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Gulf se animó con cada pase un poco más. Y sin darse cuenta, varios minutos después se había soltado de toda la inseguridad y el miedo, y ahora disfrutaba de la potencia que conseguía darle al balón, de la lluvia fina y cargada de aromas a pinos y cedrones que parecían abrazarlo y ... de aquella mirada que hacía que su corazón se saltara un latido.

Pero entonces ... sucedió lo que sucedía siempre. En cada rara e inusual oportunidad que Gulf conseguía sentirse bien, olvidando sus problemas, olvidando el desprecio del mundo y las miradas de juicio que soportaba- y que pesaban mucho más de lo que aquel jovencito podía cargar- la alegría del momento, por lo que estuviera haciendo, acababa siempre enterrada por algún pensamiento de duda ... o de temor.

Gulf se limpió el resto del agua de lluvia de su rostro para ver mejor a ese joven, que a varios metros suyo pateaba la pelota con una técnica excelente. Y sintió su cuerpo entero vibrar. Y sintió una atracción tan fuerte como nunca la había sentido antes. E inevitablemente, se avergonzó de sí mismo. Porque le habían enseñado que sentirse así estaba mal ...

Y sin mediar palabra, dejó pasar el balón que venía hacia él. Tomó su mochila en un arrebato y se alejó corriendo por una callecita lateral cubierta de centenares hojas marrones y cobrizas que se arremolinaban con la brisa suave, perdiéndose en aquel intrincado barrio circular, tapándose la boca para evitar que alguien de alguna de aquellas singulares casas lo sintiera llorar ...porque también le habían enseñado que llorar está mal ...

30 de SeptiembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora