Acto I

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Érase una vez, en un piso universitario entre pobre y maltratado, un chico de cabello gris y ojos verdes, discutiendo -para variar- con su compañero de habitación.

Este, que era rubio y pálido, ahora se mostraba rojo por la ira, tras ser humillado respecto su decisión de hacerle cambios al dormitorio.

– ¡No entiendo por qué querrías una maldita estatua de madera en el medio de la sala de estar!– Le soltó a nuestro protagonista, Alhacén.

– Échale la culpa a mi poder adquisitivo. No pienso cambiar de opinión.– Respondió.

– ¡Pues queda fatal con los cuadros que puse, y ya te dije que cada vez que fueras a comprar muebles, me llevases contigo!– Replica este.

– Dirás que tus cuadros quedan fatal con mi estatua, ya que, te recuerdo que mis muebles son mi propiedad, sobre la cual no tienes poder.– Defiende Alhacén.

Kaveh lo miró con rabia y procedió a tocar el puente de su propia nariz, como si eso fuese a disminuir su presión arterial de alguna forma.

– Mira, vamos a hacer una cosa, tu pones esa... Cosa... en otra parte y yo hago como si no hubiese pasado nada.– Propone Kaveh, suspirando.

– ¿O qué?– Pregunta el de cabello gris– También es mi espacio y tengo derecho a ponerlo como quiera. Yo no me he quejado ni una sola vez de lo torcido que has puesto el cuadro de la entrada.– Suelta, acompañado su argumento con un movimiento de mano.

– ¡Pero si no está torcido!– Dijo, yendo a comprobarlo siendo seguido por la mirada de su compañero; descubriendo que, en efecto, estaba ligeramente torcido hacia la derecha.– Esto... Em, esto no tiene nada que ver.– Se trusfra, intentando ocultar su vergüenza colocando debidamente el maldito cuadro.

Es entonces cuando su dormitorio de mala muerte nivel Sinaloa se resiente y decide que es el momento perfecto para hacer que todo el conjunto se caiga: tanto clavo como cuadro.

– ¡Maldita sea!– Exclama el rubio tratando de levantar ambos.

Alhacén simplemente se apoya en el marco de la puerta que da a la entrada, viendo la vida pasar.

– Podrías ayudarme, sabes.– Dice Kaveh cuando tiene todo bajo control.

– No me lo has pedido, y no soy adivino.– Responde con simpleza, antes de irse con un libro en las manos.

(...)

Pocos días después, las cosas empezaron a ir a peor, porque los cambios de humor del rubio eran frecuentes en la época más complicada de cualquier estudiante, conocida como época de exámenes.

A medida que las horas de sueño disminuían, la paciencia de ambos se agotaba con rapidez, resultando en una discusión inevitable.

– ¡Los de letras lo tenéis fácil desde el principio, nunca sabréis lo que es el trabajo duro!– Revienta Kaveh, sirviéndose su octava taza de café, temblando un poco.

– ¿Por qué dices eso?– Cuestiona el otro, totalmente perdido.

– ¡Pues porque, por ejemplo, vuestras carreras son un paseo por el parque, mientras que nosotros los arquitectos, nos graduaremos -con suerte- a los treinta!– Responde el rubio, colocando bruscamente la taza encima de la mesa.

Alhacén se queda en silencio un rato.

– Ah, ya veo, el problema no es mío, sino que estás estresado por factores externos, que ni siquiera incumben a los eruditos de haravatat. Hablaré con el psicólogo de la Academia para que te dé una cita.– Concluye sin más el de ojos verdes.

– ...Eres insoportable.– Suelta el otro.– Me voy a casa de Cyno.

– ¿Y eso por qué?

– ¡Pues porque no te aguanto ahora mismo!– Grita Kaveh de forma irracional, mientras mete en una mochila lo necesario para pasar la noche.

Al final, tanto la taza de leoncitos de Kaveh como Alhacén quedan abandonados y confundidos en la cocina.

El de ojos verdes se pregunta si ha sido lo mejor para ambos en el momento en que apaga la luz para descansar.

(...)

Esto ya no puede seguir así.

Alhacén decide que es demasiado, tanto por el ruido proveniente de la maqueta que estaba construyendo su compañero, como su comportamiento reciente.

Así que se levanta de la cama -cosa que odia- para hostigar al otro a dormir también.

– Oye.– Llama, abriendo la puerta.

El panorama que se encuentra es una habitación sumida en el más absoluto caos y una persona destruida por la locura y probablemente por drogas como el café.

Sin embargo, su compañero no parece haberlo escuchado, probablemente porque tiene música puesta en sus auriculares.

El lingüista suspira, acercándose hacia el origen del escándalo en toda la casa, para proceder a invadir su espacio e indicarle que se quite los cascos.

– Deberías descansar.– Le dice, ante la mirada inquisitiva del otro.

– Imposible, esta maqueta es para mañana.

– Pues te levantas temprano y la terminas mañana. ¿Y el resto de tu equipo, no te ayudan o qué?– Pregunta Alhacén, ojeando nombres desconocidos en la hoja del plano.

– Pues, la mayoría están ocupados con otras cosas ahora mismo, así que me he ofrecido a terminarlo.– Dice el otro, agarrando una lima.

Alhacén se quedó un momento en silencio, y luego miró la hora: 5:23.

– Bueno, ya casi es de día.– Dice, y va a la caja de herramientas de Kaveh para seleccionar algo parecido a lo que tenía el otro en la mano.

Con su ayuda, terminaron el proyecto antes de tiempo, y mientras la pintura se secaba, decidieron descansar en el sofá.

Alhacén leía un fanfic de naruto crossover con zootopia x t/n, en donde sasuke era un zorro/vampiro/hombre lobo y un chico kpop al mismo tiempo, además de contener omegaverse con mpreg.

Mientras tanto, Kaveh dormitaba en su regazo, zzzzzzzzzzzzzzzzz,zzzzzzzzzzz,zzzzzzzzzzzzz, totalmente inconsciente, zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz.

Entonces, Alhacén se fija en el movimiento extraño de los dedos del rubio, y abre la cámara de su teléfono móvil para sacarle un vídeo por las jajas.

Una vez lo hace, se distrae en Peneterest, mirando pitos, digo, recomendaciones de libros que esta vez le entretengan.

Pero por conveniencia del guión, en su feed sale un post de cómo cuidar girasoles.

Y los girasoles le recuerdan a Kaveh.

La verdad es que estaba llevando una semana bastante mala, quizá podría llevarle unos ya que Kaveh adoraba las flores por su simetría, por la proporción en algunas en espiral de fibonacci, y porque probablemente alegraría un poco el ambiente del tugurio que tenían por piso.

También se le ocurrió una idea diabólica: Hacer que las enviasen de forma anónima, solo para molestar.

Sabía que, si hacía eso, era probable que en algún momento la duda desconcertaría tanto al otro que probablemente lo volviese loco. Como un detective tratando de resolver un caso.

–Zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzññññzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzgnzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzmrrpzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz,z.– Dijo Kaveh.

(...)


Ars amandi - Flores para KavehDonde viven las historias. Descúbrelo ahora