prologo

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Sí, lo recordaba.

Pero lo recordaba de la misma forma en la que recuerdas un juguete de la infancia, una película que viste hace años o una persona con la que entablaste una conversación en el parque.

Intentaba ignorarlo, olvidarlo, borrarlo de su mente, pero siempre le sucedía lo mismo.

Caminando sin rumbo siempre terminaba llegando a todos los lugares donde su amor ardió.

Aquel parque donde jugaron con las hojas secas en otoño.

Aquella plaza donde fueron a patinar en hielo en invierno.

Aquella montaña donde recogían flores en primavera.

Aquel techo de su casa donde se recostaban a ver las estrellas en verano.

No podía evitar sentirse melancólico, tantas cosas vividas en aquellos miserables 26.55 km².

Una ciudad tan pequeña donde se vivió un amor tan grande que ninguno lo supo manejar.

Había intentado ir a visitarlo, lo había intentado demasiadas veces cómo para acordarse de la cantidad exacta, pero nunca pasaba de la estación de tren.

Las dudas e incertidumbre llenaban su mente siempre que se encontraba de pie en el andén. 

¿Y si lo había olvidado?

¿Y si ya no se encontraba ahí?

¿Y si no quería verlo?

Se sentía un cobarde.

Ambos habían hecho hasta lo imposible por su amor para que todo simplemente terminara de esa trágica forma.

Y ahí estaba él, lamentando haber perdido al amor de su vida, aquel muchacho medio loco de ojos marrones y apagados.

Y ahora esto es lo único que queda de ellos, un triste y bello recuerdo de dos locos que se amaron como nunca.

Sí, lo recordaba.

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