Capítulo 9

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Los siguientes días en palacio fueron frenéticos. La reina consorte y la princesa habían anunciado su vuelta para la celebración del tradicional baile de máscaras. Cientos de nobles de toda la comarca habían sido invitados y muchos de ellos se quedarían a pasar todo el fin de semana. Se había contratado personal adicional para la ocasión y el bullicio era incesante para dejar todo a punto para aquella misma tarde en la que empezarían a llegar los primeros invitados.

Los mozos de cuadras limpiaban los establos más cercanos a palacio para poder acomodar carros y bestias de los invitados. Los jardineros podaban con esmero jardines y cenadores para poder disfrutar de las agradables tardes al aire libre. En el interior de palacio, la cocina trabajaba a todo gas como una máquina bien engrasada preparando elaborados platos de aves, jugosas carnes y postres espectaculares e inundando de un agradable aroma los alrededores. Las habitaciones ya habían sido aireadas, se habían colocado sábanas limpias y decorado las estancias con flores recién cortadas. El personal se había trasladado ahora a los amplios salones donde los invitados pasarían la mayor parte de las veladas. Esculturas sugerentes, impresionantes centros de mesa y labrados candelabros de plata eran colocados por las diferentes estancias que acogerían largas cenas y animados bailes.

En medio de aquel bullicio, Anna trabajaba excesivamente nerviosa cometiendo errores poco propios en ella.

- Anna esos centros deben llevar sólo rosas rojas. - la interrumpió una de sus compañeras. - ¿Qué te ocurre? Es la segunda vez que te lo digo nos estás retrasando a todas.

Anna se sonrojó agachando la cabeza.

- Disculpa no sé dónde tengo la cabeza hoy. Ya mismo lo arreglo.

Pero la realidad era que sí sabía dónde tenía la cabeza, en el mismo sitio al que sus pensamientos seguían escapando una y otra vez. Una escena en la que el hijo del duque venía a explicarle que todo había sido un malentendido, que él nunca había dejado que su honra quedara en entredicho y que lo único que deseaba era poder estar con ella. Una escena, por supuesto, fruto de su imaginación y que no había tenido lugar. Nada más lejos de la realidad. Desde aquella noche en la que se habían besado, Anna no había vuelto a saber nada más del hijo del duque, y las últimas noticias que tenía eran aquel desagradable incidente que había tenido lugar en la taberna en el que Pedro la había defendido.

Sonrió al pensar en el joven que la había acompañado cada segundo libre que habían tenido aquellos días. Pedro se había convertido en poco tiempo en uno de sus mayores apoyos y era el único que aquellos días conseguía sacarle una sonrisa. Había algo en su forma de ser que la hacía sentir segura, en casa, como si lo conociera de toda la vida. Habían pasado aquellos días dando largos paseos por los jardines de palacio al caer la tarde hablando de su pasado, sus familias, de sus sueños y aspiraciones, de los miles de lugares a los que querían viajar. En aquel tiempo Anna había descubierto un lado de Pedro que llenaba ese vacío familiar que ella sentía al ser huérfana. La estrecha relación con su familia, especialmente la forma en la que cuidaba de su hermana menor y su esfuerzo y ambición por progresar en el trabajo para darles una mejor vida a sus ancianos padres se habían hecho un huequito en el corazón de la joven.

- Señorita llega usted tarde a nuestro almuerzo.

La voz de Pedro a su espalda la hizo volver de golpe a la realidad. El joven sonreía a escasos metros de ella. La camisa por fuera, el oscuro cabello rizado alborotado.

- ¡No deberías estar aquí dentro! - murmuró Anna acercándose al joven para cogerlo por el brazo y arrastrarlo hasta la salida - Si alguno de los mayordomos te ve con esas botas llenas de barro me harán limpiar todo el piso de nuevo.

El beso de la doncella [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora