2. El custodio de las almas perdidas

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Cuando abrió los ojos creyó realmente que había sufrido una fractura en la cabeza, pero no había ninguna muestra de sangre o alguna magulladura en su frente, ni siquiera contra la ventana

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Cuando abrió los ojos creyó realmente que había sufrido una fractura en la cabeza, pero no había ninguna muestra de sangre o alguna magulladura en su frente, ni siquiera contra la ventana. Era tan insólita la situación que se levantó al momento de su asiento como ciertas personas que trataban de saber la razón para tal susto por parte del conductor, quien se disculpó por su infortunio actuar por los altavoces y junto a las azafatas comunicó sobre una llanta que estaba a punto de desinflarse debido a la espesa niebla que no lo hizo fijarse en las puntiagudas piedras que obstaculizan la carretera.

Casualmente, en lo que siguió a las personas que empezaron a bajar del autobús y tener que atravesar cuidadosamente la niebla, observó un caserío que comenzó a despejarse cada vez más para ser notorio tal hábitat rural que le hacía saber que tampoco estaba tan perdido como creía.

—Disculpe, ¿cuál es este luga- Ay.

Se tocó de inmediato un lado de la cabeza. Precisamente, el área donde debía tener un hematoma a raíz del fuerte golpe que se propinó. No debía haber dolor cuando aquel incidente nunca ocurrió, ¿o sí? Pero, le dolía. Sentir un repentino mareo atrajo la atención de una amable mujer que lo vio como si fuera uno de sus hijos para ayudarlo a que no se desvanezca en la calle.

Agradeció todo desorientado a la persona que lo asistió sin poder verle bien el rostro, solo escuchaba su voz y podía pensar que era alguna especie de ángel guardián, aunque le echaba la culpa de tal divagación a ese ensordecedor dolor que apenas y lo dejaba prestar oídos a las personas que murmuraban acerca de un accidente. Su visión se volvía cada vez más borrosa que terminó cerrando los párpados y disculpar en sus adentros que la otra persona deba llevarlo a rastras.

Una resaltante luna llena. Pasos resonantes entre las secas hojas de otoño. Una mujer gritando con fuerza. Sangre en las manos y en su vestimenta. Un llanto que le desgarraba la garganta. Una sombra. Una muy oscura y grande silueta que se acercaba cada vez más hacia ella, llevándola a recurrir esconderse detrás de un viejo árbol de olmo con el pánico erizando los vellos de su piel ante tal imponente presencia que hizo despertar a Baek Hyun en el momento exacto que oyó una aniñada voz consultar a una voz no tan adulta sobre si estaba muerto.

—¡No! ¡No está muerto! —exclamó efusivamente aquel niño de apenas ocho años que observó a Baek Hyun estar reaccionando.

—Te lo dije, no está muerto —afirmó aquel adolescente de centímetros más alto que el niño y posiblemente tenga entre trece o catorce años.

—Te lo dije, no está muerto —afirmó aquel adolescente de centímetros más alto que el niño y posiblemente tenga entre trece o catorce años

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