la plataforma 9¾

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Grace Hollow

Cuando atravieso la columna de ladrillos, el aroma y los colores me golpean, trayendo a mi mente momentos resguardados en el tiempo. Recuerdo que en mi primer año cerré los ojos y caminé hacia adelante con miedo de lo que pasaría al atravesar esta misma pared. En el segundo año fui con más tranquilidad, pero aún con los ojos cerrados. Luego en el tercer año corrí con los ojos abiertos y casi golpeo a alguien que estaba del otro lado.

Observo alrededor mientras recorro la plataforma, el lugar está poblado de brujas y magos, me tomo el tiempo de apreciar cada detalle que se encuentra. Llama mi atención cuantos padres se despiden de sus hijos con un beso en la frente, un sentimiento amargo se intala en mi garganta y me da comezón en los ojos. Pero no me detengo a pensar mucho en eso, voy directo a la entrada del tren.

—Permiso. —pido a dos niñas que caminan lento inmersas en su conversación, pero al escuchar mi voz se mueven para dejarme un espacio entre ellas. — Gracias.

Al subir los escalones mis bolsos se sienten más pesados, quizás me excedí con la cantidad de ropa que empaqué. Solo espero no pasar frío, lo odio.

Mientras camino por el estrecho pasillo, en los primeros vagones escucho que están repletos de pequeños revoltosos y gritones. Sus voces agrietan las paredes aun con las puertas cerradas, dejándome oír gran parte de su conversación.

—Antoni, no seas idiota.

—Claro. El sombrero seleccionador no te va a comer —continúa otra voz.

Eso me saca una pequeña risa.

Detecto que hoy estoy más feliz que cualquier otro día, y la verdad mi sentimiento de optimismo solo hace más que inflamarse.

Gran parte de los vagones están ocupados por grupos de estudiantes, en su mayoría son más de seis jóvenes, los cuales no conozco claro, y tampoco me interesa conocer. Quizás, tiempo atrás me hubiera acercado para ser sociable con ellas, pero ahora ya no. Lo único que busco por el pacillo es un grupo silencioso, o un vagón vacío. Hasta que llego a uno con una sola persona, me detengo a pispiar al hombre adulto que tiene la cabeza agachada, y parece leer un libro.

Golpeo la puerta fuerte antes de abrirla— Hola, ¿estas guardandole asiento a alguien? —pregunto señalando el mismo.

Cuando él levanta la cabeza, lo reconozco de inmediato. Sus ojos azules me captan y los frunce al igual que sus cejas. No responde por unos segundos, los cuales aprovecho para contemplarlo con más cuidado. En su rostro resaltan sus pómulos por una cicatriz que lo recorre y lo remarca, noto que tiene otra de manera horizontal sobre el puente de la nariz.

Mientras lo observo con ojos sorprendidos sigo sujetada de la perilla de la puerta, mi lengua esta pegada al paladar. Él también me mira, pero logra ser mas sutil, una habilidad que carezco.

Una necesidad de preguntar si es realmente quien creo que es me inunda el estómago, porque no creo tener alucinaciones. — ¿Profesor Lupin?

Su ceño se frunce, no estoy muy segura si por la simpleza de mis palabras o por la manera uniforme en que salió mi voz. Pero me hace sonreír ver a un rostro familiar.

—El mismo —hablo con un tono bajo y grave, logrando que me posicionara recta y me vuelva algo seria. — siéntate, por favor. Ninguno está reservado.

Asiento con la cabeza antes de entrar al vagón, me giro para cerrar la puerta y vuelvo a moverme, el cubículo se siente pequeño y está inundado de un aroma embriagador, que por alguna razón me gusta, es como menta mezclada con una loción fuerte. Inspiro mientras estoy de espaldas intentando subir mi bolso al estante, pierdo equilibro porque me concentro en consumir más de ese aroma.

Luego percibo que toma intensidad como si lo tuviera cerca, justo cuando siento un cuerpo a mi espalda. — Deja que te ayude —dice el ex profesor, con voz ahora suave.

Su brazo se posiciona a un lado de mi cabeza para empujar uno de mis bolsos, su pecho roza mi espalda, el contacto físico hace que me quiera sacudir por el escalofrió que me provoca.

Nunca esperas sentir a un profesor tan cerca. Logra subir por completo mi bolso, dejando a dos centímetros de mi rostro su brazo, donde el aroma es como si estuviera sobre su cuello, lo cual llama mi atención.

Luego quita de mi hombro el otro bolso para dejarlo junto al que empujó primero.

Sin una palabra más, siento como repentinamente el frio llega, de manera lenta, como un roce de brazos. Al girarme lo encuentro ya sentado con los ojos fijos en mí, su libro al costado de su cuerpo con indiferencia ante el mismo.

—Entonces cuéntame, ¿cómo es que me conoces? Al llamarme profesor puedo deducir que te di clases en Hogwarts... Pero me gustaría saber más. —mientras habla tomo asiento frente a él. Enderezo la espalda, cruzo las piernas y pongo mis manos unidas encima.

—Si no me equivoco, estaba en cuarto año cuando fuiste profesor de Defensa contra las artes oscuras. —comienzo, intentando regular el repentino ritmo de mi corazón. — Recuerdo que la odiaba. Pero cuando entre a tu clase y te escuché hablar, me invadió una necesidad de querer aprender más, me atrajiste por completo. —me sorprende soltar palabras que no planee decir.

Una de sus cejas se levanta, y me doy cuenta de mis últimas palabras.

—Bueno. Me atrajo la manera en la que hablaste de las criaturas y sobre los hechizos... Yo no, en ese momento no... —cierro mi boca para intentar no decir algo más, pero a él no parece molestarle, incluso le genera cierta diversión.

No es tampoco una sorpresa que después de que se fuera el profesor Lupin del colegio, DCAO dejara de ser tan interesante a mi parecer. Cabe aclarar que es la única materia por la que vuelvo este año a concluir mis estudios.

Mis ojos bajan a sus labios cuando se forma una sonrisa en los mismos por mi comentario, se acomoda en el asiento antes de carraspear. — Me enorgullece saber que tuve ese tipo de alcance —sus dedos repiquetean sobre su muslo, haciendo un sonido suave.

—Fue el único año en que me tomé en serio Defensa contra las artes oscuras, señor.

En ese momento la puerta de nuestro vagón se abre haciendo un ruido silenciador. Mi mirada se detiene en una niña que no debe ser mayor de trece años, ella agranda los ojos al vernos— Perdón, profesores. —dice en voz ahogada antes de cerrar la puerta y salir corriendo.

La inesperada intrusión me sorprende, a la vez que me saca una carcajada. — Bonita risa, colega —su voz suave hace que baje mi risa y lo mire. Sus ojos se detienen en mi como si no pudiera quitarlos, como si hubiera algo que los atara a los míos.

En mi mente resuena por minutos su apodo hacia mi, pero no soy capaz de decir algo, no quiero arruinar este momento de miradas. Donde siento que mis ojos brillan por contemplarlo, pero no soy capaz de detectar ese brillo a través de sus ojos.

profesor; remus lupinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora