Prologo

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Sombra, el origen.

La sala era oscura, húmeda y fría, Ciara intentaba soltarse de sus ligaduras creando unas feas laceraciones en sus muñecas que la obligaban a gritar por el dolor. A través de las paredes se escuchaban llantos de sufrimiento y suplicas. Las mazmorras de la inquisición no era un lugar para sacar a la luz la justicia y la verdad, eso solo lo creían algunos fanáticos ilusos y hasta ese día, la pobre Ciara. Las mazmorras de la Inquisición eran un sitio para sonsacar, a las malas o a las muy malas, una declaración falsa conseguida a base de torturas. Ciara golpeó la mesa enrabietada, ella no debía estar allí, ella era una joven huérfana que jamás había quebrado las normas.

La puerta se abrió tras unos fuertes golpes de metal contra metal. Ciara se quedó inmóvil. Aún le sangraba la nariz y uno de sus ojos era imposible de abrirlo debido a la hinchazón provocada por la anterior paliza. Una fuerte luz de una antorcha iluminó el cubículo revelándola completamente en cueros, sujeta por las muñecas a la mesa, que aún tenía sangre fresca por toda su superficie.

El inquisidor que había asumido su interrogatorio vestía una túnica blanca inmaculada. Su cabeza rapada al cero brillo bajo la antorcha que colgaba de la pared. Junto a él había un tipo grande, con cara amarga y un grueso mandil de cuero, del cual, aún podían advertirse las feas manchas de sangre reseca de otros de los interrogados. Bizqueaba de un ojo, pero eso seguro que no le impedía clavar sus utensilios allá donde su jefe, el inquisidor, le ordenara sin demasiado miramiento.

- ¿Has recordado ya lo que hiciste? - dijo con voz calmada sentándose frente a la joven, el inquisidor era un hombre de avanzada edad y rostro tranquilo.

- Yo... yo no he hecho nada, se lo juro. Solo estaba esperando una hogaza de pan -contesto nerviosa.

- ¿Por qué siempre tenéis que hacer esto tan difícil? - el inquisidor negó con la cabeza molesto-, ¿acaso crees que a mí me gusta hacer esto?

- Se lo juro, señor...- el grandullón se acercó y golpeó con dureza el estómago de la joven que vómito sobre la mesa un poco más de sangre.

- Debo reconocer que tienen huevos, niña, muchos solo necesitan unos cuantos golpes para decir la verdad, no pensaba que tú, una niñita, aguantases tanto tiempo. Pero si hay algo que tú no tienes, es justo eso, tiempo -el inquisidor cruzó sus manos frente a su cara mientras intentaba evitar con sus codos la sangre de la mesa-mañana serás juzgada y ejecutada, así que no me hagas perderme este maravilloso día.

- ¿Cómo voy a reconocer algo que yo no he hecho? - consiguió emitir mientras la sangre aún caía por su barbilla.

- Puedes evitarte todo esto, firma esa declaración, mañana serás colgada y se acabará tu sufrimiento. No es necesaria toda esta barbarie - el inquisidor se levantó y apoyo sus manos junto a las de la joven que lo miro temerosa, después su mirada se convirtió en odio y le escupió sobre su túnica manchándola de sangre-. ¡Maldita estúpida!

Un fuerte puñetazo acabó de partir la nariz de la joven, el sonido de los huesos pulverizados recorrió toda la sala. El inquisidor hizo un gesto con la mano y su secuaz se alejó a una de las esquinas de la sala. Volvió un segundo después con un carrito metálico lleno de sierras, cinceles, mazas y una gran variedad de tenazas, a cada cual más intimidatoria. El torturador se colocó unos guantes de cuero y comenzó a revisar su equipo.

- Cómo puedes ver, esto se va a poner muy feo, habrá sangre, gritos y algo que no soporto, llantos, así que, si no quieres incomodarme, dime la verdad, ¿fuiste tú quien asesinó al gobernador?

Sombra, La hermandad de asesinas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora