II

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ACTO I

Capítulo II

Los segundos aislados en aquel intervalo tan odiosamente asfixiante, parecían nunca tener final.
   
    El silencio sepulcral acontecido en aquella mañana del 8 de noviembre, fue completamente perturbado por una preocupación más en su amplio catálogo de inquietudes.

    Estando a una milla de distancia de aquel lejano hospital del centro, fue dónde decidió enfocar completamente su concentración en el camino que estaba recorriendo. Los pitidos incesantes de conductores en aquella vía le hicieron darse cuenta del daño al que se exponía con su imprudencia. Si no velaba por su salud, por lo menos en aquel momento, los muertos serían dos, y no uno.

    —¡Dónde se encuentra Sofía Musolini Márquez! —vociferó la mujer.

—Le voy a implorar que se calme, señorita. Estoy buscando en el registro —respondió de forma cortez, pero ciertamente ansiosa la enfermera.

—¡Por lo que más quieras, sé rápida! —gritaba la fémina, desesperada por una respuesta.

—Su hermana se encuentra en el tercer piso, en la zona de emergencia, quinta habitación a la izquierda del elevador.—dijo en respuesta la enfermera, a penas al hallar el paradero de la paciente.

      Terminando de escuchar lo que la mujer de mediana edad tenía por decir, salió disparada en dirección al tan esperado encuentro. Tratando de negar con la mente, cualquier posibilidad de tragedia en su camino.

   Esperando, ansiosa, el momento en el cual aquellas malditas puertas se abrieran de par en par, no pudo evitar soltar una pequeña y casi imperceptible lagrimita que bajaba lentamente por su adolorido rostro, cubierto por miles de cicatrices invisibles.

    Lo segundos fluían con total libertad, dejando en su marcha un total descontento en la muchacha. Existía una clara relación entre la llegada, y la rapidez que requería, cual no podía darse, debido al lento flujo temporal, o por lo menos así dictaba su percepción de la realidad.

    No sintió el momento exacto en el que su cuerpo salió disparado hacia el cuarto indicado por la enfermera. Mismo que resguardaba al único ser que realmente velaba y veló por ella desde muy niña. Aquella sala que amenazaba con ser el último lugar a parar que su hermana tendría en vida.

    —¡¿Usted es el doctor?!

—Así es. Usted debe ser la hermana de Sofía, ¿Me equivoco?

—¡¿Cómo se encuentra mi hermana?!

—Sé que no es fácil controlarse en este tipo de situaciones. Pero, le imploraré, encarecidamente, que se calme y baje la voz, jovencita —respondió con un todo calmado el doctor –. Su hermana se encuentra estable, por lo menos por ahora. Pero requiere de una operación de urgencia. A perdido una gran cantidad de sangre, sangre que necesita ser repuesta lo antes posible. Además, lo más grave de todo el asunto,  es el metal que quedó incrustado en uno de sus pulmones. Aunque, recalco, ahora se encuentre relativamente a salvo, en ese estado no se le puede calcular más de una semana de vida —Dijo con total seriedad el médico—. Si gusta puede pasar a ver a su hermana, se encuentra detrás de la puerta —refiriéndose a la misma que separaba el pequeño consultorio del doctor y el cuarto del paciente.

—¿Me-metal incrustado? —respondió casi en una especie de shock, la mujer.

—Su hermana es muy afortunada, cualquiera en su lugar ya habría muerto por desangramiento.

—¿Cuá-cuánto se-sería el valor de la ope-operación?

—Temo decirle que, por todos los materiales médicos empleados, el trabajo de los cirujanos y los órganos en suma con la sangre requerida, el monto no podría ser menor a los 60,000 dólares.

     Se sintió derrotada, como si mente y cuerpo hubiesen entendido, al mismo tiempo, la gravedad del asunto acontecido.

     Del cielo empezaron a caer gruesas gotas de lluvia, cual lágrimas de la única gente que podía presumir de haber perdido toda esperanza en su realidad, los pacientes en etapa terminal.

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Gritos ahogados. /The Amazing Digital Circus\Donde viven las historias. Descúbrelo ahora