Prólogo

144 14 9
                                    

"Y allí estaba ella, con una cruz de metal
Irónicamente alrededor del cuello
Y luego me besó en los labios
Y me llegó la fiebre sin previo aviso".

Una mujer de piel olivo corre por su vida con lágrimas cayendo por sus ojos. En sus brazos tiene un bebé de un año que solloza: sangre se desliza de la herida de su pequeña nariz. Ella lo pega más fuerte a su pecho y lo acalla, le dice que todo está bien. Ojalá fuera así.

Sin embargo, le sonríe al pequeño, y lo hace incluso si la bala choca con su espalda y ella cae, cubriendo su cuerpo con el suyo. El collar de oro de la mujer se balancea frente al bebé y él juguetea con la cadena. Tira y una pequeña lágrima cae sobre la cabeza del bebé, cómo agua bendita. Escucha su risa cubrir los ruidos fuertes exteriores y luego, simplemente cae dormido en la calidez de los brazos de su mamá.

...

Gavin no tenía apellido, pero sí una cicatriz en su nariz y corazón. Tampoco una casa propia, ni mucho menos padres que cuidarán de él. Pero tenía una familia: su comunidad. Los cristianos los denominaban "Paganos" y, en la mayoría de los casos, "Ladrones", pero ellos preferían llamarse a sí mismos como hijos del sol. Su religión se basaba en la creencia de que, el sol —aquel que está en el cielo— era un ser divino y que cada vida nueva representaba un rayo de esta estrella que caía sobre la tierra y producía en su creación la naturaleza misma.

Como parte de esta comunidad, él creía en el sol como su dios, y en la luna como aquella mujer valiente, que los protegía de la oscuridad. Gavin era un joven valiente, que nació en un eclipse de sol: el día más sagrado de la comunidad. Su piel dorada resplandecía a la luz de sol, bailando al ritmo que su amiga, Tina, marcaba con sus castañas, bombos y cascabeles. Nadie dejaba en su bolsa una moneda en ofrenda a ese bellísimo baile, pero a ellos no le importaba realmente. Ellos bailaban durante todo el día cuando el sol se elevaba en lo alto del cielo y con su calidez atravesaba su piel. Además, ese era un día de festejo para ellos, porque ese día habría un eclipse solar. Las sagradas escrituras lo predijeron.

Pero cuando llegaron los hijos de ese dios putrefacto, cubiertos en plata, ellos sabían que correría sangre. Ellos se mataban los unos a los otros por un hombre en el cielo, destruyendo todo en su paso. Los cristianos codiciaban su oro y sus tierras, y tenían armas grandes y peligrosas. Por esta razón, cuando el grupo de cristianos se acercó a dónde bailaban, Gavin y su amiga tuvieron que huir de allí. Dejar sus instrumentos y esconderse en las sombras que su sol creaba para protegerlos.

Ah, sí.

Esa fue la primera vez que él vio a ese hombre de ojos azules.

Gavin odiaba eso: tener que huir y abandonar su hogar para dejárselo a alguien más, quienes usaban su tierra para construir iglesias a costa de la esclavitud y el genocidio de sus comunidades. Si fuera por él, Gavin hubiera matado a todos con sus propias manos. Pero Hank, su líder, decía que valía más la vida que un pedazo de tierra, y le ordenaba que huyera.

Aunque quisiera hacerlo (luchar, morder, patear), Gavin finalmente hacía caso a las palabras de Hank. Ya que, nuestro joven soñador, aspiraba a ser el próximo líder: Hank era adulto, necesitaban a alguien más activo para estar al frente. Y él quería ocupar esa responsabilidad de guiar y proteger a su comunidad, pero Hank le dijo que aún le quedaba mucho por aprender.

Esa tarde, después del eclipse, todos cenaron juntos, con sus animales y niños en la misma mesa. Aquí ni los hombres eran más que otros, ni había uno más rico el otro. Cada uno de ellos tenía en su piel un objeto de oro: esa era la herencia y riqueza que tanto codiciaban los cristianos, aquello que sus ancestros habían recibido del sol.

Forever and ever moreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora