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"Los secretos que he guardado en mi corazón

Son más difíciles de ocultar de lo que pensaba.

Quizás solo quiero ser tuyo.

Quiero ser tuyo..."

En las sagradas escrituras está escrito que el vino representa la sangre de Cristo. En aquel lugar, muy pocos podían probar siquiera una sola gota de este líquido rojizo. Richard, por el contrario, lo había hecho más de una vez. Y sabía que cuando bebes más sangre de dios de la que puedes soportar, obtienes resaca divina: una sensación de mareo intensa, que no puedes quitar.

El poder de desear y tenerlo todo, hace que sus pupilas se ensanchen, que el calor lo quemé y pique debajo de su piel. Como si beber de su sangre no fuera necesaria, como si necesitara comer de su carne para estar lleno.

Cuando Richard veía a Gavin a los ojos, el efecto era similar, o igual, al de la resaca divina. No porque ese hombre, pagano, fuera un objeto divino. Si no porque podía sentir su mirada, como fuego, en todas partes.

Oh, eso empeoraba su migraña.

Entonces, ¿Por qué quería continuar bebiendo?

...

Las grandes iglesias se extendían sobre él, con sus campanadas ruidosas y sus torres muy estrechas. Gavin, un hijo del sol, se encontraba escapando de los pueblerinos y la seguridad de la iglesia: hombres con armadura de plata, lo suficiente pesadas como para darle tiempo al hombre a escapar de ellos. Él vestía solo una capa, suave, tejida a mano por sus propios hermanos, una remera escotada y unos pantalones sueltos. Estaba lo suficientemente ligero para escabullirse rápidamente entre los estrechos pasillos de la iglesia y esconderse en las columnas, sin que notaran su presencia.

Te preguntarás que hace allí, cuando hacerlo significaría su propia sentencia a muerte. Solo piénsalo: guardias por doquier, pueblerinos blancos con delirio de poder y gloria en búsqueda del dorado de su piel. Y la respuesta a todas tus preguntas es Richard.

Curiosamente, a ambos le pasa algo cuando estaban en presencia del otro, y luego en su ausencia. Gavin sabía que, si veía al sol por más de unos segundos, su luz e intensidad serían tal que lo cegarían, momentáneamente. Pero eso no es todo, porque, además, dejará una mancha en tu visión y no importa cuánto intentes apartar tu mirada, te perseguirá a dónde mires.

Cuando Gavin miraba a Richard, sentía algo parecido.

Y si te portas mal, tu dios te castigará... A uno con la necesidad de arrancarse su propia piel, al otro al cegarlo. Pero a pesar de las advertencias de sus dioses, ellos decidieron volver a reflejarse en las pupilas del otro.

Por eso Gavin se escondía en la iglesia, detrás de las columnas, y Richard bajaba de su torre para encontrarlo. Siempre con un arma en sus manos, siempre con la idea de matarse el uno al otro. Porque en sus cabezas, la única manera de quitarse esa sensación era asesinar al otro, ya sabes... Morder su carne.

La respiración de Gavin se volvía más superficial cuando la espada de Richard corto una línea horizontal en su garganta. Gavin apretaba y empujaba con fuerza el brazo del otro hombre, intentando alejar el filo de su cuello. Tanto que las venas de sus manos se marcaban.

Te dije que la próxima vez no tendría misericordia.

—No necesito de tu misericordia— Gavin se burló, logrando empujar el brazo de Richard y alejarse unos pasos de la columna. El sol ahora daba directamente en su piel dorada, mientras Richard continuaba en la sombra, con su piel pálida aún más clara.

Forever and ever moreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora