Te propuse que vinieras porque siempre las veía juntas. No sé que relación tenías con ella, asumo que eran amigas. De seguro tu testimonio será valioso. Además, ya nos conocemos, nos hemos topado en fiestas.
Vacilamos en una, ¿recuerdas?
Eso no es importante para el documental.
Lo sé, pero, ¿lo recuerdas?
Quiero que me hables de Ariana.
Es que no fue una relación muy profunda. Sí tú estás esperando encontrar una epifanía de mi historia, vas a salir decepcionado.
Pruébame.
Solo íbamos de fiesta juntas. Lo nuestro era un medio para un fin. Es por eso que tenemos un montón de fotos juntas.
¿Ubicas a mi primo? Marcos Décker.
Sí, fue profesor de Ariana.
Ya. Ni él ni yo tenemos mucho de ecuatorianos. O sea, Marcos nació así, sin embargo está súper orgulloso de haber pasado más tiempo en el extranjero que en su país. Yo también soy ecuatoriana pese al bachillerato en España, las vacaciones en Santorini, las vacaciones de un día en Miami y la mezcolanza de acentos. Nací y crecí aquí, al menos gran parte de mi infancia la pasé en una urbanización en Sambo.
Que Marcos volviera a un país que despreciaba tan abiertamente, nos sorprendió a todos. Más aún que viniera con Verónica, su esposa de ojos bonitos y rasgos afilados. Lo habían contratado en nuestra universidad por su gran trayectoria... de un libro. Daría un par de talleres de narrativa y un seminario de Bolaño.
Y así fuimos todos a parar en el mismo lugar.
Fue idea de él. Me dijo que si estaba aburrida, siempre podría sacar una licenciatura. Bueno, lo dijo porque no me creía capaz y me lo tomé como un reto.
La idea me gustaba, sin embargo, había un pequeño problema: No tengo talento. Para nada. Para las garras de la academia yo era inútil.
Mi papá era curador y pintor, veía cuadros cubiertos de garabatos y los arrancaba hasta la última gota de vida. Defendía a diestra y siniestra instalaciones de arte que parecían basura. Lo hacía con el corazón. Mi mamá, por su parte, tenía el talento de ser bonita: en el teatro, en la cocina, en el hospital, en su cama. Dentro y fuera de los lentes de la cámara.
Yo solo era bonita en internet. Tampoco era tan intelectual como Marcos. Era Cassandra Marín, tenía 30 mil seguidores en Instagram. Poco se espera de mí excepto GRWM y storytimes. O posar los fines de semana con personas aleatorias junto con la botella más cara que encuentre en la disco.
Pero encontraste un talento, caso contrario no hubieras entrado.
Ajá. Quería ser alguien más. Alguien que servía para algo, en la medida en la que el arte podía ser útil.
Escogí mi carrera por descarte. Me debatí entre Artes Visuales y Teatro. Después de mucho reflexionar, me quedé con la última. La fotografía era más que ponerle filtro a imágenes. En el programa de Visuales tendría que aprender a pintar con óleos y esculpir. No me veía capaz. Conocía mis limitaciones.
Mis padres apenas levantaron las cejas cuando les dije que apliqué a la U. Confiaban en mí, lo cual era raro.
Y entraste.
Obviamente. Recuerdo haber ido el primer día de clase con un par de libretas en mi bolso, un termo y bolígrafos nuevos porque no había escrito nada desde que me gradué de secundaria. Ese día me había levantado con resaca y conduje medio dormida para allá. Ya en clase batallaba por prestar atención mientras mis amigos bombardearon mi chat para ir a beber más tarde. Era un martes laboral.
Aquí es cuando Ariana Kort entró al grupo. Entró sin saludar a nadie, y se sentó a mi lado. Me pidió una pluma y preguntó por mi nombre. Cassandra, Cass. Teatro. Ariana, literatura. Y reanudamos la soporífera clase.
A mí se me dificulta prestar atención cuando me lo piden. A lo mejor es culpa del teléfono. El mundo está lleno de estímulos que no se callan nunca y he aprendido a ceder ante ellos.
De casualidad, ¿esa no fue la clase de Aguirre?
Sí, esa mismo. ¿Por qué?
Creo saber como termina esa historia.
Bueno, me pidieron que diera mi opinión por primera vez en siglos y mi voz tembló para decir alguna tontería que no tenía ni pies ni cabeza. Las letras me saltaban. No era la única pasándolo mal. Ariana saltó desde su asiento. Le pregunté si estaba bien, pero no respondió, entonces me concentré con lo mío, tratando de erradicar el sueño de mi cuerpo. Detrás de mis párpados, mis amigos danzaban como la noche anterior. Ariana vuelve a saltar y a levantarme. Llegué a pensar que tenía una condición médica. No. Se fue por las mismas que entró. Rara.
¿Nunca supiste por qué se salió?
Ah, yo lo sé todo. Pero vamos por partes.
Recuerdo en la tarde haber almorzado con Marcos en un lugar de sushi. Verlo con su maletín y la camisa planchada me dio risa. La manera en la que lucía profesional, como alguien serio. Alguien serio que solo habla de sí mismo y te deja de hablar si le dices algo malo sobre su novela. Me preguntó si haber pisado la universidad no me había dejado con migraña, yo por su parte le pregunté: ¿Qué tal tu primera clase, Borges? Se quejó de sus estudiantes, que parecían parados en el limbo, los pobres.
Solíamos pasar mucho tiempo juntos pese a que no nos aguantábamos. Creo que era la obligación moral de ser familia. Le hablé de que aún no tenía amigos y ya estaba preparando algunas estrategias para acelerar el proceso. Les hablaría, les invitaría a fiestas y les compraría cosas. No sé hacer amigos de otra manera.
Si la gente se divertía conmigo, vería una motivación para aguantarme.
¿Se la aplicaste a Ariana?
Ajá. También le pregunté a Marcos si era una de sus estudiantes pero todavía no se habían conocido formalmente. Eran sus últimos días de paz.
ESTÁS LEYENDO
El abismo que nos mira.
General FictionLa novia de Agustín se suicida y él reúne personas importantes de su vida para grabar un documental y resolver una pregunta: ¿Por qué lo hizo?