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—¿Diga? —pregunto tan pronto como descuelgo el teléfono.

—¡Yaiza! Gracias, gracias... —La voz de Thiago suena temblorosa, y habla en voz baja.

—¿Qué pasa?

—Necesito tu ayuda, muy, muy, muy urgentemente. —Hace una pausa antes de seguir hablando—. Me han secuestrado.

—¡¿Qué?! —exclamo sin poder contenerme.

—Calla, que nos van a oír.

Respiro hondo tratando de procesar la información.

—¿Has llamado a la policía?

—No; hace tiempo que sospecho que Logan tiene a la policía comprada.

—Y ¿por qué tienes un móvil si te han secuestrado?

—Se le cayó a uno de los secuestradores y me lo he quedado.

No puedo evitar poner una sonrisa de orgullo. «Tan tímido para algunas cosas, pero se atreve a robar un móvil...».

—¿Dónde estás?

—No lo sé... Estoy encerrado en una habitación oscura, sin ventanas ni muebles.

—Ves hacia la puerta. ¿Tiene pestillo? ¿Hay alguna rendija de luz? ¿Puedes identificar el material?

Él se queda en silencio unos segundos, probablemente inspeccionando la puerta.

—Creo que es de madera. Parece pesada; no hay pestillos por dentro, y hay una rendija bajo la puerta. Lo justo para no estar en completa oscuridad.

—Vale. ¿Qué hay de las paredes? ¿Son de madera también?

—No, son de ladrillos.

—¿Cómo de grande es la habitación?

—No mucho... Parece un cobertizo. Hay algunos percheros colgados en la pared.

—¿Hay rastros de tierra en el suelo?

—Eh... Sí, el suelo está manchado de barro.

—¿Barro? Así que estás en un cobertizo de ladrillos, sin ventanas y con una puerta de madera, en una zona con barro... ¿Qué hay de los secuestradores? Descríbemelos.

—Llevaban pasamontañas los dos. Eran bastante altos y musculosos, y... Creo que he escuchado sus voces antes.

—¿Sabes de dónde las reconoces?

—No estoy muy... —Se queda callado de golpe.

—¿Qué pasa?

—Viene alguien, tengo que colgar. Yaiza, por favor sácame de aquí. —La desesperación es notable en su voz.

Se escucha una puerta abrirse de golpe y luego unos gritos. Hay una voz de hombre que deduzco que pertenece a uno de los secuestradores, y a decir verdad a mí también me resulta familiar. La llamada se corta.

Hago el esfuerzo de rebuscar en mi mente dónde he escuchado esa voz antes. Si los dos la reconocemos, tienen que pertenecer a alguien que los dos nos hayamos encontrado. A pesar de eso, soy incapaz de deducir quién es el dueño de la voz.

Inmediatamente entro en la lista de contactos de mi móvil. Sé quién puede ayudar a Thiago, y por mucho que odie recurrir a esa persona, esta es una situación crítica. Llamo a Nicklas, mi exnovio policía.

Después de varios tonos, él atiende la llamada.

—Yaiza. Cuando te dije que podías seguir llamándome, no me refería a que me llamaras a las tres de la mañana.

Nueva vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora