Capítulo 1. Cinco años después

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SIENNA

El rítmico burbujeo del agua dulce sobre las rocas y las ramas era hipnótico.

El flujo continuo era frío para mis pies descalzos mientras dejaba que el río se arremolinara alrededor de todos y cada uno de mis dedos.

La fragancia del bosque me llenó.

El almizcle de la tierra húmeda y las hojas caídas. Un toque de jazmín salvaje y madreselva. El rico aroma del pino de Virginia.

Los bosques estaban vivos.

Este era el único lugar al que podía ir para alejarme de todo. Mi propio escape personal.

Dejé que mi mano danzara libremente por el pergamino de mi cuaderno de dibujo, esbozando un rostro familiar que conocía demasiado bien.

Su mandíbula cincelada, su físico musculoso y sus ojos... nunca los olvidaría.

Aiden.

Mi compañero.

Cada trazo de mi lápiz lo enfocaba más, desatando un deseo interno de recorrerlo con mis manos.

Fue aquí donde empezó todo.

Viéndolo de lejos, dibujé mi primer boceto de él hacía ocho años, igual que ahora.

Todavía recuerdo lo avergonzada que me sentí cuando me sorprendió en el acto, con sus ojos fijos en los míos.

Incluso entonces, sabía que estábamos destinados a estar juntos.

Ojalá pudiera estar aquí conmigo ahora.

Un calorcillo que empezaba a agitarse por todo mi cuerpo fue la primera señal de que era casi esa época del año otra vez.

La Bruma.

El agua fría ayudó a suprimir el creciente calor interior, pero pronto, ni siquiera eso sería capaz de extinguir mi creciente deseo.

- ¡Mamá! —gritó una voz infantil.

Y en un instante, esos deseos carnales dejaron de existir, abrumados por una sensación mucho más fuerte de lo que jamás imaginé.

La maternidad.

Un par de pies corrieron por la hierba mientras un querubín de piel acaramelada y pelo rizado me cogía de la mano y me miraba con ojos muy abiertos.

- ¿Qué pasa, Rowan? —dije con cariño.

- ¡Mira! —exclamó sosteniendo un caracol gigante.

- ¡Guau! ¡Es tan grande! Casi no me cabe en la mano.

A diferencia de Michelle y el resto de la pandilla, yo no era de las que se asustaban de los bichos raros.

- ¡Le llamé abuelo! —dijo con orgullo.

- ¿Abuelo al caracol? —me reí—. Estoy segura de que tu abuelo se alegrará de oírlo. Puedes decírselo cuando lo veas hoy más tarde.

Era difícil imaginar que tenía casi seis años. Se dice que el tiempo vuela viendo crecer a tus hijos.

Más bien la velocidad está deformada.

- ¿Puedo llevarlo a casa? —preguntó con grandes ojos de cachorro.

- Estoy segura de que su propia familia le echa de menos. ¿Por qué no lo devuelves?

Una mirada de decepción cruzó su rostro, pero no discutió e hizo lo que le dije.

Era un niño tan brillante y curioso. Le quería más y más cada día que pasaba.

Lobos milenarios (libro 5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora