Capítulo 24 | Siete Minutos en el Cielo
No había forma de evitar un momento incómodo. Tras un largo e incómodo silencio, Tristán se volvió para apilar las cajas de cartón que habían dejado esparcidas por todas partes. Golpeó con el puño el lateral de una de ellas, tratando de devolverle la forma.
—Adel, ¿puedes ver si se ha roto algo en esa caja en la que pone "copas de vino"?
Sin mediar palabra, Adel cruzó la habitación y cogió una de las cajas que habían tirado al suelo. Sonó y ella hizo una mueca. —Estoy segura de que lo que hay dentro está destrozado.
Tristán echó un vistazo e hizo una mueca cuando se dio cuenta de que llevaba la etiqueta "platos de china". Se la quitó de las manos y lo puso de nuevo en la pila, apilando otra caja encima.
—Si Rosie pregunta, le diremos que no hemos encontrado platos.
Adel se frotó la nuca, escéptica. —Estoy segura de que lo sabrá.
Su expresión no cambió, pero la mirada en sus ojos era pícara. —Si no dice nada, nunca estuvimos aquí.
Adel lo miró de reojo. —Entonces, ¿nos borramos de la memoria todo lo que ha pasado aquí?
Tristán se dirigió al otro lado de la habitación y se detuvo unos centímetros detrás de ella. No se dio la vuelta, pero sentirlo detrás de ella hizo que su estómago girara. Su mano se posó suavemente en la parte posterior de su cabeza, alborotándole el pelo que se le había escapado de la coleta.
—No del todo —le murmuró al oído antes de pasar junto a ella para recoger otra caja.
Adel se puso rígida, pero no pudo contener los agradables escalofríos que le recorrieron la espalda. Una sonrisa estúpida se dibujó en sus labios y tuvo que resistir el impulso de abofetearse a sí misma antes de convertirse en otra de las admiradoras de Tristán.
La puerta se abrió y la criada con la que Adel se había tropezado antes asomó la cabeza por los escalones. A favor de la chica, su expresión rígida y educada apenas registró una reacción ante el repentino desorden del desván y el aspecto desaliñado de sus dos ocupantes.
—Tiene una llamada, señorita Adeline —la chica le tendió el teléfono inalámbrico.
Al instante, el buen humor de Adel se desvaneció y un peso de plomo se asentó en la boca de su estómago. Sabía muy bien de quién se trataba y eso le recordó de nuevo que la vida no era un cuento de hadas y que un beso no resolvía todos los problemas, no significaba automáticamente un felices para siempre.
Sólo pudo mirar a la asistenta y, al cabo de un momento, Tristán cruzó la habitación para cogerle el teléfono.
—Gracias, Hannah —dijo, viendo cómo la chica asentía y tartamudeaba antes de salir.
Se volvió hacia Adel y la observó con ojos oscurecidos. Ella levantó los ojos hacia su rostro y la expresión de él se tensó.
—Cógelo —dijo en voz baja, tendiéndole el teléfono.
En silencio, ella cruzó la habitación y cuando sus dedos se cerraron en torno al auricular, él no lo soltó de inmediato. Su mano se enroscó en la de ella, apretándose brevemente alrededor de su mano, y esperó hasta que ella levantó la vista hacia él.
—No te preocupes —le ordenó.
Ella le devolvió la mirada sin pestañear y su mano permaneció alrededor de la suya hasta que una leve sonrisa irónica asomó la comisura de sus labios.
—Para ti es fácil decirlo —replicó ella, apartándose de él mientras le soltaba la mano y se llevaba el teléfono a la oreja—. ¿Hola?
—Así que ahí estás.
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Los Problemas de Tristán (FA#2)
Teen FictionTristán Harland era el tipo de persona que siempre perdía (las llaves, el amor de su vida...) pero bastaba que quisiese perder algo para no hacerlo, como a esa chica que lo acechó todo su camino desde China. El problema era que esa chica, no era exa...