VII. All for us

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La noche que finalmente Hange había concluido de hacer todos aquellos pendientes que había acordado con Levi en su contrato, en la puerta de su habitación apareció un paquete con un bellboy, que le entregó de inmediato una bolsa de regalo color carmín. Pesaba un poco.

Al abrirla, encontró una caja blanca y dentro de ésta, un teléfono, que ya estaba configurado y tenía una nota adherida a él: "Llama al único número", con la letra de Levi.

Hange sonrió. Levi era sumamente considerado. Las últimas tres semanas no se habían visto prácticamente. Levi había viajado dos veces a Singapur y no se había quedado en el hotel donde Hange estaba, una vez que volvió. Pero se había comunicado al hotel con frecuencia para saber sobre ella y cuando concluía sus pendientes o la buscaba para preguntarle cosas aparentemente inconexas y sin importancia, hablaban por largo tiempo, sin importar lo que estuviera haciendo Levi.

Cuando lo llamó finalmente, el teléfono sonó y sonó incontables ocasiones, pero éste no respondió.
Hange comenzó a impacientarse.

En la quinta llamada, la voz de una mujer, con voz suave pero extrañamente afectada y estridente, pareció querer romperle los tímpanos.

- ¡Entonces tú eres la prostituta con la que Levi se ve cada día! - Hange quiso reír. Le pareció sumamente cómico de lo que la acusaba la desquiciada desconocida.

No se veían cada día. Si la engañaba, definitivamente no era con ella. Al menos no en esa época.

Estaba a nada de responder, cuando pareció que la mujer había sido despojada del aparato telefónico y Hange logró descifrar la voz de Levi a través de la línea.

- Termina con esta estupidez, Petra. Los niños podrían escucharte si vuelven de la cancha. ¿No querrás que nuestros hijos sepan que los has engañado, o si? Deja de vociferar de esa forma desagradable de granjera y no me obligues a hablarles con la verdad... ¿Hange? ¿Estás ahí?

Entonces había sucedido. Levi estaba dejando a su familia. Finalmente, lo que ella temía, sucedió. Levi abandonaba a su familia. Pero no estaba entendiendo cómo o por qué. Contrariada, respondió:

- Ehhh... Sí. Aquí estoy.
- Voy a verte. Hablemos.

La urgencia en la voz de Levi la hizo sentir incómoda. En cuanto escuchó que había colgado, Hange corrió al vestidor y se dió una ducha.

A Levi le gustaban las personas limpias.

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No tardó más de una hora en cruzar la ciudad. Estaba desesperado por verla. No podía ocultar en absoluto que estaba completa y absolutamente aliviado.

Por un lado, Levi tuvo que hacer una actuación magistral ante su esposa. Al llegar de su segundo viaje a Singapur, sin avisar ni imaginar lo que estaba a punto de hallar, llegó a su casa antes. Llevaba regalos para sus hijos y su esposa, más como una cortesía. No toleraba los lloriqueos de Petra cuando no llevaba alguna joya para ella. También pensó que entre Petra y Hange el contraste era impresionante. En tanto la primera despilfarraba el dinero a manos llenas y pedía y solicitaba todo tipo de nimiedades carísimas e insulsas, absolutamente innecesarias, Hange apenas si había gastado una tercera parte de lo que él había calculado como sus posibles gastos, a pesar de que su nueva carrera le acarrearía bastantes. El estado de cuenta no mostraba nada que no hubiera detallado en el contrato e independientemente de saberla una mujer sensata, pensó que se daría algún gusto, pero no fue así. Pocas veces gastaba en algo más allá que material escolar, memorias USB o papelería en general, algún café o refrigerio y era todo. Seguía siendo una mujer sencilla y para él, eso constituía uno de sus mayores atractivos. Hange no tenía intenciones de aprovecharse de él.

Cuando entró, todo estaba en silencio, pero la sala de estar y el living, eran un asco.

Una botella de vino tirada en la alfombra, sobre una mancha del mismo vino tinto, que no saldría fácilmente ni enviándola a limpiar. Una charola de bocadillos a medio terminar. Un cenicero sobre la mesa de centro con varias colillas. Ni indicio de sus hijos.
Y entonces, escuchó unos gemidos desagradables y lo entendió todo.

Dejó caer la pesada maleta con su ropa sobre la mesa de centro de cristal, con tanta fuerza que la destruyó, haciéndola añicos. Ante el estrépito, Petra salió unos segundos después de la habitación principal en el primer piso, envolviéndose en una bata, totalmente contrariada. Se le pegaba el cabello pelirrojo a la piel sudorosa y parecía nerviosa y extrañamente asustada. Detrás de ella, un tipo que nunca en su vida hubiera podido relacionar a su esposa ni aún en sus más locos pensamientos, desfiló apenas envuelto en una toalla.

Cuando vio al tipo, inmediatamente sus dudas sobre Petra y sobre sus hijos se aclararon. Ni siquiera pudo enojarse. No pudo reaccionar mal. Comenzó a reír a carcajadas, en una especie de crisis nerviosa y a la vez emocionado, con una sensación de triunfo que no había experimentado jamás, ante las atónitas miradas de ambos amantes.

¡Tenía cómo alejarse de esa vida que odiaba; Petra le había cerrado esa puerta y ahora Petra se la había abierto una vez más para no regresar!

Cuando Hange había llamado, Levi ya había dicho lo que tenía que decir. Le ofreció una cuantiosa suma por divorciarse silenciosamente y una cantidad para continuar manteniendo a sus hijos, pues aunque sabía que no eran suyos, legalmente lo eran y siendo niños pequeños, no deseaba exponerlos al escarnio que habría conllevado el revelar que eran hijos de Petra y su amante. Ella trató de objetar, argumentando que pediría pruebas de ADN y lo demandaría. Levi rió más y la instó a hacerlo. Sabía que no lo eran y se sostendría en ello.

Levantó la maleta de entre los cristales de la mesa rota y cuando finalmente habló con Hange, se sintió totalmente calmado. Sólo deseaba llegar a ella.

No tocó a la puerta. Insertó la llave electrónica y caminó directamente a Hange que lo miraba, atónita junto al umbral de la cocinita, dejando de lado la maleta, abrazándose a su cuerpo, aspirando el aroma de su piel. Su aroma era limpio y agradable. Le gustaba estar con ella. No podía contenerse más.

Deliberadamente, la había evadido desde el día que la dejó hospedada, pensando que no quería cargarla con el peso de su apoyo monetario. Pero ya no podía evadirse más a sí mismo. La deseaba. Y la deseaba tanto que decidió no detenerse más.

La miró un momento, anhelante. Y sus labios se entrabrieron para explorar un poco los de ella. Hange, por su parte, se dejó llevar. No tenía por qué negarse. Por qué alejarse. También lo deseaba.

Le tomó la nuca y la besó con frenesí. No podía soportar más todo aquello que se había obligado a reprimir. Hange no sabía cómo, pero se dió cuenta que finalmente Levi se sentía libre y se abrazó a su cuerpo atlético y fuerte.

Anhelaba saber qué seguía.
Había extrañado su cuerpo, había extrañado todo lo que sintió la primera vez.

Pero sobre todo, extrañó sentirse amada por él. Ese fue el primer acto que le dió certeza.


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