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Charlie

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Charlie...

La lluvia golpea sin tregua las ventanas con un ritmo constante y melodioso, creando un acompañamiento suave pero apremiante. El aire sisea a través de las rendijas de la casa, como un incesante acompañante. No cabe duda de que HillBrock es el pueblo de la lluvia, pues el sol nunca parece asomarse a través de las nubes esponjosas que cubren perpetuamente el cielo, arrojando una tenue oscuridad sobre el mundo que nos rodea.

No obstante, algo en el aire, una extraña sensación, susurra que la lluvia no es lo único que se esconde en este pueblo...

–Te he dejado el vestido colgado en tu clóset, Charlie–, informa el padre James mientras pasa por la sala. Sus ojos y manos se hallan ocupados tratando de acomodar la corbata que cuelga de su cuello, completando su elegante atuendo.

–Gracias, padre–, agradezco aún sentada en el piso, dejando las tarjetas sobre la mesita que adorna la sala.

Mientras tanto, la melodía suave y envolvente del vinilo de jazz comienza a llenar la estancia, creando una atmósfera cálida y acogedora. El sonido de los instrumentos se mezcla armoniosamente con nuestra conversación, añadiendo un toque de sofisticación y calidez al ambiente. Las notas suaves y melódicas parecen danzar en el aire, elevando nuestro ánimo y envolviéndonos en una sensación de serenidad y alegría.

–Recuerda que mañana vendrán varios invitados, ¿has estudiado las tarjetas? –, pregunta mirándome por primera vez desde que llegó de su labor.

–Ya lo hago–, respondo, levantando una tarjeta donde se ha dejado la información que debo repasar para no fallar y evitar que nos descubran.

–Muy bien–, asiente y se dirige a la cocina.

Suspiro.

Nos hemos mudado no hace mucho a este pueblo, es el sexto, no, el trigésimo en menos de dos meses. Nuestra familia es —muy— particular, por lo que no duramos mucho en un solo lugar, pues nuestros secretos salen a la luz y las personas nos juzgan.

–¿Llegarán tarde? –, cuestiono al percibir cuando sale de la cocina y se dirige a su oficina. – ¿Padre?

No hay respuesta, confusa me levanto dejando las tarjetas en la mesita y avanzo cuidadosamente hasta la enorme puerta de madera que me separa de la oficina secreta de mis progenitores, la cual es sumamente reservada. Estiro mi mano para tratar de abrirla cuando la gentil voz del padre Frank interrumpe mi acción, bajando las escaleras.

–¿Todo bien, querida? –, pregunta alisando su traje.

–Oh, yo...–

–¿Listo para partir, cariño? –, inquiere el padre James, acercándose desde la cocina.

Mis ojos se abren impresionados, trago saliva y me alejo de la puerta, sintiendo ojos invisibles a través de ella.

–Por supuesto, debemos llegar temprano para no perdernos el brindis, – respondo con una risilla, girándome hacia él.

–Es cierto–, asiente, acercándose a mí para darme un dulce beso en la cabeza. –No le comentes a nadie, Charlie, y recuerda atender el teléfono; si no somos nosotros, simplemente cuelga, ¿de acuerdo?

–Entendido, padre–, digo aun sintiendo el corazón golpeando mi pecho con ferocidad. La idea de que alguien está en la casa no me deja tranquila, pero no debo decir nada o tendré problemas; no deseo arruinarles la velada a mis progenitores.

–Muy bien, ya es hora de partir, – anuncia el padre James al despedirse de mí. Ambos lo hacen y, con una última sonrisa y un beso, salen de la casa cubriéndose con el paraguas para llegar secos hasta el auto estacionado a unos pasos.

El vehículo arranca y ambos se marchan. Hoy tienen una cena en el ayuntamiento donde el alcalde hablará con ellos, pues nos hemos mudado aquí ante un llamado de su parte.

Pues mi padre James es un arquitecto de renombre y el alcalde lo ha convocado para que le auxilie en la creación de un fraccionamiento privado y así atraer más turistas, incrementando la población y la economía del pueblo que, a primera instancia, parece de esos abandonados —al estilo Chernobyl—.

En cuanto a mi padre Frank, es embalsamador, y por extraño que parezca, es el primero en pisar este pueblo, al parecer aquí no hay muertes o, si las hay, tienen otros métodos para enterrar a sus muertos.

Extraño.

De pie en el umbral de la puerta delantera, me quedo observando a mi alrededor. Una vez más, me hallo sola en esta gigantesca mansión al otro lado del pueblo, rodeada de un denso bosque. Mis progenitores eligieron este lugar con el objetivo de mantener una imagen de estatus y evitar que nadie descubra los secretos que escondemos.

A simple vista, la casa se antoja tenebrosa, con su diseño oscuro y clásico. Pese a que porto conmigo mi collar de protección, aún siento temor, es como un sentimiento de opresión, como si algo me vigilara desde lo más oscuro del bosque e incluso a través de la neblina, y eso se ve descubierto cuando, por el rabillo del ojo, logro vislumbrar una sombra alejarse en el patio lateral. Aferro mis manos aún sobre el collar y dejo que mi mente imagine ese círculo de luz que me ayuda a mantener a las sombras en su sitio.

La lluvia persiste, incapaz de poner fin a su danza interminable. Con paso vacilante, traspaso el umbral de la casa, cerrando la puerta con un tembloroso seguro. Una mezcla de temor y curiosidad me impulsa hacia la cocina, donde la puerta de cristal revela el patio sumido en la oscuridad. Mis ojos se pierden en la negrura del bosque circundante, hasta que una luz carmesí, malévola, se filtra a través del cristal, acercándose con una lentitud espeluznante.

Mi cuerpo se petrifica en su lugar, el corazón retumbando en mi pecho como un tambor infernal. La respiración se torna agónica, abrasadora, mientras un estremecimiento de pavor recorre cada fibra de mi ser. La adrenalina bullecen mis venas, pero no es la clase de valentía que incita a la acción, sino la parálisis del terror mismo.

Enfrento los ojos sin rostro que brillan con un fulgor siniestro, y en un instante de revelación aterradora, comprendo la verdad que me hiela la sangre: los ojos no acechan desde el exterior, sino desde el abismo de sombras a mis espaldas.

Enfrento los ojos sin rostro que brillan con un fulgor siniestro, y en un instante de revelación aterradora, comprendo la verdad que me hiela la sangre: los ojos no acechan desde el exterior, sino desde el abismo de sombras a mis espaldas

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Dante [ NUEVA VERSIÓN ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora