Capítulo 9: La Sombra en las Gradas 🌫️📘

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La última clase había terminado con la campana haciendo de DJ en el festival de "bye-bye aula, hola vida". Yo, Pau, recogía mis cosas a velocidad de Instagram story: rápido y sin mucha atención. En la esquina, la profe de Historia acababa de soltar un chiste sobre Cleopatra y Tinder que había flopeado más que un reboot sin fans.

Aun sacudiendo la cabeza por el intento fallido de la profe de ser "cool", decidí tomar el atajo por el estadio para evitar la migración adolescente al transporte público. Mientras el grupo de teatro practicaba sus líneas con más drama que una telenovela en su capítulo final, mis ojos captaron a Daniel, ese enigma con patas, aislado en las gradas como si las respuestas a la vida estuvieran en las líneas de su cuaderno.

Ahí estaba él, quizás escribiendo el próximo viral o simplemente evadiendo los últimos memes del grupo de clase. El sol se despedía con un glow digno de filtro de TikTok, y el silencio que lo rodeaba era más intenso que el de una sala de exámenes.

Eso era Daniel: un break en el feed constante de la vida escolar, un post que no necesitaba likes para destacar.

Yo, la nueva que todavía se siente como una invitada en un hogar ajeno, me detuve a observarle desde la distancia. Daniel estaba escribiendo en lo que parecía un diario gastado por el uso, sus manos pasaban las páginas con una familiaridad que hablaba de años, no de días. Había algo casi sagrado en su concentración, como si las palabras que trazaba fuesen los hilos de un encantamiento privado ✍️📓.

Era extraño verlo así, tan entregado a la página, tan vulnerable en su concentración, tan diferente del chico enigmático que despertaba suspiros y rumores. La brisa traía fragmentos de lo que podría ser su mundo, un mundo que en ese momento deseaba fervientemente entender y ser parte de él 🌬️💭.

Por un instante, nuestro pequeño universo de hormigón y ladrillo se sintió tan místico como las leyendas antiguas, y él, Daniel, era como un moderno druida en su altar de piedra. Pero incluso los druidas tenían sus rituales interrumpidos, y Daniel no fue la excepción.

De repente, como sacado de su trance, cerró el diario con un suspiro que parecía llevarse consigo el peso de mil palabras no dichas. Se levantó, y con un movimiento rápido y despreocupado, se colocó la mochila al hombro, su silueta perfilándose como un rebelde caballero de asfalto 🚶‍♂️🎒.

Justo cuando comenzaba a alejarse, algo se deslizó de entre las páginas de su diario, cayendo en un vuelo ligero hacia el suelo. El viento quiso jugar con el objeto, pero su danza fue breve. Ahí quedó, un pedazo de papel o tal vez una fotografía, un fragmento de su esencia expuesto en las gradas vacías 🍂📄.

Daniel se alejó sin darse cuenta de su pérdida, y yo me encontraba ante un dilema. ¿Debía devolverle ese pedazo de su mundo sin invadir su intimidad? Mi corazón latía con la posibilidad de entender, aunque sea un poco, el misterio que representaba.

Me acerqué con pasos titubeantes, cada uno un tamborileo sordo en mi pecho. Tomé el papel entre mis dedos, sintiendo su textura, temerosa de desvelar lo que él tanto guardaba. Pero no podía mirar, no todavía. Daniel, aún a metros de distancia, había dejado caer una llave, y yo no estaba segura de estar lista para abrir la puerta que nos separaba 🗝️🚪.

Guardé el papel en mi bolsillo, prometiéndome resolver el enigma otro día. Porque, aunque la curiosidad quemaba en mí como una antorcha, sabía que algunos misterios requieren paciencia, y yo estaba dispuesta a esperar.

El instituto se quedó en silencio, y yo me quedé ahí, con el corazón aun latiendo al ritmo de un chico misterioso y una fotografía escondida, preguntándome qué secretos compartiría el siguiente capítulo 🤫💓.

Simplemente PauDonde viven las historias. Descúbrelo ahora