CAPITULO 7

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Conduje a casa desde el campus presa de un extraño aturdimiento. Apenas recuerdo el momento de entrar a mi apartamento, pero no tardé en conectarme a instagram, una vez más, para fisgar en la página de la señorita Kim. Había actualizado su estado hacía escasos minutos.
¡¡¡Concierto en L. A.!!! ¿L. A.? ¿En Los Ángeles? ¡Qué locura! No daba crédito. La señorita Kim había comentado que tenían «un buen camino» por delante, lo cual era un tremendo eufemismo. Los Ángeles se encontraba a seis horas en coche, por poco tráfico que hubiese. La idea de que la señorita Kim realizara semejante trayecto en coche únicamente en compañía de las otras dos chicas me disgustaba terriblemente. ¿Acaso no la preocupaba su propia seguridad? Tendrían que hacer paradas en áreas de servicio durante el trayecto, y seguro que esos sitios estaban plagados de escoria. ¿Es que no le basta con ir a un concierto aquí en San Francisco? En mi opinión, nadie en sus cabales conduciría seis horas de un tirón con tal de asistir a un espectáculo de dos horas. 

Bueno, yo daba por sentado que duraría aproximadamente dos horas, pero en realidad lo ignoraba, ya que hasta la fecha no había ido a ningún concierto de rock. Hasta había comentado que iban a dormir en el coche. ¿Tenía por costumbre hacer ese tipo de cosas? ¿Por qué en vez de eso no reservaba una habitación en un hotel? Si yo tuviera previsto salir de la ciudad, bajo ningún concepto me plantearía pasar la noche en el coche. Encima, también había mencionado que volverían al día siguiente con resaca, de modo que era conveniente que ninguna condujese después del concierto en vista de que iban a beber. Reflexioné sobre su ofrecimiento de que pasase por su casa al día siguiente por la noche. Casi con toda seguridad ella no contaría nada a sus amigas de la universidad si me presentaba allí de nuevo, pero ¿qué sentido tendría, en realidad? No me caía bien. La manera en la que se había encarado conmigo por mi falta de espíritu aventurera en la vida me había jodido y deseaba que se me ocurriese algo como contraargumento. ¿Tienes un gusto pésimo para la ropa? No, porque seguramente se habría burlado de la mía como Rosé. ¿Qué pelo más horroroso? No, demasiado infantil. ¿Eres más terca que una mula? No, casi seguro que se enorgullecería de eso. ¿Eres mala en la cama? Un «no» rotundo. Jamás sería capaz de mentir de manera tan convincente. 

Suspiré, apagué el ordenador y seguidamente puse música clásica y me tendí en el sofá con el propósito de echar una cabezadita. Tenía que ir a casa de mis padres en unas cuantas horas y no había dormido muy bien la noche anterior. Aunque me había abstenido de comer antes de acostarme, había revivido los sueños de la noche previa con toda nitidez. Me había despertado adolorida por la excitación, con imágenes revoloteando en mi cabeza en las que la señorita Kim y yo aparecíamos en diversas posturas comprometedoras. Cansada y de mal humor, pasé las dos horas siguientes en el sofá, dormitando con el sonido de violines. Al llegar a casa de mis padres seguía de un humor de perros. Ver el coche de mi hermana aparcado en el camino de entrada no hizo más que empeorar las cosas, dado que sabía que casi con toda seguridad no cejaría en su incesante pitorreo sobre la señorita Kim. Albergaba la esperanza de que al menos guardase el secreto en presencia de nuestros padres. No tenía ninguna gana de arrancarle la cabeza en medio de la cena. Por otro lado, con eso daría la impresión de que su mofa tenía ciertas dosis de verdad. La decapitación quedaba totalmente descartada

-Hola, cielo "dijo mi madre, risueña, al abrir la puerta" -¿Cuántas veces tengo que decirte que entres directamente y que no llames al timbre como si fueras un desconocida?

-Perdona, mamá
"farfullé, y le di un abrazo. Me quité el abrigo y me acompañó al salón, donde Rosé y mi padrastro, Richard, ya estaban sentados. Richard y mi madre se habían conocido en un grupo de apoyo para viudos cuando yo tenía trece años. Tras varios meses de relación, Richard y Rosé se mudaron a nuestra casa, y poco después Rosé y yo pasamos a ser hermanastras. A decir verdad, tardé un tiempo en aceptar a mi nueva familia. Todavía echaba de menos a mi verdadero padre, un hombre al que no pude conocer a fondo, pues murió de un fulminante paro cardíaco a los treinta y ocho años. Por muy feliz que hicieran a mi madre, yo estaba totalmente decidida a odiar a los dos intrusos. Pero me resultó imposible sentir antipatía hacia Richard, que nunca me presionó para que fuera más activa o me interesase en el deporte. Al parecer entendía mi necesidad de un espacio de soledad cuando me encerraba a cal y canto con los libros y discos de mi padre, escudriñando sus recuerdos. 

Tú y Yo nivel principiante / Avanzado (Jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora