El Bosque de las Almas Perdidas

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Al Oeste de Arkham, las colinas se yerguen selváticas, y hay valles con profundos bosques en los cuales no ha resonado nunca el ruido de un hacha. Hay angostas y oscuras cañadas donde los árboles se inclinan fantásticamente, y donde discurren estrechos arroyuelos que nunca han captado el reflejo de la luz del sol.

H.P. Lovecraft. El color que cayó del cielo.

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—Debemos advertirles que no hemos demandado ningún exorcismo —dijo por enésima vez el jefe de aquella pequeña aldea. Miroku alzó una ceja, exasperado—. Le pedimos, por favor, que nos dejen tranquilos.

—La maldad asola estas tierras, mi buen señor —dijo con toda la paciencia del mundo—. No es algo que podamos dejar pasar.

—¡Khe! Déjalos ya, Miroku —demandó Inuyasha, perdiendo los nervios—. Si no quieren ayuda, no la tendrán. Nosotros seguimos nuestro camino.

—No puedo dejarles pasar —se interpuso delante del monje, una vez más, el aldeano. El hanyō sonrió con sorna, arremangándose las mangas del taje—. Ese bosque no es como cualquier otro. Nunca nadie que haya entrado ha vuelto a salir, más una vez, una joven heredera de un acaudalado terrateniente. Pero cuando salió, después de tres noches perdida en el selvoso terreno, parecía una anciana, de cabello blanco y llena de arrugas. La muchacha murió en los brazos de su padre, rogando que talaran el Árbol Milenario. El padre envió a guerreros formados para cumplir las últimas palabras de su hija, pero no lo consiguió. Mandó, incluso, a quemar todo el bosque. Pero, aun y que ardieron los alrededores, el perímetro de este quedó intacto.

—¿Insinúa que hay un demonio? —preguntó la exterminadora.

—Años atrás, nuestros antepasados nos avisaron de nunca entrar en aquel bosque. Decían que algo más oscuro y poderoso que un demonio dormitaba entre las cortezas de un extraño árbol. Si talábamos cerca de sus lindes, al volver al hogar debíamos comer arroz y beber té antes de dormir— contestó el hombre—. Nuestro deber es avisar a los viajeros y, recordarles, que este es el final del camino.

—Habla como si hubiera algo realmente oscuro ahí dentro —aportó Kagome, intentando esconder su incomodidad.

—No sé qué esperan encontrar dentro de ese bosque, pero les aseguro que no saldrán para poder explicarlo —concluyó, bajando la mirada, como si no quisiera observarla—. Pero, ciertamente, no puedo obligarles a que me escuchen utilizando la fuerza física. Por lo que espero que apelen a su buena cordura —agregó haciendo una reverencia y saliendo de su camino.

El sol había empezado a bajar y la humedad propia de un bosque lleno de vegetación, caló en los huesos de cada uno de los aventureros. El crepitar de las ramas con el soplo del gélido viento era el único sonido que salía de las profundidades boscosas, ya que ningún animal parecía adentrarse entre la espesura de la arboleda. Sango propuso hacer un campamento allí y decidir si continuaban o no aquel camino. Todos habían quedado atónitos con las palabras del aldeano y, por mucho que lo intentaran negar, les albergó una inquietud que no sabían gestionar.

—Es un escondite perfecto para Naraku —propuso Miroku—. Crear una leyenda alrededor de un bosque tenebroso para espantar a cualquiera.

—No todo tiene que ver con Naraku —contradijo Sango—. En mis años de exterminadora me encontré con lugares así. Los lugareños lo consideraban corrupto y oscuro, por lo que era mejor dejarlo estar.

—No puedo creer que seas así de asustadiza —se burló Inuyasha.

—La precaución no es un pecado —contradijo ella—. Además, no hemos sentido ni a Naraku ni a ningún fragmento, no entiendo por qué deberíamos entrar.

Cuentos del Guardián del PozoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora