A su nariz, le llegaron olores picantes y especiados que le provocaron un escozor intenso, recorriéndole todo el conducto hasta los ojos. Observó a su alrededor con parsimonia, intentando descifrar en qué lugar se encontraba. Un lugar húmedo y oscuro, por el que pasaba una brisa de aire helada y donde se escuchaban susurros aterradores que atemorizarían al más valiente.
Y, aunque no estaba seguro de nada, sabía que no era valiente.
Decidió levantarse, para intentar salir de aquel lúgubre sitio, cuando un pinzamiento ardiente le recorrió todo su cuerpo. No había hecho más que contraer el estómago para así mover las piernas, pero el dolor intenso se propagó como una explosión que quemaba su carne y sus venas. Intentó mover la cabeza, en un intento de saber qué ocurría con su cuerpo y si podía hacer algo para remediarlo, cuando otro dolor, punzante y doloroso le empezó en la parte baja del cuello, aturdiéndole la cabeza, mareándolo por un breve espacio de tiempo.
¿Dónde se encontraba? ¿Quién era?
—Deberías ir con cuidado, hermana. —La voz de una niña llegó a sus oídos, desconcertándolo—. Es un bandido. No merece que lo cuides de esa manera.
—Es alguien que necesita nuestra ayuda. —Otra voz, algo más madura, contestó de manera contundente a aquella queja—. Nosotros no decidimos quien vive, solo socorremos a quien lo necesita.
Escuchó unos pasos que llegaban hacia él, sin prisa. Intentó enfocar su vista hacia el ruido, viendo aparecer una mujer hermosa vestida con trajes de sacerdotisa. Ella le devolvió la mirada con un deje de tristeza en sus ojos, como si sintiera lástima por su situación. Intentó abrir la boca para hablar, pero no salió nada de sus labios.
—No lo fuerce, las llamas han quemado parte de la tráquea —dijo con voz suave—. Necesitará muchos cuidados para volver a hablar —agregó a la vez que observaba las vendas y las sacaba con cuidado.
¿Llamas? ¿Qué le había pasado?
—No sé cómo llegó hasta aquí. Ha sido difícil arrancar la tela en la que lo habían envuelto. Además, sus piernas están completamente fracturadas. Tardará una temporada en poder levantarse.
Aunque entendía el idioma en el que le hablaba, no era capaz de procesar aquella información. Parecía ser que había sido atacado por algo, no sabía muy bien el qué, con la intención de acabar con su vida de una manera miserable y cruel. La voz joven que acompañaba a la sacerdotisa había dicho que él era un bandido, pero ¿qué tipo de criminal podía acabar de aquella manera?
No pensó en nada más. Al tirar de aquellas mugrientas vendas, notaba como si le estuviera sacando una segunda piel, pellizcándole en algunos tramos y abriéndole las heridas en otros. El dolor era insoportable, casi como si le arrancaran las uñas una a una, con una tranquilidad grimosa. El olor nauseabundo a carne podrida, que se mezclaba con las hierbas medicinales y la humedad de la cueva, ayudaron a que el dolor intenso ganara la batalla y perdiera el conocimiento.
-.*-.*-.*-.*
—Ella nos lo ha arrebatado todo.
—Él nos ayudará a conseguirlo.
—Necesitamos un cuerpo.
—Necesitamos la fuerza.
—La destrucción de su alma.
—La resurrección de un monstruo.
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Veintiocho mil doscientas cincuenta y siete contó mentalmente cuando la última gota de la estalactita que tenía a su derecha cayó al suelo. Faltaban tres gotas y media más para que apareciera la sacerdotisa que, con una puntualidad impresionante, venía a aquella cueva a curar sus heridas que aún no habían dejado de sangrar.
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Cuentos del Guardián del Pozo
HorrorSerie de historias que intentarán no dejaros dormir por las noches. Estos relatos participan en la actividad de #el Festin de Horror de la Página de Facebook Inuyasha Fanfics.