Sentado en el duro suelo, Einar apoyó el costado de su cuerpo contra el poste para que su espalda no rozase la tosca madera. No lo soportaría. Cerró los ojos y dejó que la brisa fresca de la mañana acariciase su rostro. Por un momento se permitió soñar que estaba de nuevo en el bosque, con sus amigos, y que nada de aquello había sucedido; pero el dolor palpitante de su espalda y el de las muñecas atadas con una gruesa cuerda al poste —aunque al menos tenía la longitud suficiente para descansar los brazos sobre el regazo— lo devolvían insistentemente a la realidad.
Abrió los ojos y observó el trajín con el que se afanaban los habitantes de la aldea. Excepto por la diferencia en el aspecto físico, podía haberse tratado de su propio pueblo. Sin embargo, su verdadera patria quedaba muy lejos.
Habían huido de Noruega a causa de las numerosas guerras que Halfdan el Negro libraba con el fin de conquistar otros reinos. Preocupado por su mujer y su hijo, y con más espíritu de comerciante que de guerrero, su padre se había embarcado con todo el clan en busca de tierras mejores. Se habían instalado en Islandia, mientras seguían explorando otros lugares que pudieran ofrecerles nuevas oportunidades. Así era como, meses más tarde, habían llegado a la tierra de Éire.
Observó el camino que el sol había recorrido desde que habían salido por la mañana al bosque y se percató de que debía de ser cerca del medio día. Flotaba en el aire un fuerte aroma a carne asada que provenía del interior de alguna de las cabañas de madera que formaban la aldea. Aunque sentía hambre, aún mayor era su sed. Tenía la garganta seca y dolorida. Apoyó la cabeza contra el poste y cerró los ojos. Ojalá su padre llegase pronto. No ansiaba morir, era demasiado joven. Aún no había luchado en una verdadera batalla ni había recibido la bendición de Freya... ¿o tal vez sí? ¿No había sido por causa de una muchacha que se encontraba ahora en esa situación?
Apenas se había apartado de sus amigos en el bosque cuando escuchó el rumor del agua. Entonces se había adentrado más y más en la espesura en busca del arroyo, mas, en su lugar, se había encontrado con un lago de aguas cristalinas. Y entonces la había visto.
Era preciosa, su cuerpo joven y bien formado, cubierto apenas por la larga melena rojiza que ocultaba sus redondeces. Sonreía misteriosa mientras acariciaba la superficie del agua con dedos delicados. Su piel blanca se teñía de dorado conforme los rayos de sol se iban filtrando entre las copas de los árboles que, como centinelas, guardaban y protegían aquel pequeño santuario.
Su corazón había comenzado a latir con fuerza ante aquella maravillosa visión y se había ocultado un poco más, procurando no hacer ruido. La muchacha se había detenido por un momento, mirando hacia la orilla donde él se encontraba, pero luego su atención había vuelto de nuevo al agua. Durante unos minutos se deleitó con la hermosa imagen, aunque pronto comprendió que era efímera como un sueño, porque ellos dos eran enemigos. Entonces, comenzó a retirarse con especial sigilo para tornar a donde debían encontrarse sus amigos. Sin embargo, antes de llegar hasta ellos, un grupo de guerreros lo rodeó y él se encontró luchando por su vida. Eran demasiados, y no tardó en ser vencido y arrastrado hasta su aldea.
Una sombra oscureció la luz que se filtraba por sus párpados cerrados y los abrió. Se encontró con una mirada curiosa y los ojos más hermosos que había visto en su vida. Eran de un verde intenso, como si la misma naturaleza que los rodeaba se hubiese fundido en ellos. La muchacha le sonrió con timidez y le tendió un recipiente de barro. Einar miró a su alrededor y descubrió que la plaza se encontraba vacía. La cacofonía de sonidos que durante toda la mañana había constituido una melodía de trasfondo había cesado.
—Están comiendo —le dijo ella a modo de explicación—. Pensé que tendrías sed.
Su voz, dulce y serena, le provocó un escalofrío. Tal vez se trataba de una asradi, una sirena enviada para tentarlo, y decidió que por esos ojos y ese cabello, como el fuego del hogar durante el frío invierno, bien valía la pena caer en la tentación. Tomó el jarro y, sin dejar de mirarla, bebió. La frescura del agua alivió la sequedad de su garganta.
—Gracias.
La joven abrió los ojos sorprendida.
—¡Hablas mi lengua!
Einar apretó los labios disgustado al caer en la cuenta de que podría haber usado esa baza con ventaja. Ella no se molestó por su silencio, ladeó la cabeza graciosamente y lo observó con atención.
—¿Por qué me espiabas? —le preguntó.
Las rubias cejas de Einar se arquearon ante esa revelación. Así que la muchacha había sido consciente de su presencia en el lago.
—Eres hermosa —repuso con un leve encogimiento de hombros.
Ella emitió una risa diáfana y cristalina que provocó que su corazón se acelerase.
—Y tú eres un tonto —le respondió con un tono cálido. La sonrisa no abandonó sus labios.
Probablemente lo era, pensó Einar, sin embargo, no estaba dispuesto a admitirlo ante ella.
—¿No te preocupó que pudiera atacarte? —le preguntó en cambio.
La joven negó con la cabeza.
—Sabía que no eras una amenaza para mí, de otro modo, Tirka me hubiera advertido.
Él siguió la dirección de su mirada y abrió los ojos asombrado. A pocos metros de ellos, bajo la sombra de un grupo de arboles, descansaba un enorme lobo. El animal, de abundante pelaje gris, parecía dormitar. Como si hubiese notado que lo miraban, abrió los ojos en ese momento y los fijó en ellos. Unos ojos amarillentos, desprovistos de calidez, que lo miraban con astucia, como si supiera quién era el cazador y quién la presa. Einar tragó saliva. Si hubiera tenido que enfrentarse con él, ahora mismo estaría muerto.
Miró de nuevo a la muchacha, que seguía de pie frente a él. Debía de tener unos pocos años menos que él, quizá diecisiete. Era bonita, con el rostro en forma de corazón y una nariz respingona cubierta de pecas. Los labios finos y rosados parecían contener una perpetua sonrisa y llevaba el cabello flamígero recogido en una gruesa trenza.
Era hermosa, rectificó.
Y era su enemiga.
Apretó los labios con firmeza. Más le valía no entablar ninguna relación con ella. Cuando su padre llegase, habría lucha... No podía permitirse ninguna debilidad. Se aferró a esa convicción como si fuese un escudo.
—Mi nombre es Brianna.
Y con esas cuatro palabras, ella lo desarmó.
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El hijo del Dragón
Historia Corta«Recuerda que solo los cobardes mueren, heridos por la espalda mientras huyen. A los guerreros, como tú y como yo, nos aguarda el Valhalla». Poco sabía Einar a lo que habría de enfrentarse por traspasar los límites de su campamento vikingo, impuesto...