4. Recuerdos del pasado

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—Eres una perra

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—Eres una perra

El ruido de la palma de mi padre chocando con la mejilla de mi madre me sobresalto, pero me debía mantener quieta para que él no se enojara conmigo.

—Detente por favor, Ruby está mirando—le advirtió.

Ambos se giraron a verme. Mis lágrimas no dejaban de salir, pero no hacía ningún ruido. Solo gotas cayendo de mis ojos sin control alguno. Contenía los gritos y sollozos en mi garganta, que me estaba doliendo mucho. Aprendí a quedarme callada en estas situaciones, si no quería que me hagan daño también.

Mi padre me tomo del brazo con fuerza, me lastimo de nuevo. Ya tenía varios moretones. Mientras me llevaba a la puerta mi madre le pidió que me soltara, yo no pude hacer más que seguir llorando en silencio y dejar que él me arrastrara por la casa para luego tirarme en la calle. Al caer me raspé los codos y las manos. Otra herida. Me grito que no vuelva hasta mañana y cerro la puerta. Me quedé quita en mi lugar, abrazándome a mí misma, hacía frío esa noche. No sé a donde iría, la casa de mi abuela estaba a un kilómetro, no tenía la energía para caminar hasta ahí. Tal vez podía quedarme y esperar a que el sol salga. Aunque no quería oír los ruidos de los golpes.

Comencé a caminar sin rumbo, solo me alejaba lo suficiente de mi casa para no estar cerca de ese horrible lugar, pero me sentía muy débil y mis piernas fallaron por sí solas, caí al suelo. Me acurruqué en mí misma, llorando otra vez, estaba cansada de estas situaciones. Luego de unos minutos alguien toco mi hombro y levante la cabeza para verlo. Era Chris, mi salvador. Inmediatamente, me abalancé sobre él, necesitaba su calor y que me diga que todo va a estar bien, aunque sea una mentira.

—¿Otra vez?

Yo asentí en su pecho. Note que mis lágrimas mojaban su costosa camisa y me aleje de inmediato. Me ayudo a pararme y reviso mis heridas. Se veía enojado, lo puede notar por su ceño fruncido y sus puños cerrados. Le di otro abrazo para tranquilizarlo, no quería que se metiera en problemas por mi culpa, él ya tenía suficientes. Se quedó quito en su lugar y pude sentir como poco a poco se tranquilizaba, su cuerpo ya no estaba tenso.

—Ven a casa—me devolvió el abrazo—. Curaré tus heridas para que no se infecten.

Me separé y limpié mis lágrimas con una sonrisa, aunque me rompiera por dentro. Era común encontrarme a Chris en este tipo de situaciones. Vivía a dos manzanas de mi casa, pero siempre estaba afuera. No sé si tenía otros amigos, lo veía solo, normalmente. Creo que soy su única amiga. Nos conocimos a los siete años y desde ese momento fuimos inseparables, hasta ahora con doce años. Siempre se preocupó por mí y yo por él, somos los únicos que nos entendemos el uno al otro. Supongo que ambos al tener un padre horrible de alguna manera formo una conexión entre nosotros.

—Hoy saque una A en el examen de matemática—le conté mientras limpiaba la herida en mi brazo.

—Esa es mi chica—me sonrió—. Eres muy inteligente.

El silencio de tu miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora