02 | El futuro está escrito

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Jo no recordaba haber dormido tan mal nunca, pasándose la mayor parte de la noche mirando por la ventana a la Luna casi llena que iluminaba el cielo. En menos de 24 horas, cuando el reloj marcase las doce, su vida cambiaría.

Su tribu era grande, pero no tanto como para que todos los años alguien cumpliese dieciocho años, mucho menos cada mes. Pero cuando eso ocurría, esa noche del mes en la que la Luna llena se alzaba en el cielo, todos los habitantes se movilizaban.

Decoraciones en blanco y azul llenaban la aldea, los horarios de trabajo y escuela cambiaban, y todos los habitantes tenían prohibido salir de sus casas pasadas las once de la noche. Esto se hacía para evitar problemas de enlaces, ya que no importaba que la persona con la que te enlazases fuese un anciano si era el primero al que veías aquella noche. Los enlaces eran concertados, al igual que los matrimonios, pero el pelinegro al menos agradecía que las parejas que concertaban tuviesen una edad cercana.

Los jóvenes que tenían que enlazarse aquella noche y sus padres eran los únicos que tenían permitido salir de sus casas durante la noche y madrugada; porque una vez que el matrimonio estaba concertado se reunían en el altar de la Luna, ubicado en el centro de la aldea, para que los dos jóvenes cruzasen miradas. Jo nunca lo había visto, pero le habían explicado que cuando saliesen le taparían los ojos hasta que lo dejasen solo con Harua en el altar, para evitar cualquier posible problema.

Le dijeron que se reuniría con Harua sobre las tres de la madrugada, pero no fue hasta media hora antes de las doce que le entró el verdadero pánico.

Sus padres lo habían dejado encerrado en la habitación desde hacía unas horas para que intentase dormir hasta las dos, pero como era evidente no fue capaz. Nunca había tenido un ataque de ansiedad, pero podía jurar que lo que estaba sintiendo en ese momento lo era.

Se había puesto a dar vueltas por su habitación hasta que su respiración se volvió pesada y errática, su pecho subía y bajaba con rapidez y tuvo que sentarse cuando un mareo casi le hizo perder el equilibrio.

No quiero, de verdad no quiero...

Arañó sus brazos, se mordió los labios, observó cada mota de polvo sobre su escritorio y analizó todas y cada una de las pequeñas manchas en la pared. Nada parecía calmar su mente.

Con Harua...

Con alguien a quien no amo...

Toda la vida, sin marcha atrás...

Sentía que le faltaba el aire.

Fue entonces cuando una idea intrusiva cruzó su mente.
Lo que solía ocurrir con esa clase de pensamientos era que se desechaban, debido a su naturaleza peligrosa en la mayor parte de las ocasiones. Eran cosas que nadie en su sano juicio haría realmente.

Pero en aquellos momentos, Jo no estaba mental ni emocionalmente estable.

Sin pensárselo demasiado, ni ser consciente de que quedaba muy poco tiempo para que el reloj marcase las doce, abrió de par en par la ventana de su habitación, situada en un segundo piso, con vistas directas al frondoso bosque.

Nunca había sido un hijo que les diese problemas a sus padres; siempre había sido callado y correcto, por lo que nunca se preocuparon por él. Pese a esto, la curiosidad era algo que lo había acompañado desde niño y le había instado a hacer cosas que sus padres desconocían. Una de ellas era trepar por la enredadera que cubría casi la totalidad de la parte trasera de su casa, lo cual también le permitía escapar de su habitación sin ser visto.

MOONLIGHT | KJODonde viven las historias. Descúbrelo ahora