Parte 3: La Noche Oscura

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Tras escapar del baño que parecía un portal a lo desconocido, me vi atrapada en una pesadilla que se negaba a soltarme. El tiempo mismo había perdido su lógica; al cruzar la puerta del inquietante aposento, la tarde había cedido ante la negrura de la noche. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal mientras intentaba comprender cómo tan solo cinco minutos en ese rincón macabro habían alterado el curso del tiempo. La situación se volvía cada vez más incomprensible y horripilante.

Mis pasos se volvieron automáticos, impulsados por el terror que me había sacudido en el baño. La mayoría de mi familia ya se encontraba en sus autos, listos para abandonar ese pueblo maldito. Afortunadamente, mis hermanos y cuñados, presos de la preocupación y el aguardo, aún permanecían. Juntos, emprendimos una marcha apresurada por el empedrado de aquel lugar extraño, con la inquietante iglesia a nuestras espaldas.

Era una escena sacada de una pesadilla; las calles estaban desiertas, sumidas en una oscuridad asfixiante, y una densa niebla flotaba alrededor de nosotros. La ausencia de vida, el silencio sepulcral y la niebla conspiraban para crear una atmósfera de angustia. No había señales de actividad humana, como si el pueblo hubiera sido abandonado por completo.

Fue entonces que, sin previo aviso, el aire se llenó con el sonido de un grito espeluznante. Mi corazón dio un vuelco en mi pecho, y volví a mirar a mis hermanos, buscando confirmación. Sus rostros reflejaban la misma inquietud que sentía. Mis palabras apenas lograron salir de mi garganta en un susurro tembloroso al preguntarles si escuchaban ese aullido atroz. Asintieron con el temor marcado en sus ojos, pero ninguno pudo proporcionar una explicación.

Con cada paso que dábamos, los gritos se intensificaban, y se desdoblaban en una sinfonía infernal. Varios lamentos se entrelazaban en una cacofonía aterradora, reverberando por las callejuelas sombrías y llevando consigo un eco sobrenatural. Eran voces que no parecían pertenecer a este mundo, sonidos distorsionados y ensordecedores, que se desdoblaron en un coro de pesadilla. 

Los gritos eran aterradores. Los lamentos se entrecortaban, como si las voces se desgarraran, dejando un eco inhumano que helaba la sangre. A medida que los alaridos escalaban en intensidad, mis hermanos y yo nos aferramos a la desesperación, corriendo ciegamente para escapar de ese lugar siniestro.

El caos reinaba a nuestro alrededor mientras los gritos nos perseguían en nuestra huida frenética. Sin previo aviso, mi hermana tropezó y cayó al suelo. La luz de la luna iluminó el terror en sus ojos, y antes de que pudiera reaccionar, mi cuñado la levantó apresuradamente. Seguimos corriendo, cada uno de nuestros pasos inundados de pánico y desesperación, pero no se escuchaba más que el clamor interminable de los lamentos.

Y entonces, sin advertencia alguna, la oscuridad se cerró sobre mí, como si un manto descendiera desde el cielo, y la conciencia se desvaneció en el abismo, dejándome a la merced de las sombras. Mis recuerdos se esfumaron en un abismo sin fin, dejando solo una profunda incertidumbre de lo que yacía más allá de la oscuridad. Mi mente se apagó, sumiéndome en el abismo de lo desconocido, sin imaginar lo que sucedería luego.

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