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-Alex- el rostro confundido del pequeño me hizo darme cuenta de lo que había hecho -disculpa eso fue... Yo creo que te pareces a alguien- mi nerviosismo me hizo sonar muy raro, pero al parecer funcionó ya que nadie siguió con el tema, yo sólo extendí la mano al chico y la estreche con la suya, ni los ángeles podrían llegar a tener la suavidad de esas manos, al darme cuenta de que ya llevaba mucho tiempo tomándole la mano al niño la solté y dirigí la mirada a la madre superiora

-creo que me tiene que explicar más sobre mi horario de clases- los ojos de la anciana brillaron con mucha alegría.

-¡Claro, claro! ¡Déjeme mostrarle a sus alumnos y luego nos iremos a la iglesia para que el padre le dé las instrucciones!- El resto del día sólo pensaba en lo que estaba haciendo, estuve en automático el resto del día mirando un futuro falso y lleno de mentiras, soñaba que Alex volvió en forma de ese niño y que estaba aquí por mí, ya tengo 26 años y estoy soñando como una colegiala, pensé en irme, pero no podía, él no me dejaba, tenía que averiguar quién era, tenía que estar con él, tenía que hacerlo mío.

Me despedí de la madre superiora y me fui a mi hotel, empuñé mis ojos fuertemente y grité en mi almohada, pensé en excusas para no ir mañana y escapar, sentía asco de mí mismo y sólo quería que me tragara la tierra, pero luego pensaba en él... Tom, no es un mal nombre, se miraba como un niño tranquilo, pero muy listo, luego se repetía el círculo, era como si mi razón humana y mi corazón se pelearan por ver que haría mañana y aquí cometí otro de mis errores.

Estaba de nuevo ahí en ese orfanato, pero esta vez no sólo sentía miedo e incomodidad, también sentía emoción.

Entré en el edificio y me encontré con la madre Inés (el nombre de la madre superiora, muy cliché si me lo preguntan). Esta me llevó a esa prisión de oro a la que llamaban salón de clases, todo el día estuve dando clases a varios salones, pero no a Tom, él no vendría hasta la última hora, sólo entonces podré estar con él.

Llegó por fin la hora, los miré a todos entrar, niños molestos, adolescentes y preadolescentes molestos con ganas de "demostrar" quien manda, no me importaban en lo absoluto, pero mi corazón se detuvo al verlo entrar, todo parecía que iba en cámara lenta y lo pude inspeccionar de pies a cabeza en ese corto tiempo, su cabello era del mismo tono que el de Alex, su piel blanca y pura, sus cuencas me recordaban a él, iba mirando hacia abajo, significaba que era algo reservado, en medio de sus libros llevaba un pequeño oso de peluche, era mucho más pequeño que un niño de su edad 1,40 cm de altura y no parecía ser muy pesado, su rostro era muy lindo, cuando creciera, sin dudarlo iba a superar a su antecesor.

La clase inició, él era un niño callado y nada problemático, pero si se distraía con mucha facilidad, tuve que llamar su atención muchas veces, ahora que lo pienso no me dí cuenta si algún otro niño estaba distraído.

Todos salieron incluso yo tenía que respirar aire fresco, cuando regresé me dí cuenta de que alguien había entrado a el salón, mi corazón se agitó, yo lo sabía, sabía que era él.

Casi tiré la puerta abajo por la emoción, algo que hizo que Tom pegase un pequeño chillido llevándose las manos a la boca, su osito se encontraba en el suelo y su almuerzo se encontraba enzima de un pupitre.

Traté de tranquilizar mi tono de voz, pero sólo lograba que esta se rompiese en algunas frases -¿Tom, qué haces aquí? ¿No deberías estar afuera?- esa preocupación era real, aunque quería que se quedase conmigo, también quería saber más sobre él

-Bueno yo... Ellos se comportan muy groseros conmigo, yo no les caigo bien y ellos tampoco me caen bien, ya sabe cómo son, siempre les gusta sentirse superiores a tí por cosas ridículas- su dulce voz salió algo dolida, pero sobretodo muy molesta, al ver cómo recogía su oso de peluche y lo limpiaba con cariño se me vino a la mente el porqué lo molestaban -¿Es por él verdad?- Tom asintió.

Tommy (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora