No supe qué me había impulsado a hablar con la camarera de nariz roja, aunque sí por qué había vuelto a la cafetería. No era por ser egocéntrico ni alardear, pero tenían un cuadro de mi cara en la pared del local, y me llamó la atención que se llamara como una de nuestras canciones, motivo principal por el que entré el día anterior. Me impactó ver el retrato allí, aunque me sorprendió más la reacción del personal, porque me había esperado lo de siempre: gritos y halagos. Pero aquella mujer, pese a que me conocía, me dio algo que hace años que nadie me daba, un regalo valioso, el mejor que podría haberme ofrecido un fan: paz. A pesar de llevar casi una década en el mundo de la música, estaba acostumbrado al ruido, a no tener ni un atisbo de tranquilidad, salvo para estar en el baño. Me molestaban los flashes, me incomodaban los halagos, me irritaba que me señalaran por la calle, que me pararan, que me desearan. No quería ser desagradecido, pero había entregado mi vida a mi público y aquello me pesaba.
Pero allí estaba de nuevo. Era mi cara y quería verla, a pesar de que las redes sociales estaban llenas de retratos míos, de fotos, de vídeos... En todas partes y a todas horas, mi cara era lo que más conocía de mí mismo. A veces no, a veces solo era un rostro extraño, un reflejo de mí, un ego diferente: guapo, exitoso, querido, deseado, rico, famoso. Yo solo era un artista que expresaba mi amor a través de la música, pero muchos no veían eso, y quería comprobar qué veía ella, cuál era la proyección que tenía sobre mí.
Le dediqué una amplia sonrisa y me miró seria. Eran los ojos más expresivos que había visto en mi vida. Los labios le temblaron, asomó los dientes, nerviosa. Abrió el cuaderno y lo empujó hacia mi lado del mostrador. Me incliné para mirarlo, acaricié el tacto del papel y seguí el trazo de la tinta y el grafito sobre el blanco. Eran mis ojos, mi cara, mi boca, mis lunares...Era yo. Pero diferente.
—¿Qué ves? —me dijo.
La pregunta del millón.
No supe qué era lo que ella veía en mí, de mí, cuál era la repercusión de mi persona. Supuse que admiración. Pero en sus trazos había firmeza, determinación, entrega.
—Pasión —respondí al final.
Escuché un leve suspiro, quizá esperaba una dura crítica o un millón de halagos. No lo supe a ciencia cierta, pero aquel dibujo me llegó. El mero hecho de ser yo el retratado decía mucho, yo le inspiraba y aquello me llenaba de satisfacción.
—Me encanta, eres muy buena —rompí el silencio tras el sonido de su cuaderno cerrándose con brusquedad bajo sus pequeñas manos manchadas de tinta y pintura reseca—. ¿Te dedicas a dibujar?
—No del todo —respondió indecisa.
—¿Ese cuadro es tuyo? —Señalé el lienzo que lucía en la pared lateral de la enorme cristalera de la cafetería, que se veía reflejado en el espejo de detrás de la barra. Era imponente, hermoso, fascinante, con una paleta de colores con tonos azules y morados. Simplemente espectacular, y no porque mi cara estuviera allí.Deseé que lo hubiera pintado ella.
—Sí —habló con cierta timidez—. Mi compañera y yo somos fans de Dynamite.
Sonrió ante su confesión y yo le devolví el gesto.
—¡Es bueno! —exclamé—. ¿Podrías pintar otro igual para mí? —Abrió los ojos como platos y sus mejillas se sonrojaron.
Había visto aquella expresión en millones de caras, en la emoción de conocer a tu ídolo; pero su silencio, su paz, su gesto y el brillo de sus ojos apagados me reconfortó el alma. Lo que hice a continuación, aunque se tratara de una locura, era lo mínimo para agradecerle aquel egoísta sentimiento de satisfacción que me invadía.
—¿Te apetecería tomar un café conmigo mientras hablamos de arte?
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Como una flecha en el cielo azul (Disponible en Amazon)
RomanceLaia ha fracasado en todos los ámbitos de su vida y se encuentra estancada en un trabajo de camarera que detesta. Su aspiración es dedicarse a la pintura y está dispuesta a aprovechar la oportunidad que se le presente para lograrlo. Daehyun tiene to...