CAPITULO 2

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Habían pasado cerca de seis meses desde que Izuku logró invocar al demonio; durante ese tiempo, su sed de venganza aumentaba cada día más. El demonio estaba corrompiendo cada vez más al joven, pero este, fiel a su palabra, solo devoraría su alma en el momento en que se concretara la venganza.

Ese día, uno de los sirvientes que el rey puso a su disposición llegó con noticias.

-Joven amo – llamó el joven sirviente de cabello negro haciendo una leve reverencia.

-Habla – contestó el peliverde sin siquiera mirarlo.

-Llegó una carta del rey. Dijo que era importante – respondió el joven acercándose a donde se encontraba su amo para entregarle el sobre con el sello real. Antes de que pudiera entregárselo, el cenizo se lo arrebató de las manos.

-¿Más tonterías? – preguntó en tono burlón mientras abría el sobre sin permiso. – Ya hiciste lo que venías a hacer, así que lárgate – agregó el cenizo en tono mordaz. El sirviente, sin decir más, salió corriendo de ahí. Sabía que había algo raro en ese sujeto desde que llegó con su joven amo aquel día de noviembre.

-Kacchan, te he dicho que no trates a los sirvientes de esa manera – le regañó el joven de cabellos verdes.

-Tsk, es solo un simple humano sin importancia. No sé por qué quieres que los "trate bien". Ellos no me interesan – respondió acercándose al joven. – ¿O es que acaso... estás celoso de que mi atención sea dirigida a otros humanos? – susurró en el oído del joven, haciendo que este último soltara un leve gemido.

-No es el momento, Katsuki – respondió, intentando controlarse. Al demonio le gustaba ser muy lujurioso con su presa, y no es que al peliverde le molestara, pero quería saber qué contenía aquella carta.

-Tsk, eres un aburrido, Deku – no dijo más, pero extendió la carta y caminó para sentarse en uno de los sofás de dos piezas del despacho donde se encontraban.

El peliverde rodó los ojos al tiempo que se disponía a leer la carta recién llegada, y los ojos le brillaron. Había una sombra oscura debajo de ellos, pues aquello contenía lo que más anhelaba el joven.

-Creo que te interesó lo escrito ahí – mencionó el cenizo, atento a las expresiones que iba dibujando el joven en su rostro.

-Dice el nombre de los bastardos que masacraron a mi familia. Por fin podré tomar mi venganza, Kacchan, prepárate saldremos mañana al bosque del norte – el joven se acercó al demonio con una sonrisa de satisfacción en su rostro. – Mañana me ayudarás con mi venganza, y luego nosotros estaremos juntos por la eternidad, tal como lo habíamos acordado. – Susurró seductoramente en el oído del demonio mientras se sentaba a horcajadas.

El demonio sin ignorar la tentación causada, tomó al joven en sus brazos y lo comenzó a besar con posesividad, y el joven se dejó llevar por la locura que el demonio le causaba.

A la mañana siguiente, el joven peliverde y el demonio salieron rumbo al bosque del norte. Cuando llegaron, se adentraron y se dirigieron al centro, donde se encontraba un viejo castillo rodeado por tinieblas. Los rayos del sol no llegaban a esa parte del bosque, el demonio estaba alerta, pues reconocía el aura que salía del castillo.

-Espera – el demonio detuvo al joven antes de que pusiera un pie en la entrada del viejo castillo.

¿Acaso el demonio tiene miedo? – se burló el joven.

-Tsk, eso nunca, pero recuerda que te dije que te cuidaría y te ayudaría con tu venganza, sigues siendo un patético Deku, y no dejaré que nadie se quede con lo que me pertenece – respondió, sosteniendo al joven por el antebrazo.

El joven iba a replicar cuando escucharon pasos provenientes del castillo. Ambos se pusieron en guardia y vieron salir a un sujeto peliazul con muchas cicatrices en su cuerpo, tenía una mirada profunda llena de rencor.

-¿Pero qué tenemos aquí? – preguntó el recién llegado a los dos jóvenes frente a él.

-Joven Midoriya, pero qué sorpresa, no pensé que vinieras tan pronto – comentó con una voz que podía sonar tenebrosa.

-Shigaraki Tomura – habló el peliverde con unos ojos llenos de ira. – Tú fuiste quien mandó a asesinar a mi familia.

-Oh, ¿te tardaste en averiguarlo? – sonrió de manera siniestra. – Tu familia tenía una deuda conmigo, y yo solo cobré una parte del trato, ahora que estás aquí, creo que tomaré la otra parte de este. Su sonrisa se ensanchó aún más. – Kurogiri - Grito

El demonio no pudo reaccionar tan rápido en ese momento, el joven peliverde fue absorbido por un portal que apareció justo detrás de él.

-Kurogiri, eres un maldito. Devuélveme a Deku – amenazó el cenizo. – Recuerda tu lugar, maldito – retó el joven demonio.

Una risa macabra se escuchó provenir del peliazul, quien comenzó a caminar rumbo al viejo castillo. - Kurogiri, encárgate de este tipo. Yo me iré a divertir con nuestro invitado.

Mientras tanto, Izuku apareció en una habitación parecida a la mazmorra del castillo. Estaba sorprendido. ¿Así que el asesino de sus padres también tenía tratos con demonios? Estaba buscando la salida, observando el lugar. Habían instrumentos de tortura esparcidos por todos lados. La habitación estaba en penumbras, apenas iluminada por unas pocas velas situadas en ciertos puntos de las paredes. Pero algo llamó su atención. Se dirigió al estante donde reconoció el brillo del brazalete que se encontraba en una cajita de cristal. Estuvo a punto de tomarla cuando Tomura entró.

-Bienvenido, Midoriya – comentó el peliazul mientras se acercaba.

¿Cómo es que obtuviste esto? – reclamó el joven peliverde, señalando el brazalete que claramente reconoció sin inmutarse, pues el miedo se perdió hace tiempo.

-Es bonito, ¿verdad? – respondió escuetamente el peliazul. – Tus padres me lo dieron como garantía, pero nunca cumplieron su palabra, por lo que tuve que cobrarles.

-Entonces tú los mataste - No era una pregunta, era una afirmación de parte de Izuku, a quien le empezó a hervir la sangre, pues la persona delante de él era el culpable de toda la desgracia que había caído sobre su familia. – Te mataré, cobraré venganza en este preciso momento.

-No lo creo, cariño – respondió Tomura, quien chasqueó los dedos y de la nada un círculo de magia apareció debajo del peliverde, evitando que este último se pudiera mover.

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