Marlene
En lo adelante, empezaron a suceder cosas extrañas. Una de ellas fue que le respondí por Instagram y hablábamos cada vez que podíamos.
Él me contaba sobre su día a día y cómo practicaba los movimientos que debía hacer en el parque. Yo, en cambio, no profundizaba mucho. Solo le decía cosas como «ya debo ir a clases», «salí con mi hermano», «me dejaron un montón de tareas».
Me mantenía en alerta. Solo había tenido una experiencia con un chico del bachillerato y me fue fatal. Lo suficientemente mal para ser precavida.
—No lo puedo creer. Tú y ese...
Las palabras quedaron en el aire y Luan me miró con una expresión que denotaba asombro e incredulidad.
Él sostenía a Ham, lo acariciaba a la par que trataba de sacarme (con cucharitas) lo que había ocurrido hacía días con el Monsboy.
—Somos amigos, supongo —dije, fingiendo desinterés.
—Amigo el ratón del queso y se lo come. Le gustaste desde el primer día, Marle. ¿Sabes lo que significa eso?
—Ni idea.
—¡Entradas gratis a la casa del terror! —gritó tan fuerte que Ham se espantó y se bajó de sus piernas.
—Claro que no, es imposible que le pida nada.
—¿Ni por tu buen amigo? —preguntó con un puchero más falso que mis ganas de estudiar.
—Luan, no te hagas ideas locas en la cabeza. Ni siquiera sé su nombre real ni le he visto el rostro.
—Eso es lo de menos.
Negué varias veces ante lo terco que era. No había poder humano que lo hubiese sacado de esos argumentos mal infundados.
—¿Vamos a ir esta noche? —cuestionó al rato con una sonrisa pícara.
Quise decirle que sí, pero estaba nerviosa y tenía miedo de verlo otra vez. No obstante, asentí, tímida.
—Ah, ¿quién lo diría? Tendrás tu romance Halloweeno.
—¿Hallo qué...?
—Tú me entendiste.
Lo miré como si hubiese perdido la razón.
Después que se zanjó el tema del Monsboy, y que fuimos a la cocina en busca de algo que comer, nos pusimos a hacer tareas.
Yo estaba cursando el tercer cuatrimestre de Pedagogía y él Artes. A pesar de que estudiábamos carreras diferentes, tratábamos de ayudarnos en los proyectos.
Se lo agradecía, a mí se me dificultaba socializar. En eso éramos muy diferentes, ya que mi amigo hacía ambiente dondequiera que llegaba.
Luan y yo nos conocimos en el primer año de la secundaria. Yo parecía una ratita, toda asustada y muda, pero él se acercó y vio algo en mí que nadie más percibió.
Nos hicimos tan amigos que siempre estábamos juntos, y las personas nos tildaban de que éramos pareja. Nosotros nos queríamos como hermanos. Además, Luan era el típico chico mujeriego. Nunca saldría con él en ese sentido.
—Necesito un empleo —dije de repente, lo que causó que él me mirara.
—¿Tú?
—Sí, Luan, yo. —Resoplé cuando me percaté de la sonrisa burlona que tenía en los labios—. Ya me da vergüenza ser una carga para Manu. Crecí, debo buscar mi propio dinero.
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Aquel Octubre ©
RomanceMarlene nunca imaginó que una noche en el parque del terror cambiaría su vida. Allí conoce a un enigmático joven que se oculta tras la máscara del «Monsboy». Con cada encuentro, la atracción crece de manera incontrolable y se ven envueltos en un rom...