Capítulo 2: Amistad

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Era una mañana normal en la ciudad, Ana era despertada para ir a clases, aunque iba obligada, no rechistaba a la hora de cumplir con sus obligaciones. Ella se sentía mas cansada de lo habitual, parece que el partido de ayer le pasó factura. Pero bueno, como buena niña mexicana, sin importar que llueva, truene, nieve o te duelan las piernas, debes asistir a clases.

Ella era llevada a la escuela en auto, aunque el viaje fue algo breve, aprovechó ese pequeño lapso de tiempo para cerrar sus ojos

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Ella era llevada a la escuela en auto, aunque el viaje fue algo breve, aprovechó ese pequeño lapso de tiempo para cerrar sus ojos.  Cuando el auto llegó a su destino, ella simplemente se bajó del auto y con un beso, se despidió de sus padres.

El día todavía ni empezaba y Ana ya quería irse a casa, pero no tenía de otra, tenía que acabarlo, aunque le costara la vida. Ella asistía al Primaria Hidalgo, una de las escuelas mas antiguas de la ciudad, casi un patrimonio de la misma. Mientras se acercaba a la entrada, podía ver como los niños atravesaban la puerta para ingresar a ese pequeño martirio, aunque ella sabía, era importante.

Una vez dentro, se encontró con Fernanda, quien ni corta ni perezosa se le acercó e iniciaron una conversación. 

— ¡Hola! ¿Dormiste bien esta noche? — dijo Fernanda acercándose a Ana

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— ¡Hola! ¿Dormiste bien esta noche? — dijo Fernanda acercándose a Ana.
— Sí... pero me duele mucho el cuerpo... 
— ¡Ja, ja, ja! Me imagino — Lo dijo mientras abrasa a Ana. — Tú solo aguanta.
— Lo bueno es que hoy no tendremos educación física...
— Te oyes muy cansada, no te vayas a dormir en clase que la maestra te va a regañar.

Juntas se fueron a clase. Para Ana, fue casi un verdadero martirio mantenerse concentrada, pero pudo apañárselas para permanecer despierta hasta el recreo. El timbre que anunciaba la pausa sonó, y las dos amigas se apresuraron a salir al patio de la escuela.

— ¡Finalmente, recreo! — exclamó Ana con alivio. — Necesitaba un descanso de esas clases interminables.
— Ja, ja, ja, te entiendo. Las clases de la mañana pueden ser eternas — respondió Fernanda mientras se dirigían hacia un lugar tranquilo para comer. — Pero ¿sabes qué es lo mejor del recreo?

— ¿Qué es lo mejor? — preguntó Ana con curiosidad.

Fernanda sonrió y miró a su amiga con complicidad.

— El tiempo para disfrutar de estas delicias, ¿no crees? — dijo con una chispa de emoción en los ojos sosteniendo un torta de jamón*.

* Torta de Jamón: Si conoces el Chavo del 8, sabrás de lo que hablo. Si no, es básicamente un sándwich/emparedado, en un tipo de pan especial llamado bolillo o telera.

Ana asintió con una sonrisa, recordando el día en que se conocieron en este mismo patio en educación física a inicios de este año.

Ese día, estábamos en educación física, después de los ejercicios de calentamiento, el profesor nos dio balones para que jugáramos y vi como un grupo de niños ya estaban jugando futbol y quise unirme a ellos. Pero ellos se negaban rotundamente.

— Ja, ja, ja. ¿Cómo crees que vamos a dejarte jugar?— decía uno de esos niños.
— No harás mas que estorbarnos.

Me sentí desanimada por la respuesta de los niños, pero no me iba a rendir tan fácilmente. Sabía que tenía habilidades en el fútbol y estaba decidida a demostrarlo.

— Déjame intentarlo. Puedo jugar tan bien como ustedes, ¡lo prometo! — les rogué.

Los niños se miraron entre ellos, y finalmente uno de ellos, con una sonrisa burlona, aceptó:

— Está bien, juega un rato, pero si nos haces perder, ¡te echarán de inmediato!

Yo emocionada, me uní a su equipo y jugamos un rato y vieron como ganamos de manera aplastante al otro equipo de niños. Al final de este, un grupo de niños del otro equipo se me acercó y empezaron a acosarme.

— Nos hiciste quedar en ridículo... — Dijo un niño acercándose a mi de una manera un poco agresiva
— Yo sólo... — decía con voz temblorosa, tratando de justificar mi participación.

Pero antes de que pudiera decir algo más, me tomaron del cuello de mi blusa.

— No me importa que seas una niña, me las vas a pagar... — dijo el niño con planes de golpearme

Yo solo me limité a cerrar los ojos, pero escuche a lo lejos como alguien le decía algo a esos niños.

— ¡Déjenla en paz! — exclamó Fernanda, con determinación en sus ojos. — Muy valientes molestan a una única niña cuando son mas que ella que está sola. ¡A ver! Métete conmigo si te atreves.

Los niños acosadores se quedaron sorprendidos por la valentía de Fernanda pero no se detuvieron en sus planes.

— No te hagas la heroína, niña nueva — respondió uno de los acosadores con burla. — Esta tonta nos hizo quedar mal, y se merece un castigo.

Fernanda estaba lista para defenderme, pero la situación se volvía cada vez más tensa. Afortunadamente el profesor vio lo que estaba pasando y detuvo a tiempo el problema. Una vez que los niños se fueron me acerque a ella.

— ¡Muchas gracias! — le dije con gratitud en mi voz, aliviada de que ella hubiera intervenido. 

Fernanda me sonrió y se acercó a mi diciendo:

— De nada. De veras que no podía dejar que ellos te hicieran daño
— Por cierto, me llamo Ana. ¿Y tú?
— Me llamo Fernanda — dijo mientras me lanzaba una sonrisa con mucha confianza.
— ¿Quieres ser mi amiga?
— ¡Sí! — Dijo mientras me daba un abraso y me revoloteaba el cabello.

Desde ese día, pasamos los recreos juntas, jugamos futbol e incluso me enteré que vivías cerca de mi. Era ya casi una costumbre los fines de semana jugar en unas canchas cerca de nuestras casas y además de

— ¡Tierra llamando a Ana! ¿Estás bien? Ja, ja, ja.

Ana se había metido demasiado en sus pensamientos. Y sonrojada respondió al llamado de Fernanda.

— Sí, perdón. Ja, ja, ja. — dijo Ana con vergüenza y la cara roja como tomate.

Ambas con risas, pasaron bien el resto del recreo. El timbre sonó y era hora de volver a las aulas. Ana con una cara mostrando su deseo de que el recreo sea eterno, regresó de mala gana. El día pasó, y ambas fueron recogidas por sus familias y fueron a casa. Donde por internet siguieron hablando por un largo rato.

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