Parte 4: El Despertar

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Desperté en un lugar extraño, con la mente envuelta en una bruma de confusión. Mis ojos se abrieron lentamente, y lo primero que vi fue un techo blanco que parecía iluminado por una luz tenue. Al girar la cabeza, me encontré con el rostro de mi madre, que irradiaba felicidad y alivio. Su sonrisa era un bálsamo en medio de mi confusión.

Mientras mis padres me rodeaban, las lágrimas inundaron sus ojos. Sus abrazos eran como un escudo de amor y preocupación. El alivio se entrelazaba con la emoción, y sentí el nudo en mi garganta mientras intentaba comprender lo que estaba sucediendo. ¿Dónde estaba? ¿Qué había ocurrido?

Con voz temblorosa, me atreví a preguntar a mis padres qué estaba pasando. Su respuesta fue una revelación escalofriante que me golpeó como un martillo. Según sus palabras, habían transcurrido cinco días desde que mis hermanos, cuñados y yo habíamos abordado un vehículo y avanzábamos por la carretera que nos llevaría de regreso a nuestra ciudad. Pero en un giro inesperado de los acontecimientos, habíamos chocado con un camión en una curva cerca de la entrada de nuestra ciudad.

El impacto había sido brutal, y sus consecuencias, devastadoras. El coche en el que viajábamos quedó destrozado, y mi mente se negaba a aceptar la realidad de la situación. Mis padres, con lágrimas en los ojos, continuaron relatando la trágica historia. Mis hermanos y yo habíamos sufrido lesiones graves y habíamos quedado en coma debido a la magnitud del accidente.

La conmoción se apoderó de mí, y mis pensamientos se volvieron un torbellino. Las imágenes del pasado, del pueblo tenebroso, del baño siniestro, los lamentos sobrenaturales y el cuchillo sangriento, todo parecía una pesadilla de la que no podía despertar. La realidad se mezclaba con la pesadilla, y mi mente luchaba por discernir entre lo vivido y lo imaginado.

Mis padres, ansiosos por mi recuperación, me rodearon con amor, pero también con una profunda preocupación. Sus ojos revelaban el tormento que habían experimentado durante esos cinco días angustiosos en los que sus hijos habían luchado por sus vidas. Las lágrimas de alivio se mezclaban con la tristeza por los que aún permanecían en coma. La habitación del hospital se convirtió en un crisol de emociones, donde el miedo y la esperanza bailaban una danza caótica.

A medida que me adentraba en la realidad de lo que había ocurrido, un escalofrío recorría mi espina dorsal. Mis hermanos seguían en un estado crítico, en un profundo sueño del que tal vez nunca despertarían. Mi recuperación había sido más rápida debido a un pequeño golpe en la cabeza.

Las sombras de ese lugar, y los gritos espeluznantes parecían perseguirme incluso en mi recuperación. La oscuridad de aquel pueblo tenía un alcance mucho mayor de lo que jamás hubiera imaginado y mi obsesión por comprender lo ocurrido y encontrar respuestas me consumía.

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