4. Nic de Nicolás

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Marlene

No supe qué responderle, estaba tan nerviosa que la mente se me quedó en blanco. Ni siquiera me di cuenta cuando llegamos, y el chofer tuvo que informar varias veces que me debía bajar. Avergonzada, le pagué y casi me tiré del vehículo.

Una vez en la seguridad de mi hogar, me permití respirar y cerré los ojos. No entendía por qué ese chico ocasionaba tantas emociones en mí.

—¿Cómo te fue? —preguntó Manu al segundo en que entré a la cocina.

—Bien.

—Bueno, de cualquier manera, ese parque logró su cometido —dijo en medio de una risotada.

—¿A qué te refieres? —cuestioné mientras me sentaba en una de las sillas del comedor.

—Parece que viste algún fantasma —alegó con chulería, pero de inmediato se puso serio—. ¿Te pasó algo malo?

Su cambio de humor me resultó chistoso, aunque no me reí.

—Todo está bien —dije, fingiendo tranquilidad para que no se preocupara—. ¿Y tú? Pensé que llegarías más tarde.

—Loren tenía algunos compromisos. ¿Tienes hambre?

—Sí, no he cenado aún.

Manu sacó de la nevera una pasta prehecha. La puso a calentar en el microondas y nos sirvió a los dos.

Se sentó frente a mí, ido en sus pensamientos mientras revolvía la cena en su plato.

—¿Sucede algo?

—No.

—Es que estás raro.

Abrió la boca para responder, pero el sonido de mi celular no se lo permitió. Era una llamada de Luan.

—¿Dónde demonios te metiste! —gritó al segundo de haber descolgado.

—¿Viste mi mensaje?

—No me llegó nada, Marle.

—Dame un momento —le pedí, después revisé el chat y me di cuenta de que no se envió—. Ups, no se mandó —le indiqué cuando retomé la llamada.

—No me des esos sustos, tonta.

Y sus regaños siguieron por un buen rato.

Cuando mi hermano y yo terminamos de cenar, recogí los trastes sucios y los apilé en el fregadero para lavarlos. Manu se paró al lado de mí, un indicio muy claro de que iba a ayudarme.

—¿Cómo vas en la universidad? Perdón que no te haya preguntado, es que el trabajo me consume.

Me observó con nostalgia. No me gustaba que se pusiera de esa manera.

—Muy bien, aunque con muchas tareas.

—A veces no puedo creer lo grande que estás, Marle. Si hace nada celebrábamos tus doce años.

—Ya pasó el tiempo —respondí entre risitas.

—Lo sé, es cosa de locos cómo todo va cambiando.

El silencio nos arropó y con él un sinnúmero de memorias de antaño. No había un momento en que no recordara a mi hermano en mi vida.

Después que crecí me di cuenta de todo lo que él había enfrentado para criarme. No debió ser de esa manera, no le correspondía esa responsabilidad.

Acabamos de ordenar la cocina y me fui a la habitación. No dejé de pensar en mi madre, su muerte y cada uno de los sacrificios que hizo Manu. Estaba segura de que muchos de ellos pasaron desaparecidos por mí.

Aquel Octubre ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora