Camila Vidal, 23 años, estudiante.
Aún recuerdo la cara de mi papá cuando le dije que iba a estudiar teatro. No fue ni rabia ni decepción sino una risa seca. Para él, teatro era hacer el ridículo en televisión nacional. No supe como defenderme porque no sabía que quería. A lo largo de la secundaria, nada me llamó la atención. Desfilaba por las materias sin ninguna que me interesara y no tenía ningún tipo de vocación. Era estúpida para las matemáticas, torpe con las palabras y le temía a la sangre. Necesitaba un comodín.
Y entonces diste con el teatro.
Y esa no fue idea mía, sino de Melisa. Yo no había visto una obra en mi vida ni actuado. Melisa, por su parte, sí fue llamada. Tenía ese carisma que infundía respeto y era muy buena mintiendo. No solo quería ser actriz, sino que también quería utilizarlo como una plataforma política. En un país dónde la mayoría de políticos también salían en televisión, la idea no era tan extravagante. Quería ser como Evita.
Así que apenas supe qué iba a hacer ella, porque me daba tanto miedo enfrentarme a la universidad sola, la seguí sin recelo.
Como sabes, en la Universidad teníamos materias que todos estábamos obligados a ver, sin importar de qué carrera veníamos. Las materias de tronco común. La primera clase que tuve fue una de ellas: Historia del Arte. Con Aguirre. No sé si tuviste clase con ella. Era argentina. Me gustaba su acento.
Ah, sí. La tuve. Casi me deja pero sus clases eran súper interesantes. También nos mandaba textos kilométricos que no me molestaba mucho leer. Ariana se reía por verme batallar con textos de veinte páginas...
Es que veinte páginas para ella no es nada. Ella lee veinte páginas mientras desayuna. Yo por mi parte...
Sí.
Éramos un grupo de cuarenta estudiantes contenidos en una sala azul. Melisa me guardó un puesto a su lado. Melisa me guardó un puesto a su lado. En la pizarra se proyectaban jeroglíficos mientras Aguirre explicaba que nuestra noción del tiempo estaba mal de acuerdo a Walter Benjamín. La letra de Melisa era pulcra, como de caligrafía. Tomaba apuntes con marcadores y post-its. Yo por mi parte me limitaba a copiar todo lo que podía, con un bolígrafo azul, en una libreta.
Me costó tomarle el ritmo a la clase y cuando lo conseguí, se abrió la puerta. Ella entró con descaro, como si la hubiéramos estado esperando. Llevaba un vestido de flores y una de esas maletas de nombre impronunciable. Se sentó al lado de Cassandra... no recuerdo su apellido.
¿Cassandra Marín?
¿La conoces?
Sí.
Bueno, me la quedé mirando como una memoria fugaz. Alguién a quién había visto pero no recordaba de dónde. Cuando caí en cuenta, salté de mi asiento. Melisa lo notó y miró hacia mi dirección. Levantó la comisura de sus labios con desagrado. Ella me notó. Intentó guardar la calma, pero estaba hiperventilando. Intentó tomar con torpeza un cuaderno y un bolígrafo, pero sus manos estaban resbaladizas. Se rindió, y a los diez minutos que había entrado, Ariana se retiró de la clase con la mochila roja en el hombro.
Yo la seguí.
¿Por qué?
Tenía que decirle algo. No sabía con exactitud qué.
Que había cambiado, que era una persona diferente, mejor. Ella estaba al fondo del pasillo, tomó su teléfono. Teníamos el ruido del ascensor que subía y bajaba de fondo. Estiré mi brazo para tocar su hombro y se sintió como una travesía de aquí a la luna. Como puedes imaginar, la asusté aún más.
Claro, invadiste su espacio.
Me dijo que la dejara en paz con una voz débil. Quise decirle algo más y antes de que pudiera disculparme, ella se marchó dejando un llavero que decía "Bruselas" atrás.
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El abismo que nos mira.
General FictionLa novia de Agustín se suicida y él reúne personas importantes de su vida para grabar un documental y resolver una pregunta: ¿Por qué lo hizo?