8. ¿Reconciliación?

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Nicolás sigue haciendo cara de drama pero no hay nada que no se cure con unas oncecitas de galleta de brownie y kumis, y luego de un par de pucheros somos de nuevo un equipo. Por eso, en pleno sábado por la mañana, nos enfrentamos al depósito de libros raros de la Biblioteca Nacional.

"Esto podrían haberlo buscado en Google y me ahorraban la venida al centro", refunfuña Adriana. "O en la hemeroteca de la Luis Ángel Arango, mejor". Claro, porque estamos buscando documentación sobre viajes en el tiempo o experiencias paranormales en Bogotá, y para eso tenemos que ir a la hemeroteca de la Biblioteca Nacional que tiene noticias desde el siglo XVIII. Es que antes de la Revolución Industrial la gente tenía mucha mayor tolerancia a lo paranormal y por eso es más fácil que encontremos estos comentarios en periódicos antiguos. Mientras más nos modernizamos, menos creemos en estas cosas.

Nicolás y Adri buscan en los registros de microfilm y yo aprovecho para dar una vuelta. El edificio está más solo que de costumbre, y nadie me va a decir nada si, no sé, buscando el baño, recorro un par de salas de las que permanecen cerradas...

"Qué haces". Nicolás me agarró in fraganti tratando de abrir una puerta.

"Pues eso, paseo".

"Espera traigo la cámara"

La Biblioteca Nacional es el escenario perfecto para retomar las exploraciones, a pesar de que no está abandonada. Es que la tentación es demasiado grande, este edificio está prácticamente solo para nosotros y cómo no vamos a escudriñar hasta el último rincón... "Mientras no me salga Simón Bolívar estudiando cuando abramos la puerta, todo bien"

"Pero tú has estado aquí antes y no te ha pasado nada. Yo misma vine la semana pasada. Y Bolívar tampoco se te va a aparecer porque el edificio es de 1933, más de cien años después de su muerte. Y el man se murió en Santa Marta, entonces si su fantasma está en alguna parte es en la Quinta de San Pedro Alejandrino, todo el mundo sabe eso".

Vamos sala por sala, colección por colección, entre los incunables y los más modernos, pero lo que encuentro realmente emocionante son las colecciones individuales de los personajes ilustres. Estoy paseando por el estante de María Isabel de la Vega, la primera directora de la biblioteca, cuando un tomo me llama la atención.

Es Orlando, de Virginia Woolf, con fecha de publicación de 1928, en la traducción original de Borges y estoy salivando. "Señorita, por favor no toque los libros", dice una voz femenina y sé que es la dueña de los libros que me persigue desde el más allá. No soy capaz de darme la vuelta porque sé que no había nadie más cuando entramos a esta sala y Nicolás me va a matar si le digo que el fantasma de una funcionaria pública me está regañando.

Devuelvo el ejemplar y me hago la loca, sigo mirando los títulos y tarareo alguna cancioncita de radio, cuando llego a los escritorios de referencia.

"Vámonos ya".

"Ahora qué fue"

"Se me acercó una señora con pinta de Miss Tronchatoro y me regañó por andar harapiento entre sus libros", dice Nicolás mientras me agarra del antebrazo y me va halando hasta que salimos al pasillo principal.

De la monja del San Juan pasamos a la encargada de la Biblioteca Nacional. Estamos dando un paseo por los espectros burocráticos de esta ciudad.

"Nicolás, ¿tú me quieres explicar qué es lo que le está pasando a esta ciudad?"

"Me encantaría, pero por ahora solo necesito salir de aquí".

Le mando un whatsapp a Adriana diciendo que me dio dolor de estómago, incluyo un emoji de popó para que me crea, y salimos de la Biblioteca tomados de la mano. La mañana está perfecta como para disfrutar de todos los atractivos del centro, así que cruzamos el puente de la Calle 26 y nos sentamos a la sombra de un árbol cerca del Quiosco de la Luz, en el parque de la Independencia.

"Bueno, pensemos. Nos metimos al San Juan y nos asustaron, eso no tiene nada de raro, a todo el mundo lo asustan en el San Juan. No tanto en la Biblioteca Nacional", empiezo.

"Cierto, pero yo no sentí que me estuvieran asustando, sino más como lo que nos pasó en la morgue, que estábamos en ese salón pero en otra época. Es más, yo me fijé y no había computador en el mostrador, sólo cajones de madera con fichas".

"Tienes razón, yo también lo sentí así, pero viajar en el tiempo es mucho más inverosímil que ver fantasmas, y eso ya es mucho decir, perdóname por no creer en tu teoría de Maria Antonieta".

"Es que yo ahora creo que son las dos cosas".

"Cómo así"

"Bueno, es como si no nos encontráramos con un fantasma de una persona sino con algo que se quedó en la sala donde estamos".

Esto es tremendo. Ahora nos toca buscar a alguien que sepa de física cuántica y nos cuente si es posible que haya bolsillos de tiempo inmersos en otro tiempo, que es lo que propone Nicolás. Es impresionante, siempre que creo que Nicolás es un idiota sin nada de profundidad me sale con un comentario de este nivel. Soy una juez muy dura con este pobre bobo.

"La pregunta, Nicolás, es qué vamos a hacer con esto. Yo quiero ver si se repite en otros lados, me da entre curiosidad y emoción y susto y quiero más. Pero si tú me vas a hacer show cada vez que algo no te gusta y te vas a ir para donde tu mamá y vas a dejar de hablar, mejor me dices de una vez y yo sigo sola. O no, te comportas, y empezamos a buscar más cuartos fantasmas".

"Ay, ya con la cantaleta."

"Deja ya tú el show."

"Pues me voy"

"Chao"

"¿Pueden dejar los dos la pendejada? Me sacaron de mi casa en sábado, me hicieron venir al centro que detesto en fin de semana, me dejaron tirada sin decir nada y ahora otra vez están peleando? No los soporto".

No sé cuánto tiempo llevaba Adriana oyendo la conversación, pero algo me dice que sólo llegó al último coletazo. Como niños regañados, nos quedamos sentados en silencio un rato largo hasta que, muy a mi pesar, se me escurre una lágrima.

Odio llorar en público, y especialmente odio llorar frente a Nicolás, sobre todo cuando recuerdo que, cuando todo esto comenzó, él me llamaba la Popis como si fuera un matoncito de arenera. Si vamos a llegar al meollo de este asunto, he decidido, tengo que ser más fuerte que él.

"Vamos a tomarnos una pola, ya pasó". Y de la mano me monta en un taxi rumbo a Chapinero.

Una historia cursiWhere stories live. Discover now