Tras haber vivido durante la Danza de Dragones, y haberlo perdido todo; Visenya Targaryen es ejecutada en Desembarco del Rey. Pero inexplicablemente despierta justo cinco años antes de toda la tragedia que terminó por destruir a la casa Targaryen.
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Isla de Rocadragón. 135 d.C (Primera Vida)
— Soy tu padre — Daemon le miró, a ambos les separaba la larga mesa tallada — Y mi orden es que permanezcas aquí en Rocadragón, donde tu seguridad no será vulnerada...
Visenya observó el porte de su padre, sus hombros tensos... la expresión afligida de su rostro delataba más de lo que él pudiese desear contar. Habían sido largos y oscuros días en casa. Las semanas se hicieron eternas después de la devastadora noticia que terminó por movilizar a las fuerzas del bando negro. Lucerys, el dulce niño adorado de la Reina había sido asesinado por Aemond Targaryen.
El acontecimiento, no sólo moldeó la voluntad de Rhaenyra para derramar la sangre de sus enemigos; sino la de todos. Incluyendo a la más tranquila de todas las hijas de Daemon. Visenya.
— No sirvo de nada aquí... — le dijo, un nudo se aferró a su garganta mientras juntaba las manos a sus espaldas. Era su manera de esconder todo el nerviosismo que se extendía por su cuerpo — Puedo representar a la casa Targaryen en el campo de batalla.
— ¿En el campo de batalla? — Daemon soltó una risa incrédula mientras negaba con la cabeza — Eres una niña inexperta que pretende arriesgar su vida cuando no es necesario...
Visenya no estaba segura cuan requerido era su servicio. Cuán útil podría ser. Con el paso de los años cayó en cuenta que su existencia siempre fue fácil. Toda la paz con la que vivían resguardados del mundo en la Isla, siempre fue una ilusión que los debilitó ante la inminente traición orquestada por los verdes. Ahora, con Rhaenyra siendo atacada cruelmente por sus hermanos, traicionada por la Reina Alicent, debía existir algo que los demás pudieran hacer. Visenya era una niña consentida que creció bajo las faldas de su madre. Siempre amada, llena de todos los lujos que pudo querer. La Favorita, la llamaron... la favorita de la Reina, la favorita de su padre. Sin embargo, era inútil para la causa.
— Padre... Hemos coronado a mi madre como Reina sobre los Siete Reinos y hombres marchan en su nombre. Me encantaría ser una de las mujeres que también luchen por esta causa...
— No es necesario, tu y tus hermanas permanecerán donde los malditos aliados de los verdes no puedan ponerles un dedo encima — Daemon se rehusaba rotundamente a dejar que las joyas de su corazón fueran asesinadas como Lucerys lo fue. Y ella lo entendía, el pavor que le recorría, ese que por un momento le paralizó.
— Me has enseñado todo y cuanto sabes, soy una espadachín decente, un arquero aún mejor — Siguió insistiendo — Mi presencia allí, en las filas de la gente que da su vida por mi reina, significa que vosotros han criado no solo a una dama competente, sino a una guerrera dispuesta a dejar su vida por reclamar lo que es suyo.
A Daemon claramente no le importaba lo que pensara nadie más. Su hija podría ser el mismo Aegon I reencarnado, y eso nunca lo convencería de dejarla ir. No ahora, y ciertamente no en el futuro.