la imagen cobró vida, apareciendo unas llamas alrededor del cuerpo, despertando a la mujer de golpe. Dejó ver sus ojos marrones, aterrados y su boca desencajada, alargando la mano hacia ellos, aclamando desesperada por algo de ayuda.

Cuentos del Guardián del PozoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora