Capítulo 39

92 20 1
                                    

-¡Guillermo! Dios mío qué te han hecho.

La voz de Anna estaba cargada de dolor mientras sus manos intentaban torpemente descolgar el cuerpo demacrado de Guillermo que permanecía en un estado de semi inconsciencia.

-¿Anna? - susurró el joven casi sin aliento.

Tenía el cuerpo lleno de moratones y rasguños y la sangre seca que había brotado de sus heridas manchaba su piel y sus ropas. El corazón de Anna se encogió aún más de dolor. El hombre al que amaba, al que siempre había visto fuerte y decidido, ahora se veía extremadamente frágil entre sus brazos. Podía oír su respiración pesada, como si el simple esfuerzo de respirar le restara minutos de vida. Anna le sujetó la cabeza entre sus manos tratando de que reaccionara y la mirara.

-Soy yo, soy yo.- dijo besándolo con suavidad en el rostro.- Voy a sacarte de aquí pero tienes que hacer un último esfuerzo conmigo, por nosotros.

Guillermo abrió los ojos un poco más y por fin la vió, delante de él, su suave tacto contra sus mejillas. No estaba soñando, era de verdad ella. Unas lágrimas brotaron de sus ojos recorriendo lentamente su rostro. Realmente pensó que jamás volvería a ver a la joven que le había robado el corazón, pero allí estaba, y la posibilidad de un futuro juntos era toda la fuerza que necesitaba para salir de allí.

Anna sintió que el joven reaccionaba y volvió a reanudar su tarea de soltarlo de las cadenas. Sin embargo, cuando por fin consiguió liberar los brazos del joven, las piernas de Guillermo fallaron y no fue capaz de sostenerlo. Las rodillas se le doblaron y su cuerpo cayó sobre el frío pavimento como un pesado saco.

-¡Pedro! ¡Tomás! Necesito ayuda.- gritó la joven desesperada.

Pedro apareció segundos después en la habitación. Miró primero a la joven, luego al hijo del duque y de nuevo a Anna. Estaba claro que Guillermo no tenía fuerzas para salir de allí por su propio pie, pero también tenía claro que Anna no lo abandonaría, cualquiera que fuera el riesgo que su propia vida corriera. Así que tomó aire armándose de valor y se arrodilló junto al hijo del duque pasándose su brazo por los hombros y agarrándolo por la cintura.

-A la de tres ¿de acuerdo?

Guillermo asintió.

-Uno, dos, tres.

El hijo mayor del duque se levantó del suelo apoyando todo su peso en Pedro. Una mueca de dolor se dibujó en el rostro de ambos. Pedro por soportar todo el peso del joven. Guillermo porque cada movimiento, cada roce, ahondaba en el dolor de su magullado cuerpo.

-Vamos.- indicó Pedro dirigiéndose a Anna.- Tomás ha encontrado un camino despejado hacia el este. Saldremos por ahí.

Anna asintió liderando la huida por los estrechos pasillos de los calabozos. Caminaron en silencio, tratando de hacer el menor ruido posible para así evitar ser descubiertos. Lo único que se oía era la pesada respiración de Pedro y los pies de Guillermo arrastrándose por el suelo con dificultad. La puerta que daba acceso al patio este estaba a escasos metros de ellos.

-Ya casi estamos...

Las palabras de Anna quedaron cortadas en el aire. Un violento impacto le golpeó justo a la altura del pómulo haciéndola caer al suelo. Oyó el grito de Pedro, como un rugido en mitad de la noche y el de Guillermo desgarrándole el alma. Sintió una mano agarrándola del cabello y arrastrándola hacia atrás. Trató de agarrar el brazo que tiraba de ella, tratando de evitar el dolor que le producía.

-Ni se os ocurra acercaros o la mato aquí mismo.

La voz de la princesa sonó fría, brusca. Anna levantó los ojos para poder verla. Tenía la mirada llena de rabia y locura. Con una mano sujetaba con fuerza el pelo de Anna que permanecía inmovil en el suelo. Con la otra apuntaba a los dos jóvenes con un arma.

-Deja que se vaya, esto es entre nosotros.

La princesa fijó sus ojos en Guillermo.

-Querido, esa oportunidad ya pasó.

-¡Cómo te atrevas a hacerle algo!

Esta vez la joven apuntó con su arma a Pedro mientras tiraba con más fuerza del pelo de Anna que se revolvió de dolor.

-¡Qué! ¿Qué vas a hacer? Antes de que des un paso juro por dios que le vuelo los sesos delante de ambos.- una risa demente salió de sus labios.- Luego podéis seguir peleando por sus restos.

-Isabel deja esta locura.

-¡Cállate!

La princesa apuntó con su arma a Anna que cerró los ojos con fuerza tratando de sacar ese momento de su mente.

-Ahora recordarás siempre que todo esto es culpa tuya.

De pronto la puerta se abrió de par en par y Tomás se abalanzó con fuerza sobre la princesa golpeándola por la espalda con contundencia. Ambos cayeron al suelo enzarzándose en un forcejeo desesperado por hacerse con el control del arma. Un golpe seco y una hilera de sangre comenzó a salir de la cabeza de la princesa. Tomás la empujó saliendo de debajo de su cuerpo.

-¡Corred!- la voz de Tomás sonó ahogada.

Anna reaccionó levantándose del suelo, mirando primero a Tomás y el cuerpo de la princesa sobre el suelo. Luego se volvió hacia Pedro y Guillermo que avanzaban hacia ella lo más rápido que podían.

-¡Vamos Anna, vamos!

Los cuatro salieron al exterior. La tenue luz de la luna iluminaba el paisaje dibujando siniestras sombras a su alrededor. A escasos pasos de la puerta Mari esperaba con un caballo y un pequeño carromato tirado por otro corcel.

-Ayúdame rápido.- indicó Pedro- Subámoslo aquí.

Pedro y Tomás tomaron al hijo del duque por los hombros ayudándole a subir en la parte trasera del carromato. Mari y Anna subieron junto a él. La joven lo agarraba de la mano mirando su cuerpo amoratado.

-Lo siento tanto.- suplicaba Guillermo.- Todo esto es culpa mía.

-Shh, no digas nada. Necesitas recuperarte.- Anna colocó sus dedos sobre los labios del joven obligándole a permanecer en silencio.

Tomás subió en el pescante del carromato mientras que Pedro montaba a lomos del caballo.

-Os sigo.- dijo el mozo.

Tomás asintió y tomando las riendas arreó con fuerza al jamelgo y las ruedas del carromato se pusieron en movimiento con premura.

Y de pronto, un disparo cortó el silencio de la noche y el relinchar de un caballo resonó con fuerza.

-¡No! - el grito de Anna sonó desgarrador.

El caballo de Pedro elevaba las patas delanteras en el aire sobresaltado por el estridente ruido del arma y le hacía perder el equilibrio tirándolo al suelo. El golpe sonó sordo cuando el cuerpo del joven tocó el suelo y el caballo salió corriendo desesperado.

-¡Tenemos que parar! ¡Tenemos que volver por él!

Mari agarró con fuerza el cuerpo de Anna que trataba de levantarse. Tomás miraba hacia atrás, por encima de su hombro, una mueca de dolor en el rostro, pero sus manos seguían arreando con fuerza al caballo para que el carromato siguiera en movimiento. Sabía que no podían parar. El corcel no sería capaz de transportar el carromato con más peso y tenían que alejarse de allí cuanto antes. Era lo que le había prometido a Pedro, lo que había prometido a Guillermo, que pasara lo que pasara sacaría a Anna de allí con vida y eso era justo lo que pensaba hacer por mucho que le doliera dejar a alguien atrás. 

 

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
El beso de la doncella [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora