III

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Acto I

Capítulo III

Caminando por las frías calles de su colonia, se daba cuenta que, quizá, estaba cayendo de forma lenta y dolorosa a un pozo del cual nunca lograría salir.

Recorría las cuadras, sin ningún tipo de patrón, solo caminaba, esperando llegar a algún lugar. Tenía presente a su hermana aún en su vida, pero la culpa y la impotencia al ver cómo se marchaba sin ella poder hacer nada, era mucho más fuerte.

Su salida tan espontánea y fugaz fue también, aparte de muy liberador, la culpable de que la sacarán por la puerta trasera de su pequeño empleo.

Ya no sabía qué hacer. Su hermana moriría, y ella no podría hacer nada. Los ahorros para el maldito perro tampoco le servirían, no cubrirían ni un 10% del recibo que muy seguramente le dejaría el hospital.

¿Cómo verla a la cara ahora?, ¿qué le iba a decir? "Hermanita, no tengo dinero, vas a morir en un par de días y vine a despedirme de ti."

Quizá ya había muerto, porque en su estado la vida no existía, como un lienzo con la posibilidad de ser una obra de arte, pero sin ningún artista cerca que haga algo para que suceda. Lo más probable es que nunca se podría despedir, porque su hermana tal vez nunca volvería a estar con ella. Su ser no era más que un pequeño cuerpo carente de emoción, que se aferraba lenta y dolorosamente a la vida, pero sin estar consciente de ello.

¿Qué le diría? Nada, porque aun si tuviese el valor de ir a su habitación, su hermana nada de lo que diga escucharía, aquellas palabras serían solo para sí misma, para autoengañarse y darse la falsa esperanza de haber sido escuchada, como cuando aquellas pobres niñas rezaban a un Dios que nunca contestó. Seguramente otra maldita sátira, una mala broma de la misma vida de mierda que se burló de ella desde el momento en que nació, y seguro reiría de ella hasta el momento de su muerte.

La desesperación corría por sus venas al ritmo del martirio en su sentir, pues se veía envuelta en un vacío sin fin, uno que la ahogaba y no le dejaba pensar. El recorrido entre las frías calles pronto le dejó de importar, y por ello mismo no se dio cuenta cuando ya se encontraba frente a la parada del tren que todos los años usaba para visitar el pueblo en el que se habían criado su hermana y ella. No sabía por qué decidió ir, pero estando en ese sitio no pudo contener las lágrimas que empezaron a desbordarse de sus ojos sin tregua alguna.

Las gotas cristalinas que salían, cual sangre tras una apuñalada, dejaban sus marcas en el frío pavimento, soltaban una estela de dolor que todos en el lugar parecía percibir, pero también ignorar. Solo una chica llorando, no era más, las otras personas no paraban su destino por ella, solo seguían caminando hasta abordar su tren e irse de aquel sitio.

–Sé qué necesitas.

la voz de un hombre en traje, parado a un costado de aquella mujer, salió a relucir entre aquellos incesantes episodios de llanto. Habrá sido el tono ronco de aquel hombre al expresar palabra, o la inexplicable aura de poder y misterio que transmitía su presencia, pero no pudo apartar ni un segundo la vista de aquel elegante hombre trajeado, el cual sostenía un gran maletín con una de sus grandes manos.

–Sé qué necesitas. –Repitió aquella figura masculina, con el mismo tono ronco en su voz, aún sin voltearla a ver, y mostrando total indiferencia en cada una de sus facciones.

–Lárgate... –Diría Vanessa, aún con lágrimas en los ojos, y un tono destrozado por la tristeza y la desesperanza– No tengo un puto segundo que dar a bromas estúpidas como ésta...

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⏰ Última actualización: Nov 26 ⏰

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Gritos ahogados. /The Amazing Digital Circus\Donde viven las historias. Descúbrelo ahora