Cambiando las Reglas ;; Wriolette AU

Una misión.

El sol comenzaba a iluminar tenuemente la pequeña cocina de la casa de Wriothesley, marcando el inicio de un nuevo día. El profesor, vestido en su característica camisa blanca y corbata, estaba ocupado en la cocina, preparando el desayuno para su querida hija Sigwinne. La pequeña, de cabellos claro y ojos vivaces, entró corriendo a la cocina con un enorme bostezo mezclado con una sonrisa en su rostro.

—¡Buenos días, papi!—, exclamó Sigwinne mientras se frotaba los ojos, todavía medio adormilada. Se acercó a la mesa y se sentó mientras su padre continuaba con sus labores matutinas.

—Buenos días, princesa—, respondió Wriothesly con una cálida sonrisa. Luego de revolver la avena en el fuego, se dirigió hacia la pequeña con un pañuelo en la mano y le limpió gentilmente las mejillas. Sigwinne soltó una risa y estiró sus bracitos hacia su padre. —Ya casi está listo el desayuno—, añadió el mayor.

La niña asintió y observó mientras su padre vertía la avena caliente en un tazón para ella. Mientras desayunaban, compartieron una pequeña charla sobre sus planes para el día. Sigwinne estaba emocionada porque su mejor amiga, Maime, al fin había salido de un fuerte resfriado y eso significaba el regreso de ambas a ir juntas a la escuela. Su padre la escuchó con atención, sabiendo lo importante que era para ella.

Sin embargo, mientras compartían su desayuno, Sigwinne recordó algo importante. —¡Oh, papá! Tengo algo de suma importancia para el príncipe Neuvillette—, anunció, con un brillo travieso en sus ojos.

Wriothesly arqueó una ceja, intrigado. —¿Tienes algo para el director?—.

La niña asintió y se inclinó hacia un sobre que había dejado en la mesa. —Es un dibujo que hice anoche. Quiero agradecerle por acompañarnos ¡y hacerle saber que le aprecio mucho!—.

Wriothesley sonrió con ternura mientras tomaba el sobre de manos de Sigwinne. —Eso es muy amable de tu parte, cariño—. La niña le había heredado su sensibilidad y buen corazón. —¿Es un secreto?

Sigwinne asintió con entusiasmo. —¡Sí, es un secreto!—, respondió emocionada.

El profesor acarició su cabeza con dulzura. —Le entregaré tu dibujo al director Neuvillette, lo prometo. Estoy seguro de que le alegrará mucho—.

La niña sonrió y terminó su desayuno. Después de preparar a Sigwinne y de darle un cálido beso en la frente, Wriothesley se dispuso a llevarla hasta la casa de Maime. Cuando llegaron al destino, el padre de Maime les dio la bienvenida con una sonrisa y agradeció a Wriothesley por llevar a Sigwinne. Pronto, ambas niñas corrieron dentro sin importarles nada, solo querían estar juntas.

Mientras conducía al trabajo, Wriothesley no pudo evitar la curiosidad de abrir el sobre que contenía el dibujo de Sigwinne. En él, el director Neuvilette estaba representado junto a Sigwinne.... Y también Wriothesley, los tres sonriendo, bajo un sol brillante y un cielo azul, sin omitir el detalle de las manos entrelazadas.

El trayecto hacia la universidad se llenó de pensamientos turbulentos para el profesor Wriothesley. La imagen de su hija, Sigwinne, encariñándose con el director Neuvilette lo había dejado sorprendido. Era evidente que detrás de la aparente fachada de rigidez del director se escondían facetas de bondad y calidez que habían resonado con la niña. ¿Estaría el director ocultando más aspectos de su personalidad bajo esa capa de formalidad? ¿Era posible que existieran más caras del hombre de las que ni siquiera había empezado a descubrir?

Wriothesley sabía que estaba sobrepensando las cosas. La cena de la noche anterior y la charla con Sigwinne habían dejado una impresión imborrable en su mente. Había presenciado un lado del director que no esperaba y que contrastaba fuertemente con la imagen severa que había construido en su mente. Sin embargo, sabía que no llegaría a ningún lado con ello.