Tarde

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-Me tengo que ir.

Lo dijo apresurado, recogiendo su cosas del escritorio en una maraña de ideas colgantes. Lo dijo después de ver el reloj de la agencia y colapsar una crisis emocional de trabajo y ansiedad. Se le estaba haciendo tarde. El sol se ocultaba entre los enormes edificios de Yokohama y el mar a la distancia moría en destellos de una estrella doliente. No tenía tiempo, y tomó sus cosas y terminó el escrito que estaba haciendo lo más rápido posible, sin siquiera mirar lo que estaba poniendo, sin darle una revisada antes de dejarlo en el lado de los informes terminados. No tenía tiempo, y tomó sus cosas que se manifestaban como un hilo revuelto de tiempo y las metió en su bolso antes de salir corriendo de la agencia.

Fue tan rápido que cuando Dazai levantó la cabeza del escritorio donde dormitaba para lanzar un comentario soez respecto a la situación de su subordinado, este ya estaba en la esquina rentando una bicicleta. Sabía que sin necesidad de más información sobre el tema podría sacar una conclusión de lo que sucedía, incluso podría sacar nombres y lugar. Por alguna razón, en esas circunstancias, adentrarse en la vida del chico no le parecía buena idea. Sospechaba, y rezaba porque fuera una sospecha sin sustento, que si se inmiscuía demasiado terminaría asqueado. Profundamente asqueado.

En fin, iba tarde, por eso prefirió rentar una bicicleta que irse a pie o tomar el bus. Aunque el lugar donde lo había citado no estaba muy lejos de la agencia. Cuando llegó con la respiración atareada y el corazón bombeándole en una profunda angustia, ya llevaba varios minutos de retraso. Fue corriendo al lugar indicado dejando la bicicleta en una de esas estaciones para olvidarlas y corrió. No es que su acompañante le fuera a recriminar el retraso o que ya se hubiera ido. No, lo que preocupaba a Atsushi era justamente que aún llegando tarde el otro le comprendería, y no le reprobaría nada, simplemente aceptaría su retraso sin reclamos ni molestias. Eso era lo que hacía que quisiera llegar a tiempo. No consideraba justo que su compañero le esperara mientras él no hacía ni un esfuerzo por llegar a tiempo.

Chuuya merecía más que eso y por eso corría como si su vida dependiera de esa cita. Iba tan atareado que ni siquiera se percató que el lugar era un restaurante sumamente elegante, ni siquiera le importó las miradas de las personas que hacían fila para entrar, esas miradas reprobatorias, que eran como balas de desprecio y desagrado.

No le importo en lo absoluto que el recepcionista alzara una ceja impresionado al escucharle decir el nombre de quien le esperaba.

-Parece un repartidor de comida- escuchó que decían unas mujeres a sus espaldas. Mas no les prestó atención, sumiéndose en su teléfono angustiado, esperando un mensaje que le preguntara dónde se había metido.

Pero nada de eso. Su última notificación era un mensaje sencillo.

-Te veo a las siete.

Eran las siete y diez. Una vez más había llegado tarde y sus mejillas se prendieron de vergüenza, la ansiedad en su interior creció. Se sintió culpable. Tonto, irresponsable, un completo idiota. Al final el recepcionista lo guió hasta la parte más privada y exclusiva del restaurante. Solo en ese momento se dio cuenta que aquello debió costar lo mismo que tres o cuatro sueldos suyos, y se sintió peor. Ese no era un lugar para él, y al mirarse en uno de los enormes espejos que colgaban de las paredes forradas con una tela parecida a la seda tuvo que darle la razón a aquellas mujeres. Su aspecto discordaba por completo con el lugar.

-Es aquí- le informó el hombre dejándolo en medio del pasillo.

Delante, con unas cortinas de rojo profundo, vio una silueta. Sus nervios aumentaron, además de llegar tarde iba mal vestido y acalorado. Sin duda se veía ridículo. Se alisó un poco el cabello antes de hacerse paso entre las cortinas, que al solo tacto supo que jamás en la vida podría comprar algo semejante.

Shy timeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora