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Charlie

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Charlie...

Mi padre James es un celoso guardián, o al menos así lo percibe Padre Frank. No obstante, sostiene que es preferible preverlo todo a ser sorprendido por lo inesperado.

Hincho mis mejillas en un vano intento por ocultar la fatiga. No es que haya realizado una tarea ardua o haya laborado toda la noche; es simplemente la melodía acompañada del llanto varonil que logra traspasar las murallas de mi aposento.

Contemplo por la ventana a la brillante luna que se alza majestuosa sobre la aldea, iluminando tan solo la mitad de la estancia. Las sombras se proyectan y se alargan, asemejando monstruos dispuestos a asestarme un golpe.

Me giro sobre el lecho, aprecio el cobijo de las amplias cortinas de terciopelo que adornan los cuatro postes, brindándome privacidad al reposar, algo que no he experimentado en al menos seis años.

Aquellos que vislumbran lo que escapa a la mirada común, que captan sonidos ajenos a este mundo y son sensibles a las auras de los seres, somos tildados de insanos, lunáticos o incluso prodigios. Quizá en ello resida nuestro silencio y la extrañeza de nuestro caminar.

La mirada cae al suelo, los pies arrastrándose sin importar la textura del suelo, y el constante temor a la interacción con los demás.

Un estrépito me obliga a incorporarme en la cama. Enfundo las sábanas entre mis puños, blanquecidos por la presión ejercida, y escruto el entorno. Los pasos siguen resonando con ferocidad, indicándome que el estruendo proviene, una vez más, de él, de esa criatura que aún me busca.

Sus gruñidos retumban en el aire, y sé que únicamente yo los percibo. El chillido se torna más intenso y penetrante, obligándome a cubrir mis oídos con desesperación. La cama cede bajo mis pies en cada paso suyo. Trago saliva y, con premura, me incorporo de un salto, sintiendo cómo mis pies se entumecen al contacto con la fría madera, que cruje bajo mi peso.

Al retornar la mirada hacia el lecho, unos ojos resplandecientes se asoman por la abertura que dejó mi salida precipitada, observándome con avidez, provocando un escalofrío que recorre mi ser de pies a cabeza. Un frío penetrante asciende por mi espina dorsal hasta mi mente, enviando punzadas a cada rincón de mi cabeza.

Sin demora, retrocedo un paso, pero esos ojos se acercan de nuevo, asegurándome que cualquier movimiento adicional desencadenará su ataque. Un paso más y la misma escena se repite: sus ojos se acercan. Mordiendo la punta de mi lengua, sin más dilación corro hacia mi tocador, abro el cajón y, al hallar lo buscado, dejo escapar un suspiro de alivio.

—Ipse est pater, visibilium et invisibilium protector, nihil mihi obesse potest, quia anima mea soli est illi,—rezo con la Biblia entre mis manos y el crucifijo que mi abuela me legó balanceándose en mi pecho—Ego eius discipulus sum et ipse magister meus, quandiu ungues eius in umero meo sunt nihil, et nemo mihi dolet.

Sus feroces gruñidos evidencian su enfado.

—Per vim patris arguo te ad Orcum, ubi es, —exclamo al extender mi palma hacia él, logrando arrancarle un aullido horripilante que me hace apretar la mandíbula y retumbar los oídos. Sin embargo, mis últimas palabras lo envuelven en una nube de humo negro, devolviéndolo a su morada—amen, pater.

Respiro agitada mientras ese humo se disipa por la ventana, como si una fuerza lo llamara para reclamarlo de nuevo. Cierro la Biblia entre mis manos y me apoyo en el tocador para guardar todo en el mismo lugar, en el escondite que mi abuela dejó en ese mueble que me regaló antes de partir.

Inclino la cabeza, sintiendo cómo el espíritu retorna a mi ser, al menos hasta que otro ruido me sobresalta de nuevo. Me giro con premura hacia la puerta y diviso una sombra de ojos brillantes. Llevo la mano al pecho y, justo cuando estoy a punto de gritar, la figura emerge de las sombras junto a la bombilla que se enciende.

—¿Por qué estás despierta, querida? ¿Has tenido una pesadilla? —inquiere Padre Frank con una sonrisa, liberando el aire contenido en mis pulmones. Niego y me acerco a él.

—No, tan solo leía—miento, lanzando una mirada fugaz al cajón.

—Oh... —asiente, acercándose para besarme en la frente—Mm, tienes fiebre—frunce el ceño y suspira—Mañana te quedarás en casa, hablaré a la escuela para que descanses.

—No es necesario, padre—suelto casi en un susurro. Quedarme en casa solo significaría seguir escuchando esos extraños ruidos, especialmente con la llegada de ambos—Estoy bien—añado en voz baja ante su notoria perplejidad.

—No era una pregunta, Charlie. Te lo estoy diciendo y...

—Debo obedecer—asiento, humedeciendo mis labios. —Está bien —sonrío.

—Así me gusta, mi hija obediente— vuelve a besarme en la frente y, con una amplia sonrisa, sale de la habitación dejando las luces apagadas. Escucho sus pasos resonar en la madera resonante, y cuando su puerta se cierra de golpe, me permito exhalar.

Regreso a la cama, asegurándome de cerrar bien las cortinas. Acaricio el llavero que porto como protección y, sin más dilación, me recuesto, cerrando los ojos en un intento de conciliar el sueño. Algo que, lamentablemente, nunca sucede.

Ellos no me lo permiten.

Ellos no me lo permiten

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NOTA DE LA AUTORA:

Si te interesa está historia y deseas acompañarme en este hermoso viaje te seré agradecida infinitamente y guardaré en mi corazón cálido.

¡Te amo!

NUEVO CAPÍTULO CADA MIÉRCOLES Y SABADO (PUEDE QUE ME RETRASE O ADELANTE) DISCULPEN MI DEMORA, SOLO QUE EL TRABAJO ME MANTIENE PRISIONERA TODOS LOS DIAS.

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Dante [ NUEVA VERSIÓN ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora